- Violación, un asunto de salud pública
Julieta Paredes
Una de las cosas más despreciables es hacer el papel de Pilatos. Es decir, sabiéndose responsables y culpables, lavarse las manos en plaza pública. Se trata de una típica actitud hipócrita y de doble moral corriente en nuestras sociedades.
La violación y asesinato de niñas y mujeres es una cosa naturalizada y normalizada en el país. Todos los días se abusa de niñas y mujeres en las familias, en los colegios, en las parroquias e iglesias, en las calles, en las organizaciones sociales, todos los días. Así que no se trata de casos aislados. No nos hagamos ilusiones, violar, golpear y matar mujeres son usos y costumbre de las ciudades y del campo, de ricos y pobres, de izquierdistas y derechistas.
¿Cómo es que no queremos ver lo que está ante nuestros ojos? Sólo cuando hay un asesinato se le presta atención mientras dura la noticia. Y es que la violencia de género está naturalizada, tanto por hombres como por mujeres machistas.
Es posible encontrar hombres que ante el asesinato de la wawita en Santa Cruz (Mei Lin Mamani) puedan llorar, pero no se puede negar que dentro de la socialización de los varones usar a las compañeras prostitutas no es motivo de llanto ni reflexión. Es “normal” que los hombres tengan entre sus fantasías sexuales la violación de mujeres, aunque nunca la concreten.
La pornografía es la “educación sexual” de los varones. Las conversaciones en los bares y boliches donde se reúnen hombres de todas las clases sociales están llenas de chistes machistas y comentarios sexistas. Los talleres mecánicos y carpinterías, al igual que la propaganda de los empresarios e intelectuales, están plagados con mujeres desnudas en posiciones insinuantes, como para decir: ahí está, pues, ellas son las que provocan.
La salud no sólo es cosa de atender la enfermedad biológica, esa es una parte. La salud nos conecta con el vivir bien; es decir, con nosotras mismas, con nuestros cuerpos, con los cuerpos de las otras y otros, y con la naturaleza. El machismo legitima la violencia hacia las mujeres y nos está destruyendo.
Tenemos que hacernos responsables de lo que nos pasa, porque las wawitas, las niñas, las mujeres, las jóvenes golpeadas, violadas, asesinadas son nuestro propio cuerpo comunitario, somos nosotras y nosotros mismos.
Así como nos duele que a un hermano indígena lo humillen por racismo, así como lloramos la muerte del compañero Chávez, o así como nos da rabia el asesinato del Che Guevara, igual nos tiene que doler lo que pasa cotidianamente con las mujeres.
Ninguna revolución ni proceso de cambio se puede hacer mientras la sexualidad sea un tabú que no se toca; mientras se sigan escandalizando los y las machistas patriarcas de nuestros pueblos cuando las mujeres planteamos como un hecho de salud pública la ley de derechos sexuales y reproductivos.
¡Dejen de ser hipócritas!, paremos con educación sexual toda esta violencia hacia las mujeres, quienes, desde wawitas hasta ancianas, estamos marcadas como propiedad de los hombres, los jueces, los partidos, los Estados, etc.