La autocrítica necesaria:
“No basta con tener el gobierno, hay que tener el poder popular”
Alina Duarte / cocha.org / katari.org
Aunque la ultraderecha y sus grupos paramilitares buscaron impedirlo por todas las vías posibles, Luis Arce Catacora asumió la presidencia de Bolivia y Evo Morales dejó el exilio para volver a casa.
Luego de un año de profunda crisis económica, política y social, consecuencia de un golpe de Estado y un gobierno de facto caracterizado por su ímpetu represivo, racista y de corrupción, el pueblo boliviano tiene de nuevo un gobierno democráticamente electo. Con ello, se abren los caminos, debates y propuestas de acción para retomar y fortalecer el llamado “proceso de cambio” inaugurado en el año 2006 con la llegada de Evo Morales a la presidencia.
Sin embargo, más allá del demoledor 55,11% en las urnas en las pasadas elecciones del 18 de octubre, es importante señalar que Bolivia no respira vientos de continuidad sino de cambio. La resistencia, las organizaciones y los movimientos sociales se han oxigenado, renovado y fortalecido luego de decenas de muertos, perseguidos políticos y exiliados, incluido el mismo ex presidente Evo Morales.
Pero aunque Evo, su ex gabinete, el Movimiento Al Socialismo (MAS) y en general el pueblo, vuelven al Palacio de Gobierno con la cabeza en alto y con el respaldo de millones, la autocrítica parece ser la carta más fuerte que el MAS tiene para avanzar. Es también la lección más grande para ofrecer a la región y a los procesos de emancipación popular que sortean los dilemas de lo que parece esbozar una segunda ola progresista en la región latinoamericana.
La autocrítica y el poder popular
El MAS, formalmente MAS-IPSP (Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos), retorna al poder y se enfrenta a un gran reto, volver a los orígenes de lo que, si bien al exterior se proyecta o se entiende como un partido político, a lo interno se prioriza el apellido, el “instrumento político”. Este último, hoy se reconfigura para disputar el poder a la par que permita formar cuadros y combatir los rezagos del golpismo y los errores del proceso de cambio.
“Necesitamos un instrumento que nos ayude a luchar por la revolución y por el poder (…) Se sabe qué es lo que ya no queremos: racismo, oligarcas, exclusión, pero necesitamos construir con la gente el socialismo comunitario y por eso hay que seguir luchando”, dice el sociólogo y quien fuera el encargado de la formación ciudadana en la Vicepresidencia del Estado Plurinacional, Juan Carlos Pinto Quintanilla, durante una entrevista de la autora en La Paz, tres días después de los comicios presidenciales que dieron la victoria al binomio Arce-Choquehuanca.
Durante la charla, la autocrítica y el reconocimiento de los errores que permitieron que se asestara un golpe de Estado, a pesar de la solidez que se creía tener institucionalmente, es una constante, siendo fundamental en el análisis el rol de la población.
No basta con tener gobierno
“Necesitamos no solo la voluntad de la gente para sostener el proceso, también su repolitización. Significa que las dirigencias en este camino paralelo tienen que irse renovando, se tienen que fortalecer porque siempre se ha pensado que es suficiente con que estemos en el gobierno.
Se ha visto que no era suficiente hacer obras [de infraestructura] si no existe consciencia de la gente sobre lo que iban a defender, y para defender tienen que tener una percepción del horizonte político sobre el que hay que trabajar y construir con ellos. Por eso también estamos empujando el tema del poder popular como un eje importante que se debe construir, no basta con tener el gobierno. Hay que ver cómo lo descentralizamos para que el poder real esté en la gente”.
La complejidad a la que se enfrentan es evidente
El Movimiento Al Socialismo no nació como un partido y a lo interno se manifiesta la pluralidad de posturas políticas que si bien aportaron a la victoria, génesis y conformación del proceso de cambio, “el ser justamente tan diverso ha generado una debilidad de no fortalecer un eje de discusión”, dice Pinto Quintanilla.
“Todos han participado desde su perspectiva, desde su visión para construir un mundo alternativo al neoliberal pero a veces esa construcción no es suficiente en la medida en que ya en este gobierno progresista que hemos tenido. Los ejes vuelven a ser el mercado capitalista y vuelven a ser el llenar necesidades fundamentales de la gente pero no en ir más allá del capitalismo”, señala Pinto Quintanilla.
En estos claroscuros coincide América Maceda Llanque, quien forma parte del Feminismo Comunitario Abya Yala: “La autocrítica es lo que más tenemos para ofrecer”.
Agrega que “hay que ser críticas y autocríticas dentro del proceso de cambio. Si bien se han mejorado las condiciones materiales de la población, esto no ha sido acompañado por un proceso de formación política, de conciencia, de autoconsciencia y de autocrítica, y por eso también los errores los hemos tenido que pagar el pueblo boliviano”.
Cabe señalar que mientras Bolivia fue uno de los países con mayor crecimiento económico de la región durante la última década (crecimiento anual del PIB de 4.9% entre 2006 y 2019), al recorrer las calles de La Paz, las y los militantes del MAS tienen claro que el crecimiento y desarrollo económico (donde uno de sus artífices principales fue precisamente Luis Arce), no fueron suficientes para sostener un proceso que permitió, con relativa facilidad, un golpe de Estado.
Un líder comunitario al poder y el efecto de desmovilización
Pero descifrar con precisión científica y bisturí qué permitió en Bolivia un golpe de esta magnitud, no es tarea fácil. Sin embargo América Maceda esboza algunos de los factores: la desmovilización de los movimientos sociales, la burocratización y hasta la derechización de ciertos sectores dentro del Gobierno:
“Los 14 años nos han desmovilizado a las organizaciones sociales a pesar de que tenemos una historia y una memoria sindical orgánica muy fuerte en Bolivia y una lucha específicamente contra quienes tenían el poder que era una clase social dominante, una clase política que respondía a una realidad colonial, capitalista, la élite del país Unos pocos que gobernaban y que prácticamente excluían a la mayor parte de la población que era indígena originario-campesina.
Físicamente teníamos al enemigo en el Estado, en el poder (…) Identificabas físicamente dónde estaba tu enemigo, era quien ostentaba el poder”, explica Maceda. “Pero cuando uno de nosotros, un hermano, un dirigente cocalero, un dirigente indígena campesino, indígena originario, asume el poder a través de un proceso democrático, de una revolución democrática y cultural como la hemos llamado, el enemigo ya no está físicamente ahí y lo perdemos de vista físicamente.
Nos desmovilizamos, cuando en realidad el enemigo seguía ahí, seguía siendo el capitalismo, el patriarcado, el colonialismo pero no lo podíamos identificar físicamente”. Agrega que “entonces, no le podías hacer una movilización a tu compañero hermano presidente, no le podías hacer una protesta, una marcha. Yeso ha burocratizado también a las organizaciones sociales”.
Un año después del golpe, los errores, las críticas sobre el escenario previo y posterior abonan a una nueva discusión, la de las tareas y retos al que se enfrentan tras unos comicios electorales que dieron una aplastante victoria al MAS.
“Las revoluciones las hacemos los pueblos organizados”
“La tarea de las organizaciones sociales era seguir profundizando el proceso de cambio, seguir mandatando, decirle al gobierno, que es compañero y amigo, qué es lo que tenía que hacer y esa es la parte que nos toca ahora asumir a nosotros.
Si bien el gobierno como tal se ha burocratizado y se ha derechizado en su momento con políticas que eran contradictorias con lo que se planteaba del vivir bien -errores que se han cometido-, por otro lado, la población, las organizaciones sociales, los movimientos sociales han entrado en esa lógica de querer ser gobierno cuando la tarea fundamental para nosotras por lo menos, es hacer la revolución democrática cultural que es el camino que hemos elegido como proceso de cambio boliviano porque sabemos que los gobiernos no hacen las revoluciones, las revoluciones las hacemos los pueblos, los pueblos organizados”.
Según este análisis, ser un “movimiento de movimientos” que conquiste el poder popular, sigue siendo un gran reto.
Los otros factores clave
A veces dejados de lado, no quisiéramos omitir dos factores a consideración sobre todo para ser tomados en cuenta para quienes adoptan una agenda anticapitalista, antiimperialista, antifascista, en defensa de la vida, en distintas latitudes del planeta.
El primero, es la solidaridad internacional. La necesidad de replantearse la existencia de organismos internacionales y regionales como el ALBA y la UNASUR, desarticulados por gobiernos de derecha en la región que por su parte se reconfiguraron en torno a la injerencia e intervencionismo como la Organización de Estados Americanos y su Grupo de Lima, retumbó fuerte.
La necesidad de que México tomara una postura decisiva y sin titubeos durante el golpe de Estado y a una Argentina que recién llegaba al poder mediando la salida de Evo Morales por su territorio, deberían encender todas las alertas de que sin organización internacionalista, la desarticulación fascista e imperialista de las batallas progresistas es más fácil.
Pero no sólo a nivel gubernamental, la solidaridad internacional mostró que la presión en embajadas, debates, pronunciamientos y campañas en redes sociales ejercieron en primer término una visibilización del golpismo y en segundo, una presión clave sobre organismos y gobiernos orquestadores o legitimadores de las atrocidades del gobierno de facto de Jeanine Añez.
El segundo factor, pero no menor, fue el del periodismo que se negó a llamar “renuncia” al golpe de Estado, que a pesar del bloqueo mediático internacional disputó las narrativas impuestas por los grandes medios corporativos y organismos internacionales voceros de los intereses de la oligarquía.
Mientras el gobierno de facto apresuró el paso en sacar del aire a medios internacionales como Telesur y RT, y en cerrar estaciones de televisión y radio e imponer una nueva línea editorial en los medios de comunicación, las redes sociales lograron romper el cerco mediático. Medios como Kawsachun Coca y su versión en inglés Kawsachun News, autofinanciadas por las Federaciones del Trópico de Cochabamba, pese al asedio, continuaron su labor.
Los riesgos post-golpe
Estar resistiendo un golpe de Estado les ha fortalecido ante los planteamientos, sobre todo en redes sociales, sobre la posibilidad que la administración de Arce-Choquehuanca pueda llegar a tratarse de un gobierno reaccionario como el de Lenin Moreno en Ecuador: las risas de quienes han estado en las barricadas no se hacen esperar.
A lo interno del MAS, en las calles y en su militancia parece no existir siquiera ese temor. El proceso de cambio busca descentralizarse. Si bien por una parte tienen dirigentes, por otro, tienen bases movilizadas.
No obstante, los riesgos sí existen. Los grupos de ultraderecha continúan organizados. Con oraciones, amenazas, bloqueos y/o armas, intentaron neutralizar la victoria popular y aferrarse a un golpe de Estado a todas luces derrotado.
Con símbolos nazis y discursos de odio, el Comité Cívico Santa Cruz y la Juventud Cochala han encabezado la defensa golpista asegurando sin pruebas, como un año atrás, que en el pasado 18 de octubre se ha orquestado un fraude. Y aunque el mismo Tribunal Supremo Electoral, la Organización de Estados Americanos y hasta el Departamento de Estado de EE. UU. les ha dado la espalda, no cesan de clamar anomalías electorales.
Las acciones de los grupos de ultraderecha no se reducen a declaraciones, bloqueos o rezos. Aún desconociendo a los autores materiales e intelectuales, la noche del 5 de noviembre, es decir, una semana después de los comicios electorales, se registró una explosión en la sede de campaña del Movimiento Al Socialismo en La Paz, mientras el entonces candidato electo Luis Arce se encontraba adentro.
Acabar con la impunidad de la que gozaron estos grupos paramilitares también deberá estar en la agenda del gobierno entrante.
Posdatas para el presente y futuro
A su regreso a Bolivia, el pasado 9 de noviembre, frente a cientos de personas que le esperaban en la frontera argentino-boliviana, Evo resumió los retos inmediatos:
“Vamos a seguir trabajando. Ahora lo que nos toca es cuidar a Lucho (Luis Arce) Presidente, defender nuestro proceso de cambio. La derecha no muere, no duerme. El imperio siempre está mirando nuestros recursos naturales, pero con esta experiencia, con más fuerza [se] acabaron los tiempos de llorar sin organizarnos.
Como siempre, parir nuevos programas sociales, nuevas políticas económicas, vamos a levantar con Lucho nuestra economía, una economía fundamentalmente al servicio de la gente más humilde”.
Y es que bien el golpismo fue derrocado, aún falta combatir sus rezagos tanto en las fuerzas militares, como en una sociedad profundamente golpeada social y económicamente. Faltará echar abajo las barreras de una democracia burguesa que impide el avance y consolidación del poder popular, del socialismo comunitario, del llamado Buen Vivir, del Sumak Kawsay (quechua), del Suma Qamaña (aymara).
Construir dirigencias que manden obedeciendo, que se encuentren a la altura de una sociedad consciente y con las heridas del fascismo a flor de piel. Una reestructuración de medios de comunicación comprometidos con la emancipación de los pueblos.
Fortalecer la solidaridad internacionalista tanto gubernamental como entre militantes a favor de la vida y de ese otro mundo posible. Todos estos son algunos de los puntos que hoy Bolivia, quien dio una muestra histórica de dignidad al mundo, aún tiene en el tintero.
Si quienes militan por la vida y ese otro mundo posible desde el periodismo, la academia, los barrios, las fábricas, las organizaciones y movimientos sociales, las comunas y las distintas trincheras dentro y fuera de las instituciones, no rescatan los errores, críticas, los debates y lecciones de quienes vencieron al fascismo en pleno siglo XXI, que no nos sorprenda que la ultraderecha, con un nuevo rostro, vuelva a costarnos sangre, muerte y desesperanza.