Redoble de botas fascistas en La Paz
Luis Varese / alainet.org / katari.org
No importa que el Gobierno del Presidente Morales haya tenido el más alto nivel de crecimiento económico de Suramérica
No importa que millones de bolivianos salieran de la pobreza.
No importa que la estabilidad política haya sido un triunfo democrático de los sectores indígenas y más pobres del país.
No importa ni siquiera que el Movimiento al Socialismo, el partido de Evo Morales y Álvaro García Linera ganara las elecciones por más de 10 puntos.
Nada de ello importa. Lo que interesa de verdad es que el gas, el litio, el oro, la plata, el estaño, el agua y la mano de obra semiesclava vuelvan a manos privadas. Eso es lo único que interesa.
Ni derechos, ni democracia, ni la creación de un Estado Plurinacional en realidad le importan a la oligarquía boliviana o a la OEA. Tampoco le importan a la Policía y a las Fuerzas Armadas de Bolivia.
Volvemos a los mandos de los arrodillados frente al Imperio, serviles de los poderes oligárquicos, generales de pacotilla que para lo único que sirven es para reprimir a sus pueblos y recibir órdenes en inglés.
Sus discursos patrios de soberanía volverán a sonar a huecas conmemoraciones de efemérides tristes y vacías porque vendieron la Nación, vendieron a las ciudadanas y ciudadanos al mejor postor. Han entregado la Patria y la Democracia por treinta o treinta mil monedas de plata.
No necesitaron entrar a Palacio. Les bastó con no defender las instituciones y dejar matar a las gentes. Bastó un bien pagado personajillo fascista como Camacho, (el perrillo Guaidó cruceño) usando símbolos religiosos de tristísima recordación inquisitorial y rodeado de mercenarios yanquis que lo escoltan, para lanzar a un sector de la población por el camino del racismo y la persecución a garrotazos contra mujeres y niños indígenas.
Con qué facilidad se llega a eso. Otra vez fallamos en el control de la fuerza, otra vez fallamos en dejar el control de las armas, no en manos de quienes aman a su pueblo y a su Patria por encima de todas las cosas, sino de los que tienen precio.
Otra vez fuimos incapaces de entronizar en los corazones y las mentes de los militares y policías que la Soberanía, la gente y la Patria pasan por los actos y acciones que llevamos adelante con las nacionalizaciones y la redistribución. Otra vez en este campo dejamos que las ideas de los “comando sur” sean las que primen.
Los ideales de Túpac Amaru, de Túpac Katari, los ideales Bolivarianos de la Patria Grande y de la Soberanía no logran seducir por encima del consumismo. Hay que colocarlas en otra esfera, hay que ver cómo logramos hacerlas competir y avanzar.
El otro tema a profundizar es el papel del líder
¿Fragilizamos su papel al ponerlo y mantenerlo como candidato único y permanente en el proceso electoral? O no es así. Esa contradicción no está resuelta. Estos procesos revolucionarios, porque lo son indudablemente, requieren de líderes fuertes.
¿Será correcto mantenerlos como candidatos únicos en el plano electoral? Lo que no cabe duda es que al no contar con el control de los militares y policías patriotas, de los mandos y armas en manos de los uniformados bolivianistas, el proceso se ha visto violentamente golpeado. Habrá que analizar errores y aciertos y hacer el balance.
De lo que no podemos dudar es de la brutal ofensiva imperial de los Estados Unidos, que no repara en gastos, que no repara en comprar conciencias y armar a grupos fascistas, con el servilismo incondicional de la Secretaría General de la OEA, la pasividad y complicidad de la Unión Europea y el silencio o la acción cómplice de los gobiernos genuflexos.
Ahora la ofensiva se centrará en debilitar al gobierno próximo de la Argentina, garantizar la derrota del Frente Amplio en Uruguay, y por supuesto todos los cañones contra Cuba, Venezuela y Nicaragua. La izquierda vacilante ya debería haber aprendido que hay que alinearse contra el imperio.
En el Perú detengamos las divisiones y logremos el amplio frente indispensable, para avanzar en la democratización del país. En Ecuador, el camino de la unidad requiere aún un intenso proceso que deje de lado rencores, individualismos y posiciones conservadoras.
Colombia camina a trompicones en su democratización, aunque los sectores más reaccionarios detentan el uso de la violencia y la fuerza de manera monopólica, y ello sigue siendo el principal peligro para los hombres y mujeres honestes del país.
Chile camina hacia una Constituyente ganada dura y heroicamente en las calles en este estallido, finalmente antipinochetista. Brasil genera esperanza con el retorno de Lula e iniciará sin duda su combate democrático en las calles y en las urnas, destinado a derrotar al dinosaurio fascista de Bolsonaro.
La lucha democrática y la lucha revolucionaria por cambiar al mundo y dar esperanzas a la humanidad no han retrocedido. El proceso en Bolivia no ha concluido, siguen las calles efervescentes. Tenemos golpes fuertes, fascistas muy serios y aún en proceso, ello nos obliga a ser mejores y más eficientes.
Tenemos los éxitos de Argentina, Brasil y México. Tenemos la roca inamovible de Cuba y su ejemplo, la fuerza popular y dirigencial de Venezuela y el ejemplo de sabiduría política del FSLN y el Comandante Daniel Ortega; con ello, con ellos debemos avanzar en el combate firme contra la exclusión, el racismo, la xenofobia y sobre todo contra el hambre. No podemos vacilar en el antiimperialismo, “ni un tantito así”.
En la cosmovisión andina está el mito de Inkarri, diseminados sus restos por el territorio de los cuatro Suyos se recompondrá y resurgirá hechos millones, ya está ocurriendo y ocurrirá las veces que sea necesario, como la fuerza del movimiento indígena, como la fuerza del movimiento negro, como la fuerza de los movimientos barriales y populares, como la fuerza de los jóvenes y de la clase media democrática.
Aquí no se juega democracia versus dictadura, aquí se juegan dos modelos económicos: o vamos hacia el desarrollo redistributivo, o nos quedamos en el subdesarrollo oligárquico colonizado y arrodillado del “yes sir”.
Golpe de Estado y la irresuelta guerra entre la Biblia y la Wiphala
Ollantay Itzamná
El reciente golpe de Estado que defenestró al Presidente constitucional del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, a simple vista, es una disputa política “resuelta” por la vía de la fuerza, entre blancos (Camacho y Mesa) y aborígenes (Evo Morales y los movimientos indígena campesinos). Pero no lo es del todo.
Cuando Camacho y sus seguidores, con toda una ritualidad medieval, sembraron la Biblia (sobre la bandera criolla boliviana) en el centro del viejo Palacio de Gobierno, en la ciudad de La Paz, bajo la arenga religiosa: “Bolivia para Cristo, la Pachamama nunca más volverá a entra a este Palacio”.
Y casi simultáneamente otros citadinos mestizos descendieron la Wiphala (bandera quechua aymara) del frontis de dicho edificio y la quemaron públicamente. Esos actos, además de otros, evidencian que la “guerra” irresuelta entre q’aras (blancoides) y aborígenes es, ante todo, una contienda cultural simbólico.
Si durante la Colonia europea la simbología política cultural de los aborígenes había sido “extirpada” casi por completo, mediante métodos inquisitoriales inimaginables. Sin embargo, dichos símbolos (Wiphala, Chakana, wuakas, apus, etc.) subsistieron bajo las cenizas del dolor colonial, en territorios indígenas no controlados por la Corona.
Durante la República, este conflicto sobre lo simbólico cultural se resolvió mediante la tácita coexistencia entre las dos bolivias (la oficial y la clandestina/aborigen). Medianamente cada quien vivía bajo su propia simbología. Después de todo, algunos indígenas eran bolivianos, pero en los hechos NO eran ciudadanos. Y, la gran mayoría, ni eran bolivianos nominales (sin documento de identidad), ni eran ciudadanos bolivianos (no sujetos políticos)
De ese modo, los símbolos políticos oficiales y clandestinos convivieron en el mismo territorio (boliviano) sin encontrarse, ni conflictuarse, entre sí, durante la República.
En la creación del Estado Plurinacional también se tuvo que consensuar la simbología del nuevo Estado. Así fue cómo la Wiphala ingresó en la Constitución Política como una bandera oficial, junto a la tricolor criolla. Lo mismo ocurrió con la Chakana, y las ritualidades constitutivas de las espiritualidades indígenas.
Proceso de cambio y la simbología boliviana
Durante los 14 años del proceso de cambio boliviano, bajo un Estado Plurinacional con presencia casi en todo el territorio boliviano, indígenas y mestizos convivieron sin mayor “guerra” por símbolos políticos, ni identitarios.
Las y los indígenas se sentían representados en la Wiphala que ondeaba junto a la bandera tricolor, y de igual forma los mestizos por lo suyo. De ese modo se pudo hablar de la “ciudadanía intercultural” en la Bolivia plurinacional.
Pero, el fatídico 10 de noviembre reciente, no sólo “restauró” la Biblia prepotente en el Palacio, sino también la bandera del Departamento de Santa Cruz, cuyo escudo contiene una Cruz de la cristiandad y una Corona Ducal medieval. Esta prepotencia simbólica, más el descenso y quema de la Wiphala, más las arengas de la “expulsión de la Pachamama del Palacio”, dibujan a brocha gorda la intencionalidad político cultural de los golpistas.
Destituir a Evo, pero sobre todo la Wiphala
Los golpistas no apostaron, ni apuestan, únicamente a destituir al gobernante indígena, escarmentar con públicos castigos físicos a los indígenas insumisos, y restaurar el sistema neoliberal en Bolivia. NO. Ellos van, ante todo, por la restauración del panteón simbólico del Estado criollo republicano, y hacer escarnio de la simbología política indígena. Porque allí, en esa simbología está, según ellos, la esencia de la insubordinación política de los y las indígenas.
En otros términos, van a destruir lo poco o mucho que se había avanzado en la construcción del Estado Plurinacional y de la ciudadanía intercultural. Para ellos, destruir la bandera indígena, es anular simbólicamente los derechos indígenas consignados en las leyes. Y, anular derechos indígenas, es devolver al indígena a la condición de NO ciudadano, No sujeto.
Pero, estos predadores de indígenas, en sus planes golpistas premeditados, jamás previeron las reacciones que podrían activar en los indígenas el “sacrilegio” contra la Wiphala.
Horas después de aquel sacrilegio, un ejército de ponchos rojos (aymaras), flameando centenares de whipalas, descendieron desde la ciudad de El Alto hacia la ciudad cede del Palacio de Gobierno, a trote, rugiendo a todo pulmón: “Ahora sí, guerra civil. Ahora sí, guerra civil”. Era un escenario apoteósico que hizo llorar, de susto y/o de emoción, a muchos espectadores reales y virtuales. Los entrevistados concluían: “la Whipala es nosotros”. “Si queman la Wiphala, a nosotros nos queman”…
La Policía Nacional golpista que reprimía, hasta ese entonces, a los manifestantes contra el Golpe de Estado tuvo que replegarse y huir. En la ciudad cede del Palacio, las pocas autoridades políticas remanentes del Golpe tuvieron que ser evacuadas. Por unas horas, la “sensación del acabose final” se expandió y apoderó de las y los citadinos paceños. Hasta que las Fuerzas Armadas golpistas, “decretaron Estado de Sitio” y en conjunto con la Policía Nacional ocuparon la ciudad bajo aplausos y arengas de gratitud de la citadinidad asustada.
Minutos después, la golpista Policía Nacional, en un acto protocolar improvisado, volvió a colocar la Wiphala en su lugar. Pidió disculpas públicas a los indígenas. El golpista Camacho, en mensaje improvisado, intentó argumentar su respeto a la “simbología indígena…”
Nadie sabe a ciencia cierta cuál será el epílogo del caos e incertidumbre política actual de Bolivia. Lo único cierto es que los “seguidores”/comerciantes del Dios desconocido y de su Biblia son más miedosos/cobardes que las y los curtidos en las luchas subalternas bajo la “sagrada” Wiphala.
Ollantay Itzamná
Defensor latinoamericano de los Derechos de la Madre Tierra y Derechos Humanos