Tejiendo la memoria

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Hábiles, los dedos de Macondo Acarapi (70) recogen uno a uno los hilos dispuestos en su telar cual arcoíris de su comunidad.

Tejidos andinos. Foto: cambio.boUn punzón hecho de hueso de llama penetra, agrupa y sortea los espacios, para salir victorioso tras precisar figuras de pájaros, llamas y triángulos andinos que asemejan montañas.

«Yo empecé a hilar a mis cuatro años, pero no lanas finas, sino lo que es cama, más grueso. Casi siempre he tejido para mis hijos, para mis familiares cuando llegan de lejos», hilvana Celia Aruquipa (47), de la provincia Inquisivi, departamento de la Paz.

«Es nuestra cultura, de nuestras abuelas, de nuestras tatarabuelas».

El arte ancestral del tejido, tan propio de las mujeres en todas las culturas del mundo, cedió terreno en las culturas aymara y quechua con la llegada de telas sintéticas.

«Antes, no había las polleras de ahora, por eso teníamos que tejernos nuestra ropa, todita», dictan los recuerdos de Cristina Barreto (42).

«Estaba perdiéndose, por eso ahora estamos queriendo recuperar». Para Francisca Gutiérrez (56), del municipio de Caracollo, promover iniciativas como las ferias de exposición y venta de tejidos andinos es vital.

Campesinas, madres, esposas, abuelas y ahora también dirigentes de sus comunidades forman parte de la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Originarias de Bolivia Bartolina Sisa.

Dan vida, hacen política y cual fieles guardianas tejen creaciones surgidas de lanas originarias, coloreadas a chorros de tintes occidentales, que abrigan, que visten y que nos identifican.

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