- Juana Azurduy y los indios
Idón Moisés Chivi Vargas
El 24 de mayo de 1862, mientras los preparativos para el festejo del 25 eran materia de élites criollas en Bolivia, fallecía Juana Azurduy de Padilla: La Juana de América. Moría pobre, acompañada de unos cuantos indios y un cura. Era amiga, muy amiga de los indios, por ellos había luchado y vivido luchando, ése era su pecado.
De nada sirvió que viviera haciendo patria, regalando libertad, procurando igualdad. De nada valió, murió pobre, desamparada, murió por esos indios que eran la base y sustento de la guerrilla dirigida por Manuel Ascencio Padilla, su esposo de armas (eran 6.000 indios en 1816). Los poemas de Juan Huallparrimachi son testigos de esa historia, hasta Indalecio que la enterró sin conseguir unos centavos para su sepultura lo sabía muy bien.
Mientras la Culta Charcas se aprestaba a festejar el 25 de mayo, lo hacía repeliendo a lo mejor que dio esa tierra: Juana de América.
El pecado de esos guerrilleros heroicos son las libertades que obtuvieron aquellos que nunca dieron nada y del cual hoy medran cada 25 de mayo.
Y los que nunca dieron nada son esos “doctores dos caras con cerebros retruécanos”, como los categorizó acertadamente René Zavaleta Mercado (1967), esos “doctores” hoy como ayer dicen lo que no hacen, hacen lo que no dicen, pregonan como fariseos cuando anuncian lo que anuncian.
Sí, efectivamente, eso ocurrió entre el 24 y 25 de mayo de 1862, Juana de América se enterraba el 25, los doctores dos caras, ni siquiera presenciaron el sepelio, estaban demasiado ocupados en celebrar una victoria ajena.
Festejaban una victoria de indios. Victoria escamoteada por criollos, hijos de españoles con costumbres de españoles, ni más ni menos.
Después de 146 años, los indios son las víctimas de siempre
Allá por los días de 2007 en que la Asamblea Constituyente sesionaba en la Culta Charcas —al igual que en 1826— se pudo percibir con absoluta claridad, la aversión neocolonial a lo indígena, lo hicieron de modo burdo y grosero. Sacando su español ficticio y negando a la india o indio que llevan en su sangre, que todos llevamos en nuestra sangre, y que no es la mitad como algunos ilusos se lo imaginan.
El 24 de mayo de 2008 es la evidencia histórica de que el racismo, como expresión del conservadurismo, sigue vigente. Es la evidencia histórica de que el racismo vive en la psicología de quienes se sueñan sangre española, purísimamente española.
Los 18 indígenas flagelados, obligados a pedir perdón de rodillas en plena plaza de la libertad, una libertad que la conquistaron indios levantiscos. Es la señal más palpable de los mecanismos contemporáneos de relaciones sociales de dominio.
Lo ocurrido en Sucre es una pregunta abierta a todos los científicos sociales, ¿no será que América Latina transita dolorosamente la apertura mental de relaciones sociales igualitarias y emancipadoras?, o tal vez la pregunta sería ¿cómo se derrumban mecanismos coloniales que marcan las relaciones sociales y con ello tratar de construir sociedades verdaderamente democráticas, igualitariamente democráticas?
Son dos preguntas que nacen, que emergen de lo cotidiano de una ciudad, que como la de Sucre nos ha enseñado un camino a seguir.
Pero esta pregunta queda coja si no vemos la utilidad del racismo en función política, y aquí tenemos certezas, la derecha, los comités cívicos, las prefecturas de la ‘media luna’, prensa escrita, radio y televisión de por medio, han ido construyendo mediáticamente una realidad donde lo indígena es sinónimo de perversidad, salvajismo, alcoholismo: atraso versus desarrollo.
Sucre ha sido víctima de este imaginario
Este imaginario social construido desde las poderosas usinas ideológicas transnacionales, por aquellas que sin mucho esfuerzo argumentativo, asientan ideas perversas de lo indio, lo campesino o lo originario en Bolivia, funcionan igual en gran parte de América Latina, funcionan mintiendo.
Estos imaginarios difundidos sistemáticamente son el modelo táctico con que los sectores conservadores de Bolivia y de América Latina defienden un supuesto derecho eterno de gobernar, supuesto derecho que contradice todo modelo democrático, incluso el más liberal.
Y esto es así porque los sectores conservadores no tienen idea de lo que es la democracia real, sino que cultivan democracias falseadas por el voto, voto que ni siquiera se respeta, esa es la democracia conservadora, en Bolivia, en América Latina o el Mundo, es democracia con pies de barro.
Lo estratégico no es que la derecha sea visible, sino que se invisibilice a través de los mensajes mediáticos, escondida tras las pantallas de televisión apelan al sagrado derecho a la información, desinformando; apelan a la libertad de prensa, oprimiendo a la verdad. El racismo es sólo un paso táctico más de entre muchos otros que son usados indiscriminadamente, pero con cálculos de tiempo y espacio cada vez más precisos.
En Venezuela, la defensa de la libertad de prensa, en Ecuador contra el terrorismo, en Uruguay contra el comunismo.
En Bolivia contra los indios, y un indio en especial: Evo Morales Ayma.
No por lo que es sino por lo que significa políticamente hablando.
Ése es el fondo de la colonialidad que hoy sufren nuestras naciones, no sólo es Bolivia, el problema está en Ecuador, Perú, Colombia, Chile, Venezuela, la India o el África.
Los revolucionarios de la Universidad de Córdoba, en Argentina, allá por 1918, señalaban que “los dolores que quedan son las libertades que faltan”, ésa es la dimensión de nuestras batallas futuras por las libertades que faltan…
Periodismo y lucha contra el racismo
El Código Latinoamericano de ética periodística, aprobado por el II Congreso Latinoamericano de Periodistas, realizado en Caracas, en julio de 1979, señala en su artículo segundo que el periodismo:
“Debe contribuir al fortalecimiento de la paz, la coexistencia pacífica, la autodeterminación de los pueblos, el desarme, la distensión internacional y la comprensión mutua de los pueblos del mundo, luchar por la igualdad de la persona humana sin distinción de raza, opinión, origen, lengua, religión y nacionalidad. Es un elevado deber del periodista latinoamericano contribuir a la independencia económica, política y cultural de nuestras naciones y pueblos, al establecimiento de un nuevo orden económico internacional y la descolonización de la información”.
El camino a seguir desde el periodismo está muy claro como para pasárselo por alto.