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«Tenemos que deshacer el estado colonial»
Amets Arzalluz — www.gara.net — (Revista vasca ARGIA, publicada en euskera)
Mejor se conoce a las personas por la palma de la mano que por la expresión de la cara. Los presidentes se estrechan la mano, y hay manos blancas, blandas, manos limpias, manos que nunca se han apurado. Pero entre apretón y apretón, ha llegado una mano que no es como las otras, una mano del color de la tierra, una mano llena de surcos, una mano dura; una mano que sabe qué es ser una mano. No hace falta ni mirarle a la cara. Es Evo.
Antes, los indígenas caminaban por la calle con la mirada hacia el suelo. Ahora, sin embargo, han empezado a levantar la cabeza. ¿Qué es lo que ha ocurrido?
Acaba de surgir, de nacer, una fuerza, una especie de atoestima. Nuestros hermanos, nuestros abuelos y abuelas, tenían vetado el derecho a acceder a la plaza Murillo. Tenían incluso prohibido caminar por las aceras. En cuanto entraban en la ciudad, se les avalanzaban las armas encima. DEA pretendía limpiar la ciudad, como si nosotros fuéramos una infección. La primera vez que accedimos al Parlamento ya lo dijimos alto y claro: «Ya estamos en el Parlamento y pronto llegaremos hasta el palacio». Y ya estamos aquí, ya hemos llegado. Por lo tanto, ha llegado ya la hora, el momento de apostar por ese profundo cambio en la historia de nuestro pueblo. Yo me siento muy orgulloso del movimiento de los indígenas y campesinos, porque son quienes más cerca sienten a su presidente.
En realidad, no es usted sólo el presidente de Bolivia; también le nombraron presidente de todos los pueblos indígenas de América. Y ése no es un nombramiento cualquiera
Para mí es un gran honor ser el presidente de todos los indígenas de América. Eso es algo que nos compromete aún más para apostar a favor de la vida, de la humanidad y, sobre todo, de los pueblos indígenas. Históricamente los indígenas han sido expulsados y marginados, políticamente pisoteados, culturalmente alienados, y socialmente odiados y despreciados. Por ese motivo nos organizamos nosotros, para que nadie fuera marginado, para que nadie fuera víctima de la venganza, para que nadie fuera explotado; apostábamos por la igualdad y por el respeto de los derechos humanos de todos.
Comenzó a caminar y llegó muy lejos. Pero, cuando en 1959 nació en casa de la familia Morales el pequeño Evo, ¿cuál fue el sueño que tanto su padre como su madre imaginaron para él?
La verdad es que nunca me he preguntado cuál podría haber sido aquel sueño de mis padres… Lo que sí recuerdo es lo que a menudo nos decía mi madre: «Lo que nosotros queremos es que seáis unos profesionales, que tengáis un buen suelo y que no sufráis como yo. Me gustaría que vosotros os levantarais a las 8 de la mañana para ir a trabajar». Lo decía porque en el campo te tienes que levantar a las cuatro o a las cinco de la mañana para ir a trabajar a las seis. Y, después de pasar el día trabajando, regresas a casa hacia las 8 de la tarde, te preparas la cena y cenas. A las 10 o las 11 estás ya en la cama porque al día siguiente tienes que madrugar otra vez. Además, se trabaja mucho pero se gana muy poco.
¿Y en la esfera política?
Lo que hace la clase política es sentarse, comer, no hacer nada y embolsarse mucho, mucho dinero.
Se suele decir que para ascender y llegar hasta arriba hay que comenzar desde abajo. No es, sin embargo, el caso de todos. ¿Qué es lo que desconoce quien no ha estado nunca abajo?
Ninguno de mis antecesores, de los presidentes que han pasado por el Palacio Quemado han conocido el hambre; ninguno de ellos sabe lo que es andar descalzo, todos desconocen cómo se vive sin luz ni agua potable; no saben, en definitiva, qué es sufrir. Ninguno de ellos lo ha experimentado. Y, si lo saben, será porque lo han leído en los libros, pero nunca directamente desde la experiencia del pueblo boliviano. Aun así, hablan, a su manera claro, de la coyuntura económica del país, e incluso de su situación social. Pero hablan, evidentemente, sin conocer la realidad.
¿Pasó usted hambre?
Sí, en el antiplano pasamos hambre, mucha hambre. Recuerdo al detalle un año, concretamente 1971, con la dictadura en pleno. Eramos cinco en la familia, mis padres y tres hermanos, y no teníamos para todos más que un saco de maíz. Desayunábamos, comíamos y cenábamos maíz. Bueno, también teníamos carne, carne de llama y de cordero, pero a eso se reducía nuestra dieta: maíz y carne. No había nada más. Otras familias, sin embargo, no contaban ni con eso; no disponían ni de maíz ni de carne, por lo que su situación era realmente dura. En época de Carnavales, entre febrero y marzo, había tubérculos, como la patata, y eso es lo único que comían.
Habla de «los cinco» de la familia: su madre, su padre y tres hermanos. Sin embargo, hubo cuatro hermanos más que no salieron adelante…
Sí, es verdad, éramos siete en total. Recuerdo algo que mis padres siempre me contaban cuando me acostaban: «Evo, cuántas llamas y ovejas se necesitan aquí para salvar la vida de uno…». Y así era. Esos cuatro hermanos murieron antes de cumplir el primer año. Yo sólo tuve ocasión de conocer a la última, a la menor, que nació en la misma casita que yo. Lo que pasó después es que mi padre me llevó a trabajar a la zafra argentina y, para cuando regresamos, ya había muerto. Así es la vida, ¿no?
Así será, como lo es el trabajo, conseguir el pan. Apenas tenía seis años cuando su padre le llevó a trabajar a Argentina. ¿Cuánto ha trabajado desde entonces?
Cualquiera empieza a servir a la familia en cuanto comienza a mantenerse de pie, a caminar por sí solo. Recuerdo muy bien nuestra cocina. Mientras cocinaba, mi madre me decía: «Evito, tráeme el puchero». Y yo se lo llevaba. O: «Evito, tráeme el vaso». Y yo se lo llevaba. O, mientras encendía el fuego: «Evito, tráeme leña». Y yo echaba leña al fuego. De esta forma empieza la responsabilidad de los pequeños de la familia en cuanto empiezan a caminar sin ayuda.
Usted será, seguramente, el presidente del mundo con menos títulos académicos pero más lecciones de vida…
Eso es algo en lo que hasta ahora nunca me había parado a pensar. Y será así, seguramente. Espero, además, que sea así.
Cuando era joven, ¿qué impresión le causaban los políticos?
Por favor, por favor, que todavía soy joven…
Bueno, es verdad. Quiero decir que, cuando era un chaval, experimentó en sus propias carnes la dictadura militar. ¿Cómo veía a los políticos?
Yo sufrí la dictadura de García Mesa en Chaparen. En un principio, pensaba que aquel presidente era el padre de todos los bolivianos y que, como cualquier padre, tenía que atender a todos sus hijos e hijas. Pero en 1981, con la dictadura en sus momentos más crudos, vi en Chaparen cómo quemaban a un hermano quechua. Le rociaron con gasolina y le prendieron fuego. Al parecer, los narcóticos lo acusaban de ser narcotraficante. Los narcóticos eran policías especiales que luchaban contra el narcotráfico, por lo que dependían del Gobierno. Por lo tanto, el Gobierno era el responsable de aquella muerte. Entonces yo era un joven de 18 ó 19 años con las ideas aún sin definir, pero no podía entenderlo: «¿Pero cómo es posible que nos quemen vivos?» No me entraba en la cabeza. ¡No podía entender cómo un padre podía ordenar que quemaran vivo a uno de sus hijos! El Sindicato convocó una movilización, realizó una concentración, y nosotros, como jóvenes vinculados por el fútbol, decidimos que teníamos que secundar aquella movilización. «Esto es muy grave y tenemos que participar nosotros también», nos dijimos. En mi caso concreto, aquel fue el punto de partida para entender la situación política, social y cultural de nuestro país.
Y desde aquel punto de partida, hasta hoy, hasta la presidencia. Hasta el momento, todos los presidentes de Bolivia han sido blancos y corruptos. Y de repente, con el apoyo del pueblo, un indígena atraviesa la puerta de acceso al palacio. ¿Qué es lo que ha pasado en Bolivia para provocar un cambio tan radical?
Desde que en nuestro país se ha plantado y regado un modelo neoliberal, han sido los campesinos y los pueblos indígenas los que más han luchado contra el mismo. Ha sido una lucha ejercida básicamente en dos líneas: la batalla por la propiedad de las tierras y la lucha por la recuperación del poder político. Una vez recuperado el poder, el indígena quería la propiedad de las tierras con todos sus recursos naturales. Esa ha sido durante más de quinientos años la lucha histórica de Bolivia. Pero el 12 de octubre de 1992 su trayectoria experimentó un gran cambio. Los indígenas de todo el continente tomamos la decisión de dar un sustancial salto, de pasar de la resistencia a la toma del poder y, al menos en Bolivia, hemos cumplido nuestro compromiso de pasar de la resistencia a la conquista del poder, es decir, de la lucha sindical a la electoral. Ha sido sumamente importante sumar y completar nuestra fuerza con los sectores urbanos, los movimientos sociales e intelectuales y con la clase media. Hemos salido fortalecidos. Y, ahora, la Asamblea Constituyente avanza por el mismo camino.