¿Biblia mata Whipala?
Lido Iacomini / rebelion.org / katari.org
El golpe contra el legítimo gobierno de Evo Morales que aún se está llevando adelante en Bolivia contó con la intervención, entre otras, de las llamadas «iglesias evangélicas» o «neopentecostales».
Ariete religioso en la construcción simbólica del «enemigo», identificado con el diablo, explotaron la antigua grieta racial transformando a los pueblos indígenas en los salvajes herejes de creencias primitivas contrapuestos al pueblo de Dios, portador de la Biblia, por supuesto los blancos.
El “único Dios verdadero” versus la Pachamama. Pretenden construir una grieta entre la Biblia y la Whipala.
El sincretismo religioso perverso fue construido con una mixtura de cristianismo primitivo de rasgos extraídos de la Santa Inquisición con el más crudo racismo digno del apartheid.
Manipulación y financiamiento de la CIA mediante, en Bolivia pasaron de cumplir su función de aglutinamiento de una fanatizada turba política derechista, a grupos de choque dispuestos a una caza de brujas en formidables jornadas de violencia.
Muy semejante a Al Qaeda o el Isis mediorientales trasladados al territorio boliviano, siempre operados y financiados por igual por los EEUU. Hay quiénes, como la prestigiosa Rita Segato, afirman que justamente lo que buscan es crear un escenario semejante al que desestabilizó a Medio Oriente.
En el caso de Bolivia la utilización de la grieta de identidad, profundizada con la excusa religiosa, sirvió para detonar una violencia y un clima destituyente que eclosionó con la renuncia de Evo Morales y Alvaro García Linera.
Pero los desbordes racistas infrigiendo humillaciones a las comunidades indígenas han generado una reacción que incluso va más allá de la defensa del liderazgo del Evo y de su investidura presidencial.
La quema de la Whipala radicaliza el conflicto político en Bolivia. Y por supuesto Evo es consustancial a la creación de la República Plurinacional de Bolivia y la labor de recuperación de la dignidad identitaria que implicó.
Pero la arremetida Biblia en mano, cual lanza de cruzados de la Santa Inquisición, retrotrae 500 años a un escenario con Hernán Cortes lanzado a la conquista del territorio de los salvajes. Un escenario improbable para estabilizar un Golpe de estado.
Tampoco el marco general es favorable al neoliberalismo, que en última instancia es de lo que se trata. Fracasadas las recetas económicas del FMI, agotada la etapa de creación de ilusión neoliberal con el estallido popular en Chile, que hizo trizas el ejemplo del modelo, para el imaginario de los actuales líderes del imperio en decadencia, es la oportunidad de los Bolsonaro, los Camacho o en el «mejor» de los casos de los Pichetto y especialmente del temor sembrado a su alrededor. Pero su cosecha real es la respuesta cada vez más airada de los pueblos y el enrojecimiento de la confrontación.
Para completar la caracterización del momento debemos decir que al desencanto del fracaso económico del modelo se le suma el deterioro extremo de todo el andamiaje institucional, el de las democracias tuteladas, en eterna transición hacia una democracia liberal que no satisface a los movimientos populares y que nunca siquiera llega a ser auténticamente liberal.
No es una simple suma sino la interrelación lógica entre la economía y la política en el momento de la finalización en ciernes del ciclo o etapa del modelo neoliberal. Es decir del momento de la verdadera transición entre un mundo que muere y otro que no acaba de nacer.
Bolivia ante su condición: clasismo, racismo y golpe
Oscar Soto
Cuando Eduardo Galeano graficaba la colonización de forma sencilla –no por ello simplona-, decía:
«Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: ‘Cierren los ojos y recen’. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia».
En la constelación de la dominación indígena y el despojo latinoamericano se enuncian la política y la religión. La política como instrumento de coerción y la religión como forma de domesticación. No es muy difícil identificar el saldo de ese ejercicio político-religioso: pueblos indígenas silenciados (es más justo decir masacrados) y cosmovisiones ultrajadas.
Finalmente, luego de infinidad de intentos, se concreta por estas horas un obsceno y perverso Golpe de Estado sobre una de las revoluciones culturales y sociopolíticas más virtuosas en la historia del capitalismo periférico reciente.
La osadía del MAS (Movimiento al Socialismo), como un emergente político de la resistencia campesina-indígena en Bolivia, es mucho más trascendente que lo que nuestros registros “democráticos” pueden apuntar: el proceso de irrupción popular en Bolivia expresa una impugnación al ejercicio político de las clases dominantes, por un lado; y el reconocimiento de espiritualidades hegemonizadas, por otro.
Las razones del Golpe
Tal como lo demuestra su originalidad de lucha, el gobierno de Evo consolida un bloque de poder subalterno en ejercicio de funciones estatales.
La nacionalización de los hidrocarburos y la convocatoria de una Asamblea Constituyente, o la finalización de los negocios que le representaban a Bolivia una sangría económica histórica y la soberanía energética y política sobre los recursos propios del territorio andino, explican los motivos de la empresa fascista por estos días.
No en vano, Luis Fernando Camacho y su familia (parte de la oligarquía monopólica boliviana, afectada por las medidas de Evo que consagraron el acceso a los servicios de gas y energía como un derecho social gestionado por el Estado) lideran este proceso de desestabilización.
Otra de las causales de este momento fundante del epicentro racista y de clase en Bolivia, remite a una vieja querella: el cristianismo dominador occidental, como sustento religioso del imperio, no pierde productividad cuando de construir hegemonía se trata.
La irrupción de un indio-militante en el gobierno de un país que pasó de ser el más pobre de Nuestra America, a constituirse en uno de los que mejores resultados económicos y sociales exhibe (en un contexto regional que es una lágrima), ha implicado que la anquilosada religión del imperio deje de ser oficial y que la mística de la pachamama también recorra los palacios oficiales de Bolivia.
Lo de Evo en el poder es también una cuestión ancestral que, solo para empezar, merece una matemática de 500 años.
Los dos componentes que repelen la revolución boliviana se llaman clasismo y racismo. Ambos expresan una forma de política y religión contrapuestas.
El clasismo de esos sectores económicos corporativos actúa el mejor libreto de Trump y se animan con los Bolsonaro y los Macri en la región, en una Bolivia rica en litio y recursos naturales. Y el racismo antiindígena histórico, que fundó parte de los territorios latinoamericanos negando y quemando los colores infinitos del rastro aborigen (no por nada hoy se incinera la whipala como gesto de revancha).
Walter Benjamin solía decir que “ni los muertos estarán seguros ante el enemigo si éste vence…y es ese enemigo que no ha cesado de vencer”.
Lo que ahora le espera al pueblo pobre boliviano, a Evo Morales, a Álvaro García Linera, a las organizaciones campesinas, sindicales y movimientos sociales, no es ver vencer a los viejos enemigos de Nuestra America, sino rearmar con paciencia esa veterana esperanza que camina por América Latina.
Oscar Soto
Politólogo. Facultad de Ciencias Políticas-UNCuyo / CEFIC-Tierra (UST-Movimiento Nacional Campesino Indígena)
La revolución de las wiphalas
Noelia Carrazana / redeco.com.ar / katari.org
Y en horas, el mundo se encontraba redescubriendo la existencia de este emblema. Y en varios lugares impensados del planeta apareció flameada, por ejemplo en la junta de Distrito de Centro de Madrid o en las manifestaciones espontaneas del día domingo a la noche en contra del golpe militar en varias zonas de Argentina.
“Fanáticos, locos, pero, ¿qué les pasa?”, enviaban a los grupos de Whatssap de oposición boliviana el domingo por la noche cuando ya había cabildos y pronunciamientos en varias comunidades campesinas y en la zona del Alto. Se veían tantas lágrimas como rabia en los testimonios del pueblo aymara.
Para dimensionar la humillación que implica quemar este símbolo, imaginemos una escena donde al asumir Evo Morales Ayma a la Presidencia en el 2005, a los gritos en el palacio Quemado hubiera trasmitido, en cadena nacional, el comienzo de la quema de biblias o la destrucción de todos los símbolos católicos. ¿Cómo hubieran sentido esa acción irrespetuosa los creyentes católicos del mundo?
Esta ebullición que comenzó a hacerse sentir en el la zona del Alto, al cántico “el Alto de pie, nuca de rodillas” fue creciendo de tal forma que, a última hora del domingo, el mismo Camacho, quien horas antes arengaba con sacar el símbolo de la vida institucional boliviana, pidió en su cuenta Facebook parar con la vejación y explicó:
La “Wiphala no representa a Evo Morales, ni a su movimiento. Respetemos a quienes se sientes representados con su bandera…”, pero ya era tarde, como dicen los alteños, “el león dormido del Alto se despertó, y ya a más de 48 h sigue rugiendo a pesar de los muertos y desparecidos que nos oculta el gobierno inconstitucional de Bolivia.
¿Qué significa?
“La tricolor es símbolo de la unidad de nuestra querida Bolivia y la Wiphala es el emblema de la diversidad e igualdad con la identidad de todos los pueblos indígenas. Ningún miembro de la Policía puede mellar esos símbolos patrios; quien lo hace, actúa con el racismo de Mesa y Camacho”. Ese fue el Tweet de Evo Morales en respuesta a la humillación que sintió su pueblo.
«Nunca más volverá la Pachamama, volvió la biblia”, gritó el domingo Fernando Camacho, líder de la oposición boliviana, luego de ya consumado el golpe de estado. A partir de ese momento, comenzaron a mostrar por redes sociales cómo los policías despegaban y cortaban la Wiphala de sus uniformes, también se comenzó, en cadena, a bajar las Wiphalas de las instituciones bolivianas y a quemarlas y decir palabras humillantes hacia estos dos símbolos indígenas.
La Wiphala es el emblema del Tawantinsuyu, el territorio que abarcaba la civilización inca, que geográficamente iba desde el sur del Ecuador hasta el norte de la Argentina. Dentro de este espacio, existen cuatro tipos de Wiphalas en Sudamérica: la Collasuyu, en Chile, la Argentina, Bolivia y el Perú; la Antisuyu, en Bolivia, el Perú, Ecuador y Colombia; la Chinchasuyu, en el Perú, Ecuador y Colombia y el Cuntisuyu en algunas zonas del Perú. Cada una tiene un color diferente en la banda diagonal del centro.
Entonces, cuando el domingo se quemó ese símbolo ancestral se ofendió todas las naciones indígenas que habitan en el espacio antes mencionado, lo cual nada tiene que ver con el partido político del Movimiento al Socialismo (MAS).
El estandarte de la Wiphala tiene una forma perfectamente cuadrada, dividida a su vez en siete cuadrados por lado que hacen que el total de cuadrados sea 49. Dentro del emblema, se hallan representados los colores del arcoíris puestos de modo diagonal.
Esta simbología y los trazos se encuentran estrechamente relacionados con la chakana andina, ya que crea el ordenamiento paritario al mundo cosmogónico andino desde la dualidad masculino-femenina o yanantin y desde la doble dualidad o tawantin dividida en cuatro cuadrantes.
Según la explicación de Arnaldo Quispe, la palabra Wiphay es voz de triunfo, usada hasta hoy en las fiestas solemnes y en actos ceremoniales, por su parte lapx-lapx producido por el efecto del viento, que origina la palabra laphaqi, ‘fluir de un objeto flexible’. Juntando los dos sonidos Wipahy-Lapx, tenemos la Wiphala. La terminación “-px” se perdió por el efecto de la pronunciación de la palabra.
Aunque parezca difícil de entender, el concepto de la Wiphala en el mundo andino precolombino no ha existido como el concepto de “bandera” como tal, y más bien todo apunta a la existencia de un emblema a modo de estandarte cuadrado, tal como viene reproducido en la actualidad.
La evidencia más coherente de este emblema se encuentra dentro de los vasos ceremoniales K’ero o Quero, en los cuales se aprecia claramente una fila de personas, una de las cuales porta consigo un estandarte cuadrado con la forma de la Wiphala.
Sin embargo, en la actualidad, son los pueblos aymaras bolivianos los principales sostenedores de la existencia de la Wiphala desde tiempos remotos, y, por si fuera poco, se ha convertido en un patrimonio y en un emblema nacional del Estado Plurinacional de Bolivia. Esta es la razón por la que la Wiphala del Collasuyu es la más difundida dentro de las naciones andinas, que se caracteriza por la diagonal.
Cada uno de los siete colores que la componen representa un significado. El rojo es el planeta Tierra, la expresión del hombre andino. El naranja es la sociedad y la cultura, la preservación y procreación de la especie humana. El amarillo es la energía y fuerza, expresión de los principios morales. El blanco es el tiempo, la expresión del desarrollo de la ciencia y la tecnología, también del arte y el trabajo intelectual. El verde es la economía y la producción andina, riquezas naturales de la superficie y el subsuelo, la flora y fauna. El azul es el espacio cósmico, el infinito, la expresión de los sistemas estelares y los fenómenos naturales. Por último, el violeta es la política y la ideología andina, la expresión del poder comunitario y armónico de los Andes.
Ese león dormido que se levantó logró revertir la intención de la oposición boliviana que, con su racismo radical, intentó, como en los momentos más oscuros de la conquista de América, desaparecer los símbolos indígenas.
En horas en que el mundo se encontraba redescubriendo la existencia de este emblema y en varios lugares impensados del planeta, apareció flameada, por ejemplo, en la junta de Distrito de Centro de Madrid o en las manifestaciones espontaneas del día domingo a la noche en contra del golpe militar en varias zonas de la Argentina.
Ver en pdf >>> La Wiphala es el Símbolo Andino