- Gregoria Apasa Nina, la fuerza de la mujer aymara
Fernando Huanacuni Mamani / Comunidad Sariri
Entre 1780 y 1782, los pueblos quechua y aymara, armados con hondas, lanzas y algunos rifles, fueron protagonistas de una de las rebeliones más importantes desde la invasión española en nuestras tierras. Encabezada por Túpaj Amaru y Micaela Bastidas estalló la rebelión en el Virreinato de Lima, hoy Perú, y en la Real Audiencia de Charcas, hoy Bolivia.
Lejos de una iniciativa propia o personal en el mundo indígena originario, los líderes son nombrados por el Consejo de Amawt’as y Mamakunas, y son apoyados por toda la comunidad.
Es así que se encomendó a Tomás Katari y Kurusa Llawi tomar Chuquisaca; a José Gabriel Condorcanqui (Túpaj Amaru) y Micaela Bastidas tomar el Cusco; y a Julián Apasa Nina (Túpaj Katari) y Bartolina Sisa tomar Puno, Sorata y La Paz.
Excluida como muchos de la historia oficial, Gregoria Apasa Nina, hermana menor de Julián Apasa Nina, cumplió un rol importante en esta primera rebelión organizada. Del destino de sus padres algunos afirman que fueron llevados a la mita en Potosí, de donde nunca volvieron, otros simplemente afirman que murieron cuando Julián tenía 7 años.
En su adolescencia y juventud Gregoria cultivó la tierra y cumplió labores domésticas en la casa parroquial, de donde huyó al ver los vejámenes a los que eran sometidas las jóvenes indígenas. Se casó con Alejandro Pañuni, quien murió en los primeros meses de la rebelión; con él tuvo un hijo que, junto con el hijo de Julián, fue enviado a Azángaro (Perú), y al que nunca más volvió a ver.
Gregoria estuvo en los dos cercos a La Paz y en el sitio a Sorata, valle que proveía alimentos a la ciudad. El 13 de marzo de 1781 se dio inicio al primer cerco a la ciudad de La Paz, que duró 109 días. Mientras Túpaj Katari y su esposa, Bartolina, comandaban el asedio a la ciudad, Gregoria organizaba a las mujeres para juntar las piedras que eran usadas contra el enemigo.
Más adelante coordinó las acciones en Sorata administrando los caudales y alimentos del ejército indígena. Allá en Sorata apoyó al líder quechua Andrés Túpaj Amaru, presentándose como la representante de Túpaj Katari. Andrés y Gregoria iniciaron reuniones y decidieron las acciones a seguir en Sorata y La Paz.
Juntos dirigieron la construcción de una represa y desviaron hacia ella las aguas de los ríos Chillcani, Quilimbaya y Lakathia, que fueron luego desbordados hacia Sorata, ahogando a la mayor parte de la población el 5 de agosto de 1781.
Andrés y Gregoria entraron triunfantes para tomar presos a los españoles luego de dejar libres a criollos y mestizos. A las puertas de la iglesia, la pareja instaló el juicio que condenó a muerte a los españoles, los que fueron luego ejecutados.
Miguel Bastidas, uno de los principales líderes quechuas, declaró que Gregoria capitaneaba y operaba en los combates de Sorata. Las declaraciones de coroneles españoles la describen como una mandona, que era india principal, que le daban el tratamiento de cacica, virreina y que su pueblo incluso la llamaba reina, señora y madre. Lo que confirma la firmeza y fuerza con que dirigía y articulaba a los ejércitos indios levantados en contra del invasor.
El 5 de septiembre de 1782, Gregoria Apasa y Bartolina Sisa fueron ejecutadas en la horca, no sin antes ser torturadas y sometidas a la burla pública con una saña que se ejercía no sólo por ser “indias”, sino por ser mujeres.
Recordemos que en esa época, si la mujer española y criolla eran apenas objetos de uso y adorno, la mujer mestiza y sobre todo la mujer indígena, además de cumplir con el trabajo obligatorio en haciendas, obrajes e iglesias, debía también satisfacer los deseos sexuales de virreyes, gobernadores, corregidores, soldados, encomenderos, obispos y curas.
La historia poco difundida de nuestros héroes y heroínas revela que en el mundo ancestral andino la pareja era fundamental y el rol de la mujer muy distinto al de las sociedades europeas de entonces, que dejaron muy arraigadas hasta el día de hoy las huellas de ese pensamiento colonial machista.
Hoy, en este proceso de recuperar nuestra historia y nuestra ideología, estamos proyectando también la reconstitución no sólo de nuestra identidad como herederos de un pasado milenario, también la reconstitución de la identidad natural de la mujer como eje de la familia y de la comunidad.