- Quechua: tareas pendientes
Wilfredo Ardito Vega
El público que asistía al Encuentro Nacional de Cultura realizado en el Cusco quedó conmocionado frente a las declaraciones de Martín Romero, Gerente de Cultura de la Municipalidad cusqueña, quien sostuvo que el quechua era un cáncer, que bloqueaba el desarrollo del pensamiento abstracto.
Ante el escándalo generado, Romero debió renunciar, pero sería un grave error pensar que es el único que considera que el quechua es un grave problema para el Perú Por eso, muchas personas, que tienen actualmente cincuenta o sesenta años decidieron hace unas décadas que sus hijos no debían aprenderlo e inclusive prohibieron a los abuelos o los empleados de la casa o que les enseñaran cualquier palabra en ese idioma.
Como resultado, en Cusco, Abancay y otras ciudades andinas existe toda una generación de jóvenes y no tan jóvenes que ignora el quechua.
Toda una generación, muchas veces de profesionales, ha desarrollado una serie de prejuicios, que parecieran propios de limeños o habitantes de la costa como que el quechua un idioma «extremadamente difícil”.
«El quechua es más difícil que el chino”, decía un profesor de Abancay. Con frecuencia, esto refleja una impresionante capacidad para aislarse: «No aprendí quechua porque nunca he estado en ese entorno”, me decía en enero un joven policía de Andahuaylas, una ciudad donde el quechua se habla en el mercado, la calle, la radio, la iglesia (la única forma de no escuchar quechua en Andahuaylas es ser sordo).
Muchos campesinos tradicionalmente han compartido la percepción negativa sobre el quechua, pensando que es algo así como un castigo o una tragedia de la cual ellos quisieran preservar a sus hijos.
Para algunas autoridades, además, la forma de enfrentar la diversidad lingüística es simplemente esperar a que los quechuahablantes aprendan castellano.
La indiferencia estatal tiene serias consecuencias para muchos derechos fundamentales: por ejemplo, cada año centenares de serumistas son enviados a los hospitales y postas médicas de la región andina sin que sepan una palabra de quechua, poniendo en serio riesgo la salud de las personas.
Un problema similar ocurre en la propia Lima: «Yo trabajo en el Hospital de Neoplásicas”, me dice una amiga, «y todos los días tenemos dificultades para atender a pacientes quechuahablantes o a sus familiares”.
Las mismas carencias se aprecian en la administración de justicia: hace siete años se presentó un proyecto de ley para que se tradujeran al quechua las normas más importantes para la población rural, pero fue archivado.
Inclusive en el ámbito turístico existen necesidades lingüísticas: todos los domingos, miles de quechuahablantes pasean por la Plaza de Armas, el Jirón de la Unión o el Parque de la Exposición, y sería muy positivo que los serenos o policías que trabajan en esa zona les pudieran brindar orientaciones en quechua.
En el ámbito de las empresas privadas, llama la atención que en las agencias del Banco de Crédito en Bolivia, el personal habla quechua y aymara, pero no en las agencias del BCP de Puno o Cusco. En realidad, ni siquiera el Banco de la Nación tiene una política lingüística.
Ahora bien, en los últimos años se han producido cambios interesantes porque cada vez más campesinos quienes tienen DNI y pueden votar, lo cual obliga a los candidatos a las elecciones municipales o regionales a hablar quechua.
Los gobiernos regionales de Ayacucho, Cusco, Huancavelica y Apurímac, así como varias municipalidades han emitido normas donde se obliga a los funcionarios a saber quechua.
En varias de estas regiones se dictan cursos de quechua, con buenos resultados: hace unas semanas conocí a varios abogados de la Defensoría del Pueblo en Ayacucho, que hablaban quechua con mucha fluidez… y lo habían aprendido en la Universidad.
«Nadie puede trabajar acá si no sabe quechua”, me explicaba Jorge Fernández, el responsable de la oficina, antes de salir a entregar los manuales de quechua a la Escuela de Suboficiales.
Precisamente, esfuerzos como el Manual para el Empleo del Quechua en las Comisarias buscan generar que otras instituciones se preocupen por ello, por acercar el Estado a los quechuahablantes, pero también por devolverle al quechua el prestigio que le corresponde. Es fundamental dejar de pensar que el quechua no sirve o solamente sirve para hablar con los más pobres.
En los últimos dos años, varios amigos míos han empezado a aprender quechua para gran satisfacción mía, en los cursos que se brindan en la PUCP, la Alianza Francesa, la Biblioteca Nacional o la Escuela Nacional de Folklore. Esperemos que este sea un signo para que nuestra sociedad vaya reconociéndose mejor.
Quizás las declaraciones de Martín Romero motiven a muchas personas que saben quechua a perder el miedo a la discriminación y hablar en su idioma en la calle, la casa, la universidad. Confiemos en que sea así.