Evo es la garantía de la unidad en Bolivia
Sergio Alejandro Gómez / cubadebate.cu
Bolivia acumula durante la última década un promedio de crecimiento del 5 % de su PIB, el más alto de Suramérica. Sus ingresos anuales se triplicaron desde 11 500 millones de dólares a más de 37 mil millones en el mismo período. Más de tres millones de bolivianos ascendieron a la clase media y la pobreza extrema, que en el 2005 afectaba a casi cuatro de cada 10 bolivianos, se reduce ahora a menos del 15 % de la población.
Cada una de las estadísticas del gobierno del primer presidente indígena en la historia de Bolivia, Evo Morales, se empeña en desmentir la idea del fracaso económico y social de los gobiernos progresistas en América Latina.
En cerca de 12 años, Evo ha logrado en su país lo que no pudieron 180 años de neocolonialismo y neoliberalismo.
No es de extrañar entonces que el mandatario esté en la mira de quienes apuestan por retroceder la historia a la época en que el gas boliviano se vendía a “precio de gallina muerta” a los compradores de Estados Unidos, asegura en entrevista con Cubadebate el embajador de la nación andina en La Habana, Juan Ramón Quintana.
“Nada de lo que sucede en la actualidad es casualidad”, añade el militar, político y sociólogo boliviano, en referencia a la persecución política contra líderes políticos progresistas como Luiz Inácio Lula da Silva, Rafael Correa y Cristina Fernández de Kirchner. “Todo obedece a un gran proyecto de recuperar la región e impedir que exista un solo país de pie frente a Estados Unidos”.
“Pero Bolivia, como Cuba, Venezuela y Nicaragua”, asegura, “va a seguir siendo una trinchera de resistencia frente a la agresividad imperial”.
Quintana conoce bien las estrategias del imperio. Graduado del Colegio Militar del ejército boliviano como subteniente, asistió a finales de los 80 a los cursos de la de la Escuela de las Américas, el laboratorio de formación de las dictaduras con el sello de Washington.
Pero su lucha contra la corrupción y convicciones personales lo pusieron al lado del proyecto político de Evo Morales. Antes de ser nombrado como Embajador en Cuba, fungió por más de una década como su Ministro de la Presidencia, una figura clave para abrir y cerrar las puertas del Palacio Quemado.
Cuando se mira lo que ha salido mal en otros proyectos políticos en América Latina, surge la preocupación sobre las fracturas en la unidad ¿Cómo valora ese aspecto en el caso boliviano?
La unidad pasa por liderazgos. El presidente Evo Morales es una garantía de la unidad del bloque histórico actual de los movimientos sociales y revolucionarios en Bolivia. Sin el presidente Evo, corremos el riesgo de que la unidad se fragmente, se debilite y seamos prácticamente avasallados por la derecha.
Si hay un día un dique de contención frente a la agresividad imperial y frente a la agresividad de sus portavoces políticos nacionales, de la derecha criolla, ese es Evo.
Evo es el que ha tejido la unidad y es el líder indiscutible del proyecto.
No podrías entender el proyecto de transformación del Estado plurinacional de Bolivia sin el liderazgo de Evo. En este momento hay una unidad férrea e indisoluble que él ha ido cultivando estos últimos 12 años, a partir de la democracia participativa y decisoria.
En estos doce años sería humanamente imposible entender la Bolivia del Estado Plurinacional, del estado descolonizado, sin la lucha de Evo Morales en los últimos 30 años…
Y eso lo tiene muy claro la derecha y por eso centran buena parte de su artillería en la figura como tal…
Exactamente y por eso es que Evo, Fidel, Chávez se han convertido en un objetivo político estratégico del imperio, porque sobre ellos se construye la historia, son el baluarte, las referencias y por eso hoy la contraofensiva imperial norteamericana que viene por Evo, por Maduro, por Díaz-Canel, por Ortega, encarna una estrategia de escarmiento.
No es casual que a Túpac Katari le hayan cercenado los miembros para que todos vieran que el destino que le deparaba al rebelde era la picota en la plaza pública.
La política del escarmiento es lo que un día utilizó la colonia y que hoy día continúa con el imperio. El que se enfrenta al imperio lo que le espera hoy es la satanización, la cárcel, la criminalización o la muerte civil.
Es lo que hoy día tratan de hacer con la narrativa a través de los medios de comunicación hegemónicos, a través de las redes sociales, es una guerra contra la reputación de los grandes líderes que defienden la patria y la nación frente a la voracidad del capital transnacional.
Las práctica de hoy son el lawfare (judicialización), el golpe de Estado o la muerte. El encierro de Lula es la sepultura, es la muerte civil, la persecución contra Correa…
Sin embargo, los procesos políticos de cambio no se resuelven en cuestión de uno o dos años, sino que se trata de invertir en el futuro. En algún punto habrá que pensar en una Bolivia revolucionaria y plurinacional, pero sin Evo
El propio presidente es consciente y además está preocupado. Por eso apoya e impulsa las escuelas de formación política. Nosotros no tenemos un partido como tal, un núcleo central partidario, una matriz de la que emanan las grandes líneas ideológicas, la capacidad organizativa, la construcción de la narrativa, el papel que le otorga a la historia.
Desafortunadamente, por las características históricas, políticas y culturales nuestras, no se ha logrado establecer un partido, pero creo que lo que hoy estamos viviendo con este ataque feroz por los cuatro costados contra los movimientos sociales va a ser una oportunidad para repensar la necesidad de construir un gran partido, que pueda desarrollar estas tareas; las que no puede desarrollar solo por su cuenta el movimiento obrero, el campesino o los jóvenes.
Entonces necesitas este núcleo, este motor articulador, pero además que construya este horizonte, tiempo para el futuro.
Por delante tienen muy pronto los comicios presidenciales del 2019. ¿Cuál es el escenario y el balance de las fuerzas políticas?
Llegan en un momento de vulnerabilidad regional y también de vulnerabilidad del propio proyecto nacional, popular, indígena y campesino boliviano.
Las condiciones regionales no son las mejores. Tenemos una contraofensiva imperial radical, que trata de borrar las huellas de estos grandes proyectos populares.
Han logrado instalar en América Latina gobiernos títeres que hoy día operan con gran eficacia política y utilizan instituciones multilaterales para continuar su ofensiva, como es el caso de la OEA y el uso de su secretario general, Luis Almagro, como un testaferro de los intereses estadounidenses.
Este escenario ha insuflado a las derechas nacionales, a las derechas locales, una fuerza que no tenían. Las están articulando además con financiamientos millonarios desde los sectores más radicales de la derecha norteamericana, como es el proyecto político instalado en Miami, pero que tiene sedes hoy día en Bogotá, en Santiago, Brasilia, etc.
Hoy día existe una especie de marcha agresiva y hegemónica en la región contra los proyectos progresistas, en un esfuerzos de estrangulamiento. Es decir, una radicalización del bloqueo contra Cuba, una radicalización de medidas inimaginables contra Venezuela y un ataque ruin contra el proyecto boliviano, como puede ser también la instalación de la violencia en el caso de Nicaragua.
Se está desarrollando una política de escarmiento que se suma a un proceso de modificación geopolítica global, con un actor como es China en la arena mundial, cuyo peso relativo se contrapone a la hegemonía norteamericana; o Rusia, que también logra hacer algún contrapeso.
Por eso están interesados en retomar el control de América Latina y creo que Brasil, si gana Bolsonaro, se puede convertir en la reina del tablero de ajedrez frente a China.
Pero si bien hoy en día hay una ventaja relativa de la derecha, desde mi punto de visto esto va a contribuir a acelerar la concientización de los movimientos populares.
Bolivia tiene la oportunidad de no caer en un bache y perder el espacio ganado. ¿Cómo se organizan las fuerzas progresistas para resultar vencedoras una vez más?
Estamos en condiciones de evitar una victoria de la derecha, a pesar de los maquillajes que usan para tomar distancia de Washington o de la línea Bolsonaro, Piñera o Temer, o cualquiera similar.
Tengo la seguridad de que ha madurado una conciencia política en los sectores pobres, que tradicionalmente han vivido marginados, y que se han visibilizado con el proyecto actual. Tengo la seguridad de que Bolivia, como Cuba, Venezuela y Nicaragua va a seguir siendo una trinchera de resistencia frente a la agresividad imperial.
Se han creado las condiciones para eso, pero no podemos perder la perspectiva del valor estratégico que ha adquirido el país en el escenario geopolítico internacional.
Hoy día Bolivia se ha convertido en una plataforma económica estable y que genera estabilidad en la región. Y por lo tanto los propios bolivianos tendrán que valorar esta cualidad que es inédita en la historia del país. Bolivia era conocida como una isla de inestabilidad y golpes de Estado.
Bolivia se ha convertido en un núcleo energético de gran valor para los países vecinos. Seguimos siendo proveedores netos de gas para Brasil y Argentina. Ni a Buenos Aires ni a Brasilia les conviene tener a un país que los provee de estas materias primas tan importantes en una condiciones de inestabilidad. Eso generaría turbulencias en sus propias economías.
También el país resulta ahora un eslabón estratégico de la integración física regional con el proyecto interoceánico, de cara a la complementariedad de los mercados.
Esta potencialidades, además de ser una gran ventaja, también son un factor de vulnerabilidad, por el apetito y la voracidad del capital transnacional, que busca repetir el viejo ciclo del saqueo neoliberal.
De ahí que Bolivia se haya convertido en un elemento decisorio de lo que ocurra a nivel regional.
¿Hasta qué punto han logrado combinar la mejoría económica de las grandes mayorías con un progreso en la concientización de la sociedad?
Desde una perspectiva autocrítica, creo que esa es una de las grandes debilidades que tiene no solo el proceso político boliviano, sino los de la región en general. Hoy en día estamos viendo las consecuencias dramáticas que ha tenido en el proceso político brasileño, con esa tentación hacia el fascismo.
Esa realidad contrasta con lo que ocurrió con la Revolución Cubana, que logró desarrollar una capacidad de autodefensa, pero a partir de una gran revolución cultural.
Lo que le ha faltado a nuestros procesos de transformación económica y social es la revolución cultural, el soporte ideológico que sirva para defender el propio proceso.
Hemos sido capaces de transformar un país, pero no hemos tenido la capacidad de desarrollar la sostenibilidad de esa transformación.
Si hay algo que se ha caracterizado en Bolivia y otros países de América Latina es el papel de las clases medias. Hemos construido una clase media en un proceso político de 12 años, una clase media vigorosa que es capaz de definir el rumbo político e histórico del país.
Las elecciones del 2019 colocan a la clase media en el centro de la competencia electoral.
Si hubiéramos tenido la posibilidad de desarrollar una revolución cultural, no estaríamos hoy día haciendo esfuerzos sobrehumanos para convencer a los propios beneficiarios del proceso de cambio, de la necesidad de seguir construyendo este horizonte de transformaciones.
¿Corren el riesgo de estar criando a su propio enterrador?
Hemos convertido a una gran parte de la sociedad en una parte importante de la transformación económica, política y social, pero no la hemos convertido en un sujeto histórico de la revolución.
¿Cómo, entonces, se puede hacer irreversible el proceso?
Tenemos que tomar conciencia de la capacidad y la potencia que tiene la narrativa de la exaltación del gran proyecto neoliberal, del proyecto de la derecha, del vaciamiento del Estado. Tenemos que tener la suficiente conciencia y el conocimiento del tamaño, de la estatura económica, política y cultural de este proyecto de liquidación del Estado.
En la medida en que no sepamos comprender cómo se construye, cómo penetra, como enajena, cómo aliena la exaltación capitalista, en esa misma medida muy difícilmente vamos a ser capaces de construir un proyecto alternativo.
Lo que hace falta es un gran conocimiento de todas las expresiones culturales del proyecto dominante.
¿Cómo enfrentas eso? Hay distintas perspectivas. Primero, nuevamente una revolución cultural. No es suficiente que la gente mejore su calidad de vida, porque la gente aspira a seguir mejorando independientemente de quién impulsa ese ascenso social.
Nuestra tarea es la de acompañar la revolución económica y la transformación social con una gran transformación cultural. Eso pasa por el desmontaje de la subjetividad colonizada.
En el caso de Bolivia, lo que se cuestiona desde la clase media es que fueron solo las organizaciones sociales, los obreros, los únicos beneficiados con las transformaciones, cuando en la práctica hay un beneficio universal del proyecto.
Incluso los ricos se han beneficiado en Bolivia…
Incluso los ricos se han beneficiado, quizás más que nunca antes. Se han beneficiado de la estabilidad, por el crecimiento económico, por las oportunidades, por la política internacional del país. La burguesía tradicional se ha beneficiado, pero las burguesías viven de sus propios mitos y no de proyectos que no sean encarnados por ellos.
También nos hace falta radicalizar la Revolución boliviana, en el sentido de más democracia y mayor participación. La gente tiene que ocupar todos los espacios de deliberación y toma de decisiones. Necesitamos radicalizar la democracia. Y también seguir revolucionando el propio proceso, porque como que nos hemos conformado con ciertos indicadores.
Hay que retomar la fuerza con la que logramos las grandes victorias del 2005, 2010 y el 2014.
En video –> embajador boliviano en Cuba, Juan Ramón Quintana