- La nueva inquisición
Agustín Haya de la Torre / laprimeraperu.pe
El pedido del cardenal Juan Luis Cipriani de someter a referéndum el aborto terapéutico y el matrimonio entre personas del mismo género resulta claramente inconstitucional. El artículo 32 de la Carta Política dice explícitamente que no pueden someterse a referéndum la supresión o disminución de los derechos fundamentales.
El arzobispado conoce perfectamente el texto pero insiste en una campaña premeditada contra los derechos humanos que no es de ahora.
El aborto terapéutico rige en el Perú desde hace noventa años pero no se aplica por la presión de la Iglesia católica. La misma intimidación la ejercen contra el matrimonio entre parejas del mismo sexo, de nuevo en la agenda parlamentaria.
Dichas campañas arremeten contra derechos fundamentales a la vida y a la salud, así como a la igualdad y a la identidad de las personas y atentan contra el libre desarrollo de los individuos.
El caso del aborto, que siempre será una intervención traumática y excepcional, deviene en algo penoso por su concepción y consecuencias.
El propio Código Penal si bien lo establece por razones extremas que afecten la vida o la salud de la madre, añade otras dos definiciones, uno que denomina sentimental y otro eugenésico, francamente retrógradas.
El “sentimental” es el embarazo producto de una violación, donde si la víctima aborta va presa tres meses y si el delito proviene de su pareja legal, va presa dos años.
En el eugenésico, cuando el feto adolece de graves deficiencias físicas o psíquicas, la madre, encima de la desgracia, va presa tres meses.
La Organización Mundial de la Salud publica desde tiempo atrás un documento para el aborto sin riesgos con técnicas y políticas recomendadas para su aplicación.
Elaborado por especialistas internacionales del más alto nivel, el texto precisa los pasos y los límites de una práctica rigurosa y supervisada hasta la semana 14, tiempo que precede a la formación de la psique en el ser en desarrollo.
Las consecuencias de no respetar la vida y la salud de las madres deviene en una crueldad superlativa. Los casos de mujeres fallecidas o incapacitadas por culpa del fanatismo religioso suman millones cada año, así como la maldad supina de obligar a nacer y amamantar a criaturas sin cerebro, que mueren al poco tiempo.
Las creencias religiosas que discriminan a la mujer y quieren imponerse por encima de los derechos de las personas, afinan también su puntería contra el matrimonio gay.
Empeñados en obligar a la sociedad a comulgar con su extraña represión sexual, los célibes del Vaticano suelen indignarse contra lo que consideran “anormal”, como si la represión fuese un signo de salud mental.
En muchos países rige ya el matrimonio entre personas del mismo género sin ningún problema. El tema de fondo que Cipriani pretende ignorar es el carácter laico del Estado y por tanto sus puntos de vista solo alcanzan a sus fieles, por lo demás grandes expertos en la práctica de la doble moral.