Svetlana Aleksijevitj habla del “hombre rojo” Por Javier Claure C. Llegué al local media hora antes para coger un buen puesto. A unos 30 metros del recinto habían dos vehiculos policiales. Me acerqué a la puerta de entrada, me identifiqué y subi las gradas hacia la guardarropía. Me saqué la chaqueta e inmediatamente me advirtieron que no podía entrar con el pequeño maletín de cuero que llevaba. Ya van muchísimos años que asisto a este solemne acto, y nunca ocurrió algo parecido anteriormente. En fin, saqué el contenido del maletín: mi cámara fotográfica, un cuaderno y un bolígrafo. Y me marché al famoso salón, en donde un nutrido público esperaba a la galardonada con el Premio. Me instalé en un lugar relativamente cerca de la tarima, ahí sentado conversaba con un amigo. De pronto entraron los miembros de la Academia Sueca, se sentaron en sus respectivas sillas y un silencio absoluto se apoderó del salón. Sara Danius, la flamante secretaria de la Academia, se dirigió hacia la tarima, y desde allí dijo: Y así continuó Danius durante unos 20 minutos. En realidad, me sorprendió un poco esa larga introducción, ya que los anteriores secretarios no hablaban más de 10 minutos. Cuando Aleksijevitj tomó posición en el lugar indicado, empezó su discurso en ruso diciendo: El público trataba de seguirla leyendo el folleto que habían repartido al principio, pero me di cuenta que mucha gente eligió escuchar las palabras que salían de su boca. El discurso de Aleksijevitj estaba compuesto de diferentes partes: voces que narran historias, las experiencias y entrevistas que hizo entre los años 1980-1985 y 1989-1997. La primera voz que se manifiesta es un soldado que, en plena guerra, pide la mano a una mujer que también luchaba en la guerra y que, en cierto modo, se había olvidado de ser mujer. Cuando conversa con su admirador le dice: “... primero tienes que hacerme mujer, regalarme flores, decirme palabras cariñosas y cuando toques las fibras de mi ser, haré coser un vestido de novia”. La segunda voz se trata de Chernóbil. Una mujer cuenta: La tercera voz describe a un niño que mató a un alemán cuando tenía 10 años: La escritora bielorusa habló de una manera contundente, y creo que ante sus palabras todos quedan consternados. Cuando por ejemplo dice: Hoy tenemos una nueva generación que tiene otra visión del mundo, pero muchos jovenes leen nuevamente a Marx y a Lenin. No existe el imperio rojo, pero el hombre rojo aún está presente. Hay muchos idealistas y románticos. Hoy en día, a esos, se los llama: románticos de la esclavitud o esclavos de la utopia. La gente quiso establecer el reino de los cielos en la Tierra, el paraíso terrenal. Y al final sólo quedó un mar de sangre y millones de vidas destrozadas por nada". Sin lugar a dudas que la autora de “La guerra no tiene nombre de mujer”, ha sabido escuchar historias que le han perseguido durante 40 años. De ese modo se convirtió en la voz de los sin voces. Son precisamente esas voces clamorosas las que le sirvieron para incursionar en una literatura de no ficción, creando así un nuevo género literario. El sufrimiento, el desamor, la muerte, la lucha de los soldados y de las mujeres rusas en la Segunda Guerra Mundial, la exploción nuclear en Chernóbil, la guerra de Afganistán y las vivencias en el comunismo soviético son temáticas de mucha importancia en su obra. Svetlana Aleksijevitj es una mujer de mucho coraje, porque escribe y habla sobre acontecimientos que muchos desearían enterrarlos bajo mil metros. Después de haber conocido que el Premio Nobel de Literatura recayó en su persona, la entrevistaron en Minsk, capital de Bielorusia, en donde dijo: “... respeto el mundo ruso de la literatura y la ciencia, pero no el mundo ruso de Stalin y de Putin”. Palabras de mucha valentía, tomando en cuenta el destino que sufrió la periodista rusa Anna Politkóvskaya. Como buena conocedora de la verdad, es una voz crítica ante los sistemas totalitarios. Quizá por eso fue acosada por el régimen del presidente bielorruso, Aleksander Lukashenko. También fue culpada por mostrar a la antigua Unión Soviética de una manera “poco heroica”. Pero muy lejos de todo tipo de acusaciones, sus libros son de denuncia por encima del poder. Son libros que forman parte de un gran mural, en donde cada centímetro cuadrado está cubierto por historias verídicas que sacan lágrimas a cualquier ser humano. Svetlana Aleksijevitj fue agasajada en la Biblioteca de Rinkeby Svetlana Aleksijevitj, ganadora del Premio Nobel de Literatura 2015, fue agasajada el 9 de diciembre del año pasado en la Biblioteca de Rinkeby (Estocolmo). Llegó al lugar alrededor de las 10:30 de la mañana en compañía de su traductora, y entre aplausos se acomodó frente a un pequeño escenario. Los alumnos del Colegio multicultural de Rinkeby la recibieron, primero, dándole la bienvenida en diferentes idiomas. Luego, como es tradicional, entraron niños y niñas vestidos de blanco, con una vela en las manos, formando una fila de dos en dos, y entonando cantos populares navideños. Los alumnos que trabajaron varios meses en el proyecto relacionado con el Premio Nobel, leyeron dos obras de Aleksijevitj: "Los últimos testigos", una novela que trata de la supervivencia, la muerte, pero también de niños y niñas adolescentes que cayeron bajo las garras de la Segunda Guerra Mundial. La otra novela que estudiaron fue "Los chicos de latón", en la que se describe las peripecias de más de un millón de jóvenes rusos que participaron en la guerra contra Afganistán a finales de la década de los 80. Muchos de ellos murieron y fueron enterrados en ataúdes de latón. Con todo ese conocimiento y con ayuda de dibujos y un folleto los alumnos explicaron, a grandes rasgos, la vida de Alfred Nobel. Uno de ellos dijo: "Alfred Nobel nació en 1833, era pobre. Su madre vendía verduras en una plaza para mantener a sus tres hijos. Después de cuatro años su padre les envió los pasajes para que se fueran a Rusia. Allí se hicieron ricos. Alfred se enamoró de Sofie Hess, una bella mujer que estaba junto a él por interés; se aprovechaba de su dinero". Otra alumna, Guleed Warsame, continuó dirigiéndose a Aleksijevitj: "he leído algunos de tus cuentos, son interesantes pero también aterradores. Casi todos los textos hacen alusión a niños y niñas que tratan de sobrevivir, a pesar de que sus padres han muerto. ¿Cómo puede ocurrir semejante situación en este mundo? ¿Cómo piensan los que matan a niños y niñas? ¿Por qué no podemos vivir en paz?". Al final del acto Aleksijevitj recibió un retrato de su persona hecho por Sumeya Babasharif. La galardonada del Premio Nobel tomó la palabra y emocionada pronunció: "Muchas gracias por todo lo que han hecho. Me gusta hablar con los niños y la juventud. Les agradezco porque en sus pequeños corazones existe un lugar para ese dolor que yo escribo en mis libros. Muy lejos de las fronteras de Suecia hay guerras hoy en día. Los seres humanos no estamos hechos para matarnos. Es la barbarie que ocasiona las guerras". También inculcó a los alumnos a estudiar con ahínco y a luchar en la vida para conseguir los objetivos trazados. Gabriel Jovanovich, uno de los alumnos del proyecto que leyó algunos cuentos de Aleksijevitj, me contó que estaba impresionado por el sufrimiento y el trato que recibieron los niños durante la Segunda Guerra Mundial. De la misma manera, Raya Mustafa, manifestó que fue terrible lo que leyó, y que Svetlana Aleksijevitj tuvo coraje para escribir esas historias. No cabe dudas que los textos de Aleksijevitj impactaron a los alumnos de Rinkeby, porque lo que escribe en sus libros es llanto, sufrimiento y desesperación. Nadie más que ella tuvo la gran sensibilidad de recolectar testimonios y transcribirlos en papel. Deja correr esas voces con tonos de dolor para tocar los corazones de sus lectores. Así, una vez más, la Biblioteca de Rinkeby se convirtió en un auditorio en donde los niños y niñas pudieron conversar con la autora de "Voces de Chernóbil". |