- Lo que esconde la decisión de no entregar a Goni
Suena curioso y ridículo el argumento del Departamento de Estado de Estados Unidos sobre la no extradición del ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada a Bolivia cuando señala que no tiene responsabilidad directa sobre la masacre de octubre de 2003.
Juan Carlos Zambrana Marchetti/cambio.bo
La decisión de Estados Unidos de rechazar la extradición de Gonzalo Sánchez de Lozada contiene varios elementos que la comunidad internacional debiera tomar en cuenta para las futuras relaciones con Estados Unidos.
En el aspecto jurídico se demuestra una subordinación de la justicia a los intereses políticos. Las menciones poéticas de la independencia y neutralidad de la justicia es puramente retórica en un país donde el presidente nombra con la aprobación del Legislativo a los jueces de la Corte Suprema de Justicia, y al fiscal general, quien en este caso tomó la decisión.
Argumentar que el Presidente no es responsable de los actos de sus militares es el recurso más infantil que se le puede ocurrir a alguien, cuando todos saben que el presidente es el Comandante General de las Fuerzas Armadas de la Nación.
Lo que sucede es que si Estados Unidos lo admite así de abiertamente, George Bush, tendría también que ser juzgado por crímenes contra la humanidad, junto con Richard Cheney, Donald Rumsfeld, Condoleezza Rice, y toda una serie de neoconservadores.
Al presidente Lugo le hicieron un golpe de Estado mediante un juicio político, por 17 muertes ocasionadas en un desalojo ordenado por un juez. El Presidente nada tuvo que ver en esas muertes, pero Estados Unidos jugó y sigue jugando su juego político con los golpistas que ahora son gobierno.
En el caso de Sánchez de Lozada, la orden salió directamente del Palacio de Gobierno y fue de usar armas letales en una acción que obviamente provocaría confrontación. La excusa legal de Estados Unidos es tan burda y tan cínica que es ofensiva a la razón y a la inteligencia.
En el aspecto político se demuestra el grueso error de cálculo al mantenerse Estados Unidos, en estos tiempos en que los pueblos son ya los protagonistas en la política, del lado del statu quo, del abuso de los grupos de poder, del saqueo de los recursos naturales de los países pobres y del crimen perpetrado contra sus pueblos. Eso es simplemente proteger al criminal pisoteando a la humanidad y al derecho a la vida.
Un error incluso desde el punto de vista meramente político, considerando el momento por el que pasa Estados Unidos, además de la profunda crisis moral económica y de credibilidad por la que está pasando el capitalismo desregulado, voraz, depredador y acumulativo.
Esta decisión desnuda también el profundo aunque solapado racismo que todavía no se puede superar en Estados Unidos, donde el valor de la vida no es un estándar universal aplicable a todo ser humano.
La vida tiene un valor diferencial para el Gobierno estadounidense, y eso se lo implanta en la mente a su pueblo mediante la manipulación mediática que nadie llega aún a reconocer abiertamente. Eso quedó demostrado en el inmenso dolor que sentía el pueblo estadounidense durante la guerra de Irak por la muerte de cerca de 4.000 soldados de ese país.
La manipulación de la prensa y del gobierno de George Bush, al esconder de la vista del pueblo el dolor humano producido por la guerra, sumió al pueblo en un estado de alejamiento de su humanidad, que se reflejó en la carencia de empatía para sentir de cerca el dolor de un millón de muertos del pueblo de Irak, entre hombres, mujeres y niños, gran parte de los cuales cayeron en bombardeos indiscriminados.
Por diseño de los grupos de poder que hace tiempo se adueñaron de la democracia en Estados Unidos, al pueblo se lo mantiene creyendo que es “el pueblo” de un Dios guerrero, y que por lo tanto su relación personal es con Dios más que con el resto de la humanidad, la cual es vista como la masa que se debe conquistar por la fuerza, si fuese necesario, para poner al servicio de ese Dios.
Esa carencia de empatía está muy clara en la decisión con respecto a la extradición de Sánchez de Lozada, porque no es ningún secreto que a la corporatocracia que gobierna detrás del trono le importa un comino que hubiesen muerto 67 indígenas bolivianos. Si por ellos fuera la decisión, mejor que se murieran todos, así se limpia el país de antiimperialistas, y ellos pueden imponer libremente sus depredadoras políticas neoliberales.
Si en lugar de indígenas los muertos hubiesen sido 67 ciudadanos blancos estadounidenses, a Gonzalo Sánchez de Lozada lo hubiese colgado el mismo presidente Bush, en un circo mediático y en “defensa de la democracia y de la vida”, como hicieron con Saddam Hussein.
Estados Unidos simplemente escoge políticamente a quién entrega y a quién no entrega. Slovodan Milosevic fue procesado como criminal de guerra, sin objeción de EEUU, aunque no era jefe militar. Tampoco lo era Hitler, ni Joseph Goebbels. A Al Assad en Siria lo han amenazado con lo mismo, aunque no es militar.
Igual con Gadafi, que, aunque fue militar, no tenía un puesto oficial militar durante la guerra contra Siria. Con mucha agilidad Estados Unidos mandó como paquetes una gran cantidad de detenidos en el Medio Oriente, a otros países para que fueran torturados, violando de paso el tratado internacional contra la tortura.
A Sánchez de Lozada sencillamente no lo van a deportar porque es “uno de ellos”. Lo ven como un aliado prominente que aplicó las políticas abusivas del “consenso de Washington”, el cual no es más que la careta financiera del neocolonialismo estadounidense.
El Departamento de Estado, por lo tanto, no encuentra justificación valedera, ante los dueños del poder, para entregar a uno de sus más leales servidores. Esta clase de presidentes extranjeros traidores a su propia tierra son los accesorios más útiles del imperialismo.
Bolivia tendría que analizar muy detenidamente la conveniencia de continuar dejándose embaucar con la diplomacia estadounidense. Nunca funcionó el amor unilateral, y tampoco existirá beneficio equitativo en esa relación mientras Bolivia mantenga en Washington una embajada con diez personas, y Washington cerca de 900 personeros y “asesores” de todas sus agencias operando desde la embajada en La Paz, para un país pequeño de apenas diez millones de habitantes.
Estados Unidos, muy hábilmente, distrajo a los bolivianos con la retórica de diplomacia de “igual a igual”, mientras Bolivia ratificaba el nuevo acuerdo marco para las relaciones. Una vez aprobado, lo cual equivale a meter el pie en la casa boliviana, de inmediato tiran el batacazo del rechazo a la extradición, para marcar nuevamente las diferencias de poder, y demostrar que, cuando de poder se trata, esos dos países definitivamente no son iguales.
Es lamentable que en la era de la razón y el protagonismo de los pueblos prevalezca aún la diplomacia del vaquero. “Hablar suave y llevar un garrote grande”, el famoso dicho del republicano Theodore Roosevelt. Frase que fue rescatada varias veces de las cenizas de la historia, primero por Reagan y luego por George W. Bush.
Exaltada por este último, podríamos decir sin miedo a equivocarnos, porque la frase fue grabada en una placa de bronce para ser expuesta en el escritorio de la oficina, en el Pentágono, de Donald Rumsfeld, ministro de Defensa con el fin de ilustrar claramente y con orgullo la filosofía de la política exterior republicana.
Evidentemente, es muy difícil establecer relaciones diplomáticas de igual a igual, entre dos gigantes de diferentes eras, y con valores tan distintos: el gigante del poder económico y la guerra, y el gigante de la humanización en la política. Por lo menos, así lo demuestran los hechos.