La tierra y las mujeres no somos territorio de conquista ni de explotación
Leny Olivera
El cambio climático tiene un mayor impacto en las mujeres. Tiene un efecto directo y amplificador en la violencia que atraviesa la vida de las mujeres, a pesar de ser, según algunos estudios, las que tienen menor impacto sobre el medio ambiente en relación a los varones.
Las mujeres resistieron históricamente contra las causas y raíces de la crisis climática, luchando desde el cotidiano hasta desafiar directamente a las corporaciones, empresas mineras, gobiernos, que atentan contra su comunidad y sus cuerpos.
Esta resistencia es un rechazo a los impactos del sistema capitalista patriarcal: guerras, extrema pobreza, injusticia social, explotación, ocupaciones y el despojo forzado de la tierra por las industrias extractivistas y la economía basada en los combustibles fósiles.
Estos impactos ahora incluyen el cambio climático y sus desastres, en donde son las mujeres las que asumen más responsabilidades y trabajo para seguir sobreviviendo.
Como bien dice Silvia Federici, “…se ha hecho sentir más responsables [a las mujeres] de la reproducción de sus familias. Son las que deben garantizar que sus hijos tengan comida, a menudo quedándose ellas mismas sin comer, y las que se cercioran de que los ancianos y los enfermos reciban cuidados”.
Vivir en lugares de desastre y de actividad extractiva no solo implica mas trabajo sobre las espaldas de las mujeres además nos expone a más peligros – vivir en permanente acoso, violencia sexual y en redes de trata y tráfico.
¿Qué implica luchar para una mujer?
Margarita Aquino, una compañera de la Red Nacional de Mujeres en Defensa de la Madre Tierra afectada directamente por la minería de, manifestó“…las mujeres estamos dispuestas a defender y poner nuestros cuerpos en resistencia, no es posible que este sistema de desarrollo extractivista y patriarcal pretenda imponer y decidir sobre nuestro territorio al igual que nos imponen decisiones sobre nuestros cuerpos”.
En América Latina, en donde el “desarrollo” implica con mucha frecuencia este tipo de relaciones que agreden la tierra y las personas; las mujeres luchan, aunque eso implique arriesgar su vida, porque saben que no tienen nada más que perder en medio de tanta violencia.
Doña Máxima vive junto a la Laguna Azul, en inmediaciones de una de las más grandes productoras de oro en Sudamérica: la empresa minera Yanacocha en Perú. (Testimonio de Máxima Acuña en youtube de Andrea Valencia)
Esta empresa ha intentado desalojarla brutalmente porque existe oro en su terreno, ella lleva resistiendo cuatro años de litigio y su vida corre peligro. Ella dice “Soy pobre y analfabeta, pero sé que nuestra laguna y las montañas son nuestro verdadero tesoro, y lucharé para que el proyecto Conga no las destruya.”
Sin embargo no todas las mujeres son afectadas directamente por las dinámicas de una económica extractivista como Doña Máxima o Margarita, pero ninguna se libra de enfrentar otras múltiples formas de violencia que este sistema oculta de acuerdo a nuestra condición económica, social y étnica.
Juntando fuerzas para seguir luchando desde María Auxiliadora
En Bolivia, donde enfrentamos muchos desafíos para luchar contra la violencia hacia las mujeres y por otro lado los impactos del cambio climático, la comunidad María Auxiliadora nos ofrece otro tipo de ejemplo sobre la resistencia desde las mujeres.
Mi compañera fotógrafa Carey y yo pasamos tiempo el año pasado, para entender y documentar la experiencia de cuatro mujeres que viven y lideran la comunidad. Las mujeres de María Auxiliadora luchan por un territorio en donde la vivencia sea colectiva como una alternativa para enfrentar la mercantilización de la tierra, la crisis provocada por el modelo de desarrollo capitalista, la violencia que vive la mujer, y los múltiples y complejos impactos del cambio climático.
Esta iniciativa surgió a raíz de la violencia que viven las mujeres, especialmente aquellas que no cuentan con un una casa propia ellas y sus hijos(as) están en mayor desventaja y más expuestas a la violencia de sus parejas.
Es así que las mujeres de María Auxiliadora apostaron por vivir en un territorio colectivo, guiado en la práctica por ciertos principios: la vivienda no se puede alquilar ni vender y tampoco dividir en caso de separación o divorcio, cuando una mujer este siendo agredida existe un mecanismo de control social para intervenir y hacer algo, las decisiones de la comunidad se toman en asamblea y se requiere de compromiso para realizar tareas colectivas.
Además de estos principios la comunidad tiene un enfoque medio ambiental huertos urbanos para producir comida en la comunidad, sistema de administración propia en la distribución y calidad del agua y baños secos.
Cualquier esfuerzo que quiera frenar la crisis climática y busque alternativas que no reproduzcan los impactos de este modelo de desarrollo, requiere una participación real de mujeres y hombres. A pesar de que la constitución boliviana incluye un compromiso para la participación paritaria entre hombres y mujeres, en la práctica sólo se espera una presencia física de las mujeres porque las decisiones dependen de los varones (de la organización, del partido u otros ámbitos).
La comunidad María Auxiliadora apostó a que sean mujeres las que asuman los cargos más importantes para garantizar que sus demandas estén incluidas, sin embargo a pesar de ello no es fácil. Existen muchos desafíos como afirma Doña María Eugenia, expresidenta de la comunidad:
“Una piensa que ser líder es algo importante pero es más responsabilidad y con los problemas se vuelve amargo. Me siento feliz por luchar, siento que la gente me valora. Pero al mismo tiempo he terminado bien dolida, me han discriminado. La lucha de ser líder no es nada fácil, hay piedras en el camino”.
Esta “piedras” incluyen e incrementan la amenaza de violencia hacia Doña María Eugenia y sus compañeras lideres: “…Me gritaban de todo porque no tenía pareja, me decían que no soy una mujer de familia, que soy una mujer que estoy buscando hombres, me insultaban, me discriminaban, incluso delante de la policía de la FELCC un hombre me ha dado un puñete, me ha golpeado… ”
El hecho de que una mujer este ocupada por reuniones y viajes, o que interactúen con otras personas, representa un conflicto para ejercer violencia contra ella, esa violencia vivió Doña María Eugenia:
“(Mi ex–poso) era una persona egoísta, a él le gustaba que le ayuden solo a él y no a los demás… La próxima igual me ha echado llave porque era la reunión de la guardería, teníamos reunión y por eso he llegado tardecita a las 10 y todo cerrado. …como Doña Lucy estaba construyendo tenia pajas debajo de las gradas ahí he dormido con el perrito…”
Este tipo de comportamiento refleja que son actitudes predominantes – profundamente arraigadas en la sociedad – que consideran a las mujeres como propiedad disponible para explotarlas para su beneficio.
La lucha por la propiedad, la explotación y la invasión de los cuerpos de las mujeres puede ser comparada con las amenazas que enfrenta nuestro planeta por el actual modelo económico depredador.
Del mismo modo la violencia que viven las mujeres (como María Eugenia) en resistencia tanto dentro como fuera de sus hogares, y la violencia a la que están expuestas cuando luchan por un territorio colectivo, son dos caras de la misma moneda.
Cultivando la resistencia e intensificando la lucha
El modelo de desarrollo capitalista explota la tierra y sus recursos con el fin de obtener inmensas ganancias para un número reducido de personas, acosta de la mayoría privándolos de una justa distribución de la riqueza.
Frente al gran desafío que implica cambiar este modelo de desarrollo capitalista y patriarcal, los huertos urbanos, la promoción de la alimentación y la agricultura sostenible y saludable para beneficio colectivo representan una alternativa.
En zonas urbanas empobrecidas como María Auxiliadora, son cada vez más importantes ya que los impactos del cambio climático conducirán más migrantes a las zonas periurbanas como esta. María Eugenia y las otras mujeres con quienes pasamos tiempo en la comunidad cultivan sus propios alimentos y están animadas por los beneficios adicionales y la seguridad alimentaria que sus huertos proporcionan.
La lucha por producir huertos urbanos en un territorio colectivo, la lucha por ejercer una participación real y activa de las mujeres en la sociedad, la lucha contra la violencia hacia las mujeres y la lucha contra el cambio climático de la industria extractivista, todos son actos de resistencia frente el sistema patriarcal que desvaloriza y abusa de las mujeres tal cual lo hace con la tierra y sus recursos.
Mujeres como las de María Auxiliadora, o las que resisten los impactos extractivistas del Sur global, son las más afectadas por esta violencia estructural. A medida que la amenaza climática crece también crecen los riesgos que las mujeres tienen que enfrentar, pero la lucha de Doña María Eugenia y de muchas mujeres es algo que vale la pena seguir haciendo.
Ser capaces de vivir colectivamente organizadas en un territorio económicamente accesible, genera las condiciones materiales y emocionales que a muchas les cambio gran parte sus vidas.
Así como concluye Doña María Eugenia: “A veces como dicen, no vale la pena la comunidad para luchar así, yo digo, a pesar de todo vale la pena porque aquí estamos mejor que en otros lugares”.