El dios creador andino
No es mucho lo que se puede conocer hoy día sobre la religión andina, si bien el tema ha sido de permanente actualidad desde el siglo dieciséis, en los momentos de la invasión europea.
Entonces fueron los cronistas de una parte, y los sacerdotes y evangelizadores de otra, quienes se ocuparon de estudiar la vida religiosa de los Andes, las formas como los hombres de aquí habían concebido las relaciones con el mundo de los dioses.
La razón fundamental de las primeras investigaciones sobre religión andina fue así la evangelización católica. Años después de la primera oleada misionera, los sacerdotes que realizaron la llamada extirpación de “idolatrías” en los primeros años del siglo diecisiete, completaron sus expediciones represivas con viajes de investigación, donde trataron de recoger la mayor cantidad de información sobre los ritos que extirpaban y los cultos que reprimían.
Dicha información avalaba los servicios a su causa, y hacía posible sus ascensos y premios. Indudablemente coexistió con esta finalidad práctica un genuino interés científico por lo andino. Durante la Colonia, la información sobre el mundo religioso andino es pobre, fuera de algunos cronistas tardíos, pues se llegó al convencimiento de que tanto las formas de evangelización, como los criterios usados para ella, habían tenido éxito en los Andes.
Por ello llamó la atención poco este tema, hasta las postrimerías del siglo dieciocho, en que alguno de los redactores del Mercurio Peruano, se preocupó de manera erudita por el asunto. Fue finalmente en el siglo diecinueve cuando algún estudioso ocasional [Pablo Patrón] o un viajero y arqueólogo erudito [J. J. von Tschudi] se preocuparon del tema religioso.
Durante este siglo, pudo esperarse que la edición de muchas crónicas y otros documentos andinos despertara a curiosidad. Sin embargo sólo aparecen estudios ocasionales como los de Lehmann Nitsche o Latcham fuera del Perú, o los de Pérez Palma y Tello dentro de él.
Muy posteriormente sólo aparecieron trabajos aislados, aunque se notó un despertar de interés a partir de los trabajos etnográficos anotados más adelante [capítulo I], y que produjeron un verdadero aluvión de versiones míticas que llamaron la atención de los estudiosos. Paralelamente a este movimiento, aparecen las páginas sobre el tema en el curso universitario de Valcárcel, que pusieron al día el conocimiento sobre el asunto, si bien habían sido precedidas de antiguos trabajos y notas del mismo.
La ausencia de información real y al alcance del estudioso y del lector interesado, sigue siendo problema fundamental. Aún en los manuales al uso, el tema religioso es tratado como secundario gracias al desconocimiento generalizado sobre la religión andina.
Ha sido costumbre repetir los mismos lugares comunes iniciados por los cronistas y presentados tantas veces en libros especializados. Si a los cronistas y a los extirpadores de las “idolatrías” de los siglos dieciséis y diecisiete, puede disculparse el carácter que otorgaron a la religión andina, en aras de su afán evangelizador, hoy es inexcusable comprenderla también como una suma de conocimientos y experiencia de siglos, manifestada en fórmulas, ritos e incluso en los mitos que dan cuenta del pasado o plantean la esperanza en un futuro andino. Interesa entonces el tema religioso no sólo por su valor histórico intrínseco, sino porque, también, es una puerta de ingreso al mundo social.
La cosmovisión de un pueblo manifiesta no solamente su imagen de lo sagrado, sino también, y dentro de ésta, todo lo concerniente a la organización social, a la cual se llega también a través de los ritos que los hombres practican y en los cuales participan de diversa manera, por ejemplo, y a través de los mitos que los explican.
Dentro de este mundo, el estudio del dios creador permite acercarse en forma más segura al tema nuclear, pues dicho dios refleja no solamente la situación central de la vida religiosa, sino también está relacionada con la estructuración de la sociedad y las formas de gobierno. Porque el mundo englobaba entonces lo que concernía a la experiencia y al conocimiento, a su transmisión y acrecentamiento, a la vivencia de la realidad y a su enseñanza, además de lo que podía entenderse por puramente divino, difícilmente desligable de lo humano para el hombre tradicional.
Este libro se construyó a partir de la ponencia que preparé para el XII° Congreso de la Asociación Internacional para el estudio de la Historia de las Religiones [Estocolmo, 1970]. El texto original del capítulo I, presentado al Congreso, fue publicado en Numen [International Review for the History of Religions, vol. XVII, fasc. 3m Leiden, 1970]. El capítulo II fue publicado originalmente en Amaru, 8, Lima, 1968. Las versiones han sido revisadas y vueltas a preparar para esta edición. Agradezco particularmente la generosa ayuda del Dr. Jorge Flores Ochoa y el Dr. Abraham Valencia Espinoza, que me permitieron reproducir las versiones de Inkarri, que figuran en el Apéndice, y que fueran recopiladas por ellos.
Franklin Pease G. Y.