Recuerdos del Estado republicano
Max Murillo Mendoza
El Estado republicano colonial se armó y construyó a imagen y semejanza de las conservadoras clases altas y medias, herederas de las costumbres y tradiciones señoriales del proceso colonial.
Ese Estado esencialmente se construyó en contra de nuestras naciones, en contra de nuestros intereses e imaginarios de otro tipo de organizaciones. Un Estado hecho para joder al ciudadano mediante la burocracia, para esquilmarle, para robarle y engañarle.
Los trámites interminables y el vuélvase mañana son el sello más escalofriante de la herencia republicana colonial. Cuanto más se maltrataba a los ciudadanos más Estado era, cuanto más se jodía al ciudadano, más méritos hacían los burócratas de ese Estado.
Los abogados se llevaron la flor en ese tipo de Estado, porque la legalidad sólo sirvió para engañar y manipular en contra de los ciudadanos.
Así re robó masivamente desde el Estado las tierras a las comunidades rurales, así se expandieron las haciendas y la minería: sobre el robo y despojo de las tierras de comunidades. Es decir, el Estado republicano colonial no era nuestro, era un instrumento de las clases altas y medias conservadoras para su sobrevivencia, porque nunca fueron clases creativas para crear riqueza fuera del Estado. Su actitud siempre fue la de chupa sangres desde el Estado republicano colonial.
A diez años del proceso de cambio tenemos la necesidad de evaluar, de monitorear dichos cambios. Sobre todo aquellos estructurales, como los burocráticos, por los cuales muchos compatriotas nuestros murieron: por ver otro tipo de Estado, que no robe, que no esquilme y no destruya al ciudadano.
En esta línea es lógico que miremos el presente y futuro de este proceso, porque la sensación siempre fue la construcción de un tipo de Estado que por fin responda a nuestras lógicas, a nuestros intereses.
En cierto sentido rescatar ese instrumento diabólico republicano, para convertirlo en un instrumento de desarrollo de nuestros pueblos. Y eso no es precisamente cambio de dueños, sino de paradigmas y maneras de ver la vida y el mundo, es decir de cosmovisiones. Cambiar a ese Estado patrimonialista y colonial racista, no será por supuesto tan fácil.
Las costumbres y las miradas señoriales siguen vigentes, y sabemos de esos comportamientos desde siempre, de los reacomodos, de las transformaciones ideológicas de cáscara y pinta. Sabemos también que ese Estado republicano tenía la especialidad de corromper dirigentes, sindicales y ancestrales, cuando sus intereses de clases y oligarcas estaban en peligro.
Porque precisamente era un Estado con dueños de familias muy concretas. La historia de la corrupción sindical es tan amplia como la política o tradicional. Especialidades en juegos macabros no le faltaba a ese Estado. La utilización instrumental de aquellas familias coloniales y señoriales, de lo que se llamó Estado republicano ya fue estudiada, por extranjeros y nacionales.
Y hoy sería interesante ver desde aquellos estudios, lo que es realmente el Estado actual. Lamentablemente nuestras universidades no están atentas a estos procesos, sino a las ideologías de las apariencias, de los partidos políticos y los discursos que siempre son lo más engañoso y superficial.
Ver los temas estructurales del Estado es urgente, y por supuesto para generar materiales de reflexiones y análisis profundos que sean excusas de mejorar los procesos.
Nuestras universidades están en demasiadas modas frívolas, como la modernidad, las tecnologías de punta, o las nuevas corrientes de investigaciones de países ricos; pero sin mirar la propia casa.
Copiando y copiando sin sentido alguno, mirando a otras realidades como siempre, como en el Estado republicano colonial. Pues Bolivia seguirá siendo un laboratorio inesperado y sorpresivo. Donde sus realidades se recrearon al margen del Estado republicano, con sus propias lógicas de sobrevivencia y también engañando a ese monstruo del Estado que sólo jodía y robaba.
Las explosiones sociales y revoluciones eran desencuentros de volcán, cuando las miradas ya no coincidían y venía la muerte. La rebeldía de nuestros pueblos es la herencia más importante, desde sus organizaciones, para pedir justicia y algo de mirada a ese Estado indolente y colonial. Ahí nunca hubo perdón o doble comportamiento.
La memoria de la historia tradicional y señorial siempre fue débil y casi sin memoria. Pero nuestra memoria ancestral en cambio es fuerte, y no deja pasar lo que sucede. Es a esa memoria y mitos nuestros a lo que tenemos que acudir, para la construcción de un nuevo tipo de Estado, que por fin responda a nuestras lógicas, a nuestras costumbres y miradas.