La independencia de Perú no debería comprenderse como un hecho estático en la historia
Este 28 de julio, los peruanos conmemoramos 193 años desde que en 1821 el Generalísimo don José de San Martín proclamó nuestra emancipación de la Corona española.
Sin embargo, la independencia peruana no puede comprenderse como un hecho estático en la historia, sino como un proceso vivo y continuo, que empezó con la llegada de los españoles y que perdura hasta nuestros días.
Apenas llegaron los conquistadores encontraron resistencia. La rebelión de los cinco incas de Vilcabamba, desde Manco Inca en 1536 hasta Túpac Amaru I en 1572, fue una de las primeras reacciones.
En la etapa colonial hubo otras tantas: la sublevación de Juan Santos Atahualpa, de 1742 a 1761 en la selva central; la gran rebelión de Túpac Amaru II, Micaela Bastidas y su familia en Cusco (1780-1782), y que se extendió hacia el Alto Perú, donde Diego Cristóbal Túpac Amaru (quechua) y Túpac Katari (aymara) lucharon juntos; las de Felipe Túpac Inca Yupanqui (1783), Francisco de Zela (1811), los alcaldes de Huánuco (1812), Enrique Paillardelle (1813) y los hermanos Angulo y Mateo García Pumacahua (1814). Políticamente, el primer llamado hacia el separatismo fue la inspiradora “Carta a los Españoles Americanos”, escrita hacia 1792 por el jesuita arequipeño Juan Pablo Viscardo y Guzmán, en la cual plantea la unión de criollos, mestizos, indios y negros contra los españoles.
Los levantamientos fueron aplacados por una poderosa razón, la cual determinaría que la emancipación militar se consiguiera desde afuera: el Perú era el centro del Virreinato, lo que acarreaba una fuerte concentración de peninsulares, de burocracia de la Corona, de intereses económicos y de fuerzas militares, las que opacaban las sublevaciones cercanas al centro.
Por eso fue decisiva la participación de la corriente libertadora del sur, al mando del general argentino José de San Martín, y la corriente libertadora del norte, dirigida por los generales venezolanos Simón Bolívar y Antonio José de Sucre. Estos últimos propiciaron la separación de Bolivia y el Perú en 1825.
Luego de la proclama de la Independencia en 1821, tuvieron que pasar más de tres años de lucha militar para que, el 11 de diciembre de 1824, se firmase la capitulación del virrey La Serna tras la batalla de Ayacucho. A pesar de la derrota, el general realista José Rodil se refugió en el Callao hasta enero de 1826, cuando el Ejército patriota logró finalmente expulsar las fuerzas realistas a España.
Tras la Guerra de la Independencia, pasaron largos años y muchos procesos en la consolidación de la República. Al inicio vinieron tiempos para determinar la nacionalidad, ya que fue recién en 1842 cuando Perú y Bolivia decidieron de manera definitiva mantenerse como Estados separados.
A partir de entonces se sucedieron la era del guano, la dolorosa Guerra del Pacífico, el difícil periodo de reconstrucción, etapas de gobiernos constitucionales y de dictaduras militares y civiles, de amenazas, de crisis, de negociaciones diplomáticas, de modernidad, hasta llegar a nuestros días.
Ciento noventa y tres años después seguimos viviendo el proceso independentista, entendiéndolo como la búsqueda de la liberación de cualquier opresión ajena a la voluntad y al bienestar del pueblo peruano.
Hoy nuestra lucha es contra amenazas a la soberanía integral de los 30 millones de peruanas y peruanos, amenazas tales como la pobreza, la desigualdad de oportunidades, la corrupción, los crímenes transnacionales, la indefensión de los recursos naturales y de la biodiversidad, el rechazo al desarrollo económico con justicia social, el terrorismo, la vulneración de los derechos individuales, la retardación de la justicia, todas terribles taras propias de estos tiempos.
Nuestro principal objetivo, al igual que en 1821, es buscar el bienestar real de las peruanas y peruanos de hoy y asegurar un país digno a nuestras futuras generaciones. En estas dos últimas décadas el PBI per cápita se ha más que cuadruplicado. La meta de los Objetivos del Milenio sobre pobreza, que debía cumplirse en 2015, la alcanzamos en 2007.
Entrábamos al siglo XXI con más de la mitad de población en situación de pobreza y cerca de la quinta parte en pobreza extrema. Hoy esos porcentajes se han reducido considerablemente: 24% de pobreza y 4,7% de pobreza extrema. Todavía tenemos un largo camino por recorrer, pero estamos avanzando sostenidamente, gracias al crecimiento económico (cuyo correlato es el significativo y permanente aumento del empleo), y a la redistribución interna de la riqueza a través de estratégicos programas sociales: es el crecimiento con inclusión social.
Tenemos también como reto derrotar a aquellas organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico, para lo cual se ha establecido una política nacional que viene mostrando resultados valiosos. Tras las turbulencias del pasado, la democracia y el Estado de derecho se vienen fortaleciendo, con instituciones más sólidas y una política de lucha frontal contra la corrupción.
En el plano económico, se sigue consolidando el modelo de desarrollo que soberanamente hemos decidido establecer, lo que nos ha permitido tener un crecimiento sostenido desde 1990, con una tasa acumulada de más del 1.000%. Si bien aún somos un país principalmente primario-exportador, la diversificación de nuestra oferta exportable no tradicional contribuye cada vez más al crecimiento de la economía y del empleo.
Para ello, la apertura al mundo ha sido fundamental: los tratados de promoción y facilitación del comercio han permitido que nuestros productos estén presentes en más de 150 países. Las inversiones son promovidas a través de condiciones claras y estables, lo que facilita la simbiosis entre el sector público y el privado en el desarrollo de importantes proyectos.
La estabilidad del país y el comercio exterior constituyen el primer gran impulso del crecimiento del Perú, habiéndose por ello ampliado la capacidad del mercado nacional. Los fundamentos macroeconómicos son sólidos: seguridad jurídica, inflación controlada, superávit fiscal y altas reservas internacionales.
Uno de los principales líderes de la República, don Nicolás de Piérola, nos dio un mandato: “Nuestros padres nos hicieron libres, nos toca a nosotros hacernos grandes”.
Es con ese derrotero que nos dirigimos hacia el bicentenario de la Independencia y, luego de muchos años de tribulaciones, estamos intentando cumplir ese encargo: estamos construyendo un país pujante y libre, honrando la memoria de aquellos que en sus rebeliones y en sus ideales libertarios visualizaron una nación independiente, un país que aceptase con agradecimiento ser descendiente de la grandeza de culturas milenarias preincas y del imperio de los incas, al tiempo de reconocer la importancia que tuvo la presencia europea en nuestra tierra americana.
Parte de nuestra independencia pasa justamente por reconocernos a nosotros mismos con nuestra mezcla de sangres indígena, europea, negra y asiática: ante todo somos peruanos y formamos parte de nuestra América Latina.
Somos la mezcla de todas las sangres y civilizaciones que convergieron en nuestra tierra y que a lo largo de los años forjaron una cultura única, rica y alegre en tradiciones: un crisol agradecido que mira el futuro con esperanza y confianza.