- ¡QUÉ PENA!, DRA. HILDEBRANT
Feliciano Padilla
Las discusiones de los parlamentarios durante la última sesión de trabajo acerca de la ley de conservación de las lenguas aborígenes, nos ha brindado la ocasión de conocer la verdadera calaña de algunas personas que nos representan en ese poder del Estado. Las torpezas y desatinos, otra vez, vienen de la Dra Martha Hildebrant, aquella señora encopetada que hace algunos meses protagonizó el ridículo más vergonzoso que uno pudiera imaginar.
Impidió y prohibió – no se sabe con qué autoridad – que algunas representantes de la nación quechua juramentaran en su propia lengua el cargo de parlamentarias para las que habían sido elegidas por el pueblo. Para la gran mayoría de peruanos, este escándalo no pasó de ser parte del espíritu circense que, a veces, caracteriza la actividad de los «Padres de la Patria».
En medio de tantos problemas que nos agobiaban, el incidente no sirvió sino para dar rienda suelta a la mofa y chacotería, sabiendo que lo risible procedía de una señora con tufillo aristocrático.
Aquello pasó entre risotadas y comentarios para el cachondeo; sin embargo, la actitud y las frases expresadas últimamente por la misma señora Martha Hildebrand nos obligan a reflexionar con seriedad sobre la diversidad cultural y las reacciones que la ley de conservación de las lenguas aborígenes ha generado en los parlamentarios.
Los profesionales de lingüística y profesores de lengua de generaciones anteriores deben recordar que fueron la Dra. Martha Hildebrant, los distinguidos maestros Alberto Escobar e Inés Pozzi- Escot, entre otros, quienes se encargaron de fijar en la conciencia nacional el carácter multicultural y plurilingüe de la sociedad peruana.
Que esta convicción de la diversidad debía llevarnos a defender el derecho de ser como somos los peruanos en las diferentes regiones y, a hablar nuestras lenguas sin ninguna discriminación. A partir de entonces, afloró en el país – más en la Sierra y la Amazonia que en la Costa- la necesidad de abrir espacios interculturales para el diálogo y comprensión entre peruanos de diferente cultura.
Hoy, con el paso del tiempo, venimos a comprobar que la actitud y las palabras de la señora Hildebrant fueron simplemente parte de una pose lucrativa, ya que, cacareando de la cultura andina y del quechua fue que amasó fortuna, que se cubrió de gloria y fue aplaudida en los diferentes centros académicos de los países por donde anduvo llevando un discurso falsificado, por cuanto no se correspondía con su manera de pensar.
Cuánta diferencia se observa si la comparamos con la actitud de los viejos maestros como Alberto Escobar, Pozzi-Escot, Alfredo Torero o Rodolfo Cerrón-Palomino. Yo fui alumno de Cerrón-Palomino, a quien respeto y admiro. El magisterio de los demás profesionales me llegó por las lecturas.
Pero, igual; así como expreso mi admiración por algunos, no tengo ningún reparo para despreciar la actitud de la señora Hildebrant, no sólo porque menospreció anoche a quienes se expresaban en el Parlamento en quechua y defendían la ley de la conservación de las lenguas aborígenes, sino, por falsa, porque se aprovechó de nosotros para alcanzar éxitos intelectuales y económicos.
Lo que no sabe Martha Hildebrant es que vivimos un mundo cambiante. Hoy, no hay necesidad de que hablen otros por nosotros. Los indígenas podemos hablar por nosotros mismos. Esto no le gusta a la doctora. ¡Mala suerte! Mucha gente como ella se la pasa hablando del indio, de la cultura andina o de las lenguas aymara, quechua o amazónicas, pero esconden sus verdaderos sentimientos hacia nuestra cultura.
Para rematar, dicen: «Machu Picchu es el mayor símbolo del Perú, construido por la sabiduría y el talento de los indios, esencia vital de la peruanidad». Pero, al indio sólo quieren verlo en los museos y en nuestros conjuntos arquitectónicos como Machu Picchu, Tiwanaku, Sillustani, Saqsayhuamán, Chavín de Huántar o el Señor de Sipán; pero, cuando ven a un indio de verdad se les escarapela el cuerpo y expulsan sus odios contenidos, su menosprecio y su actitud discriminadora.
Esto es lo que hizo Martha Hildebrant anoche frente a las parlamentarias cusqueñas y ayacuchanas que luchaban por lo suyo, por defender su modo de ser, pensar, hacer y hablar. ¡Qué pena, doctora Hildebrant! Usted no comprende que el mundo está cambiando y principalmente, los conocimientos. La ciencia formula hipótesis en renovación constante, no verdades absolutas.
Antes hablaban por nosotros; hoy no los necesitamos – por lo menos para defender nuestros derechos-. Su conducta nos muestra que sus conocimientos pertenecen a aquéllos que se reverencian en las tapas de los libros o enciclopedias que Ud. conserva en su biblioteca en cantidad de diez mil, como lo afirmó anoche.
La lingüística va por otros caminos y está alerta para propiciar en el Perú, no la discriminación, sino, el diálogo entre peruanos que pertenecemos a distintas culturas. Usted todavía privilegia la competencia lingüística, ese maldito «expresarse bien» con el cual menosprecia a los demás y ha desdeñado a sus colegas parlamentarias por haber usado su propia lengua y por usar el español en su variación de «castellano andino».
Se ve de lejos que a Ud. no le importa la competencia textual, discursiva o pragmática, que también son válidas para comunicarnos o estudiar el proceso de la comunicación. Otra vez, ¡qué pena, doctora Hildebrant! Algunos la tipifican de soberbia; sin embargo, todo indica que sólo es una petulante. Quedan atrás y, no le valen de nada, el hecho de que haya sido usted Sub Directora de la UNESCO o que sea la única mujer de la Academia de la Lengua.