- Comprendiendo el proceso de cambio
Fernando Huanacuni Mamani / cambio.bo
Anteriormente nos referimos a la diferencia entre un movimiento social y un movimiento indígena originario y a la importancia de reconocer esta diferencia. Hoy sentimos la necesidad de volver a hacerlo, porque comprobamos que lo que le falta a algunos sectores de los movimientos sociales es saber hacia dónde van; resulta triste confirmar que sus luchas se reduzcan a reivindicaciones meramente salariales y sectoriales.
Ya lo habíamos observado en el caso de los maestros, ante la ausencia de propuestas educativas que busquen devolver a los niños y jóvenes de nuestro país una conciencia histórica e identitaria, pero además resistiéndose a cualquier cambio que afecte sus intereses particulares.
Preocupa comprobar lo mismo de hermanos mineros, obreros y otros, cuando en un momento de la historia especialmente los mineros demostraban una lucidez y una conciencia muy amplia en sus luchas, cuando la prioridad era el país y no solamente un sector. Es por eso que insistimos en que hay un elemento central que se debe reorientar desde los movimientos sociales en la actualidad: su horizonte.
Para saber hacia dónde vamos, necesitamos saber de dónde venimos, y esa respuesta la vamos a encontrar en nuestra identidad. Al identificar las fuerzas que intervienen en un proceso de cambio, a menudo se generaliza denominándolas “movimientos sociales”. Pero los movimientos indígena originarios están sustentados en una ideología clara a partir de una identidad.
El proceso del año 1952 intentó que nos olvidáramos de nuestra identidad ancestral, para sumirnos en identidades únicamente productivas: fabriles, mineros, obreros, campesinos, etc. Muchos hermanos conformaron movimientos de lucha, que tuvieron siempre una participación decisiva en nuestro país para defender nuestros derechos y los derechos de la patria.
Sin embargo estos movimientos se conformaron bajo una estructura sindical, que al final es una estructura occidental, que no ve necesario recuperar nuestras raíces ni forma de vida por ser “contraria a toda idea progresista”.
Bajo la estructura occidental, la lógica de pensamiento es individualista, desintegrada y dialéctica. Por lo tanto, antes de ver los intereses del conjunto se protegen los intereses particulares de grupo o de sector, no se concibe que para que una de las partes esté bien, el conjunto tiene que estar bien, y que en el momento de resolver conflictos las partes se convierten en opuestos, y al entrar en lucha de opuestos una parte debe someter a la otra.
El mayor legado que nos dejaron nuestros abuelos y abuelas es su sabiduría. Y, dentro de esa sabiduría, principios que permiten una comprensión más amplia de la vida, que no busca la confrontación; sí busca el equilibrio, y para equilibrar a veces es necesario remover profundo, pero siempre cuidando el conjunto. No por ser mineros u obreros o maestros dejamos de ser aymaras o quechuas. Al negar nuestra identidad nos negamos todo ese legado que hoy nos permitiría caminar con sabiduría.
Y no es que el movimiento indígena sea más sabio, pero ya reconoció sus raíces y eso le abre todas las puertas para recuperar su fuerza, que no es una fuerza sólo material. Ahora el movimiento indígena tiene que profundizar en las prácticas comunitarias políticas y organizativas; porque no es sólo tener rostro indígena, ni reconocerse indígena, debemos movernos bajo una lógica distinta a la occidental, lógica a la que nuestros abuelos tanto resistieron.
Hoy nos preguntamos si es que algunos hermanos de los movimientos sociales no se dan cuenta de cuánto ha costado comenzar este proceso de cambio o es que deliberadamente están sirviendo (o sus dirigentes) a otros intereses. Esperemos que no sean los protagonistas de haber paralizado un proceso de cambio que ya se puso en marcha y que nos permite ponernos de pie y recuperar la dignidad.
Este proceso de cambio es tan importante que no puede medirse en cinco o diez años, es un proceso generacional. Hemos logrado arrancar el poder de manos de aquellos que sólo trabajaban por sus intereses y podemos identificarlos claramente tanto en Bolivia como en el continente, porque la derecha es un movimiento compacto y aún vigente. Y no podemos permitir que regrese, pero mucho menos actuar como ella lo hizo.
Este proceso de cambio no puede ni debe debilitarse por cuestiones circunstanciales o sectoriales, más bien debemos fortalecerlo, y eso exige ampliar nuestra mentalidad y conciencia y tener una mirada larga de la historia, porque ésta no es sólo una página de nuestra historia, hemos logrado cambiar el curso de nuestra historia.
Ante la devastación que sembraron el capitalismo y el egoísmo de unos cuantos, sabemos que este proceso está fortalecido por la Pachamama, por lo que es irreversible e incontenible, y también por eso no atañe sólo a los bolivianos, el continente y el mundo entero lo estaba esperando y lo está acompañando, porque representa una esperanza no sólo de un nuevo modelo de gobierno o de nuevas personas, es la esperanza de un cambio paradigmático.
Si algunos sectores no son capaces de tener una conciencia comunitaria, que tengan al menos una conciencia social, velando por el conjunto y reconociendo lo trascendente que es principalmente para nuestros hijos, nuestros nietos y para la vida, por lo que desde el movimiento indígena originario seguiremos cuidando y defendiendo este proceso de cambio.