Entre los componentes del mundo andino, la mujer representa la parte más afectada por la colonización. Al igual que el hombre ha sufrido la desestructuración de sus sociedades y ha sido sometida a diversas formas de opresión y explotación.
Sin embargo, se le debe añadir los problemas inherentes a su sexo: La colonización a roto el equilibrio hombre/mujer existente en las sociedades tradicionales, promoviendo un machismo vehiculado por la ideologia dominante.
Es así que la mujer india acumula la opresión étnica, clasista y de género, situación a la cual es necesario reflexionar y sobre la cual es imprescindible actuar.
Fernando Montes R. indica en su trabajo sobre la situación de la mujer en.los barrios marginales de La Paz, principalmente el trastorno de las conductas en la pareja que se traduce en violencia, explotación y discriminación de Ia mujer, actitudes que en las barrios marginales no son evitadas o atenuadas por los mecanismos tradicionales vigentes en las comunidádes indias de las cuales proceden esas parejas.
Aurora Lapiedra en su artículo, rol y valor de la mujer andina en la "representación" familiar, toca el tema del rol de la mujer andina en la comunidad, sus funciones y las relaciones entre liderazgo tradicional y liderazgo moderno.
Finalmente Sonia Montecinos destaca el rol de la mujer mapuche en tanto soporte de la estructura social étnica, así como su rol actual en la resistencia de ese pueblo, roles fundamentados en la concepción de opuestos complementarios común a las sociedades indias de las Américas.
Situación de la mujer en los barrios marginales de La Paz Bolivia. Por: Fernando Montes R.
La ciudad de La Paz es uno de los principales centros receptores de migración del país. La mayor parte de este flujo migratorio está constituido por campesinos aymaras del altiplano. Este proceso ha continuado con intensidad creciente, y es posible que a la fecha el porcentaje sea aún mayor de lo que se supone, pues el desplazamiento de habitantes del campo a la ciudad se ha ido acelerando con el tiempo.
Los migrantes recién llegados encuentran en La Paz una versión urbana de la cultura aymara, que les sirve de “colchon” para amortiguar su adaptación al nuevo medio. Esta variante citadina se ha ido formando a lo largo de muchas generaciones de indígenas que desde un principio ha residido en la ciudad. Esta es una cultura de transición, que sobre una base aymara incorpora elementos criollos y los combina en una síntesis original, indígena en su base y acriollada en sus segmentos superiores.
Para evitar el desprecio y la discriminación que trae consigo su condición de indios, los migrantes rurales tratan de asimilarse lo más rápidamente posible con la cultura mestiza urbana, y por ello están muy predispuestos a imitar sus costumbres y formas de comportamiento.
El proceso de unirse a la pareja es similar al que se sigue en el campo, aunque aquí es mucho más sencillo y casi siempre queda incompleto o trunco. Los encuentros iniciales se dan en ferias, parques o espectáculos populares. Luego viene el “robo” de la novia, con el consentimiento de ella, y por último el compromiso o irpaqa, con toda la pantomina de la hostilidad del suegro contra el yerno y su familia, los azotes rituales de la incipiente pareja y el pedido de perdón. De ahí se pasa a la convivencia o sirwiñaku; pero a diferencia del campo, donde casi todas las relaciones se formalizan con la boda, en la ciudad la mayor parte de las uniones se quedan en el concubinato.
Parecería que los hombres migrantes han introyectado las pautas machistas urbanas occidentales, imitadas de las series televisivas. Por eso se ufanan de sus múltiples conquistas y de su infidelidad, cosa que en el campo sería motivo de censura y escarnio.
En la cultura aymara hay una marcada jerarquía patriarcal por la que los mayores exigen obediencia y sumisión a los menores y se arrogan el derecho de enmendarlos. En los barrios marginales, este principio se Ileva más lejos, y puesto que el marido se equipara al hermano mayor, se considera que tiene autoridad sobre su mujer y puede castigarla como lo haría con su hermano menor. lncluso se llega a pensar que es saludable para la buena marcha del matrimonio una golpiza ocasional, aunque la mujer no haya cometido ninguna falta concreta que Ia justifique. (De la misma manera, en la Inglaterra victoriana se azotaba a los niños aunque no tuvieran ninguna culpa, simplemente porque se tenia la idea de que los golpes eran necesarios para que el chico crezca derecho y adquiera fortaleza frente al sufrimiento).
Aunque no haya necesariamente violencia, el trato que las mujeres resiben de sus maridos no suele ser bueno: Los hombres consideran que una mujer sólo sirve para tener hijos y no valoran a las como mujeres y como esposas. En todas estas situaciones de abandono, abusos o violencia, la mujer prácticamente no tiene a quien recurrir. La comisaría de policia y los tribrunales no hacen más que despojar a los litigantes del poco dinero que puedan tener, y nunca resuelven nada. No existen padrinos, o cuando los haya suelen perteneser a un estrato económico superio y no se inmiscuyen en la vida de sus ahijados, o bien no gozan de la autoriadad y el poder de censura pue tienen en las zonas rurales.Tampoco existe un consenso comunitario fuerte que vaya a censurar estos echos.
Con la crisis económica y la desocupación maculina, las mujeres que conservan a su cónyuge llevan la mayor parte de la carga económica de mantener a sus hogares y obiamente Ias mujeres abandonadas tinen sobre sí toda la responsabilidad.
La jornada típica de una mujer comienza a las 5 de la madrugada, en que se levanta para hacer la limpieza de su hogar, prepara el desayuno, alista a sus hijos, los envía a la escuela y prepara la comida que se consumira durante el día. La hora en que salen a trabajar varía según las ocupaciones las vendedoras de frutas deben estar a las 6 en los tambos para adquirir su mercaderia.
Por la tarde muchas lavan ropa, otras contnuan con su comercio y suelen estar de regreso en su casa a eso de las 7 u 8 de la noche. Entonces lavan el servicio usado para las comidas, arreglan y lavan la ropa de los suyos, y algunas se quedan a hilar hasta la 1 o 2 de la mañana.
Como es de suponer, la jornada laboral de la mujer, incluyendo las tareas domésticas, es más larga que la del hombre. Por otra parte, la contribución económica femenina al hogar suele ser
Rol y valor de la mujer peruana. Por: Aurora Lapiedra
Respecto a la función social de la mujer, nos preguntamos si su papel es secundario o fundamental. En la observación de la realidad vemos que la mujer hace presente a la familia a través de Ias relaciones sociales de la organización comunal.
La colaboración en la obtención de recursos depende de las comunidades; no es igual en toda la zona. En sitios cercanos a la carretera o al tren, las mujeres hacen negocios de comidas. En algunas comunidades buscan terrenos en arriendo y la mujer se encarga totalmente de hacerlos producir. Lo más común en la zona es que las mujeres se dediquen con mayor intensidad que lo acostumbrado a la crianza de animales.
Através de esta función, má allá del rol específico que realiza asegurando el aporte económico para poder desempeñar el cargo, la mujer es garante de relaciones sociales, mediante los cuales hace presente a la familia más allá del espacio familiar e incluso comunal. En el terreno de los cargos civiles es preciso hacer distinciones. La mujer actúa como “esposa”. En los cargos civiles ”modernos”, por llamarlos de alguna manera (fundamentalmente creados a raíz de la reforma agraria: presidentes de los concejos por ejemplo), la mujer no desempeña ninguna función de complementariedad con su esposo; daría la impresión de que, a través de dichos cargos, no se considera la identidad andina, se resaltan las condiciones individuales y aparece un concepto más machista de la organización. Ya no se respeta la dualidad en el sentido de complementariedad y co-protagonismo, más bien se da la lucha por el poder entre el hombre y la mujer.
La mujer es desplazada de su rol de esposa, sin embargo tiene la posibilidad de acceder a un rol protagónico y ocupar uno de los cargos. En esos casos se desempeña a partir de su ascendiente personal y dependiendo de sus propias cualidades, no tanto a partir de las relaciones sociales al interior del grupo.
De todas naneras, es muy importante señalar que, cada vez con mayor fuerza, la mujer andina se hace presente en el contexto nacional por sus luchas, articulando las reividicaciones familiares y comunales, no como estandarte de una lucha protagonizada por el hombre, sino con una participación activa y con iniciativa en la defenza de la tierra; por que la defenza de este recurso es algo que brota de la propia identidad. No es casualidad que la tierra sea el origen de la vida en el mundo andino. Pero también protagoniza otras reivindicaciones, como es la capacidad de mejorar el consumo y la exigencia de una relación más coherente entre ingreso y consumo, aspectos relacionado con la vida tanto familiar como comunal.
Según los Estatutos de Comunidades Campesinas y las normas tradicionales asumidas por los miembros de la comunidad, los derechos de participación con voz y voto en las Asambleas son iguales para el hombre y para la mujer; sin embargo, lo que se ve, se dice y se acepta es quien ejerce el derecho a la palabra es el hombre generalmente. ¿Es por condición de género?. De hecho las viudas participan en las Asambleas y en otras actividades de representación igual, aunque tengan hijos jóvenes. ¿No será que hay mucha relación entre las personas que asumen nominalmente la adjudicación de un terreno y la importancia en la representatividad?. El hecho de las viudas lo confirma; tambien muchos casos en los que la mujer aparece en la comunidad como conductora de terrenos. Es una cuestión de delegación asignada explícita o implícitamente. Aun en los casos en los que la mujer no aparece vinculada directamente a la conducción de terrenos no es ajenaa la participación en las Asambleas y lo demuestra el hecho de que tiene opinión sobre los asuntos que se tratan.
En cuanto a la faena, su participación depende del caracter de las mismas: cuando se trata de faenas tradicionales (limpieza de la acequia, trabajos en terrenos comunales) la mujer o por caracter de viuda o por esposa de quien tiene cargo "qollana", ''bandón", "cañari", etc., asume tareas específicas por ejem. aportar chicha para todos, tarea con una fuerte carga social.
La mujer, desde su propuesta familiar, se hace presente en el mundo comunal e intercomunal a través de las distintas actividades que realiza y que están cruzadas todas ellas por un carácter relacional.
La mujer, desde las relaciones que genera la vida familiar en un contexto comunal, garantiza unas relaciones personales marcadas por la solidaridad y Ia vida.
Mapuches: Mujeres de la tierra. Por: Sonia Montecinos
La etnia mapuche es la de mayor peso numérico dentro de la sociedad chilena, su historia restituye la beligerancia de siglos contra el dominio español y su posterior derrota (1881) por el ejercito republicano. Durante ese largo período, la guerra tiñó los avatares de la sociedad indígena. Así, los hombres se abocaron a la Iucha y a la producción ganadera, desplazándose por el amplio y autónomo territorio que dominaron. Las mujeres permanecieron reproduciendo el cotidiano doméstico y familiar, labraron la tierra, fracturaron, las vestimentas, modelaron los utensillos, criaron a sus hijos.
El Proceso reduccional entonces, agregará nuevos elementos a la posición de la mujer mapuche; ella continuará siendo la visagra que une a los distintos grupos familiares, ahora en una situacion de desaparecimiento de la poligamia (la escasez de tierra y riqueza la fueron anulando), con un mafutun más que nada simbólico; pero dentro de una estructura de parentesco patrilineal y patrifocal. Su aporte a la reproducción económica familiar será en la horticultura y la textilería cuyos productos servirán para las ”faltas" (el azucar, el mate, todos aquellos bienes que la unidad doméstica no produce).
La reducción traerá consigo, también, la migración femenina a las grandes ciudades. El empleo doméstico será el espacio que la mujer mapuche poblará en la urbe. Allí, discriminada, experimentando relaciones de patronazgo enfrentará el vínculo con el otro, con el huinca. Raramente Ia mujer migrante perderá los lazos con su familia natal; los ingresos que obtendrá por su trabajo seran enviados en especies o dinero al campo; concurrirá a los ritos tradicionales (gui-latún) y toda vez que la enfermedad la aqueje viajará a sanarse con las machis (chamanas). Adoptando a veces la representación externa de lo huinca, mantendrá su ser-mapuche, su identidad, como refugio ante la presión del mundo blanco.
El rasgo basal que asumirá la mujer mapuche en el proceso de inserción a la sociedad chilena será sin duda el de la mantención del discurso cultural. Su ser-madre, socializadora, transmisora de los valores que hacen posible reproducir la diferencia, la colocan en un lugar estratégico dentro de la resistencia social y cultural del puebio mapuche. Estos elementos podrían considerarse como de conservadorismo, de negación al cambio; pero trazan un movimiento de impugnación a las agresiones de la sociedad nacional que pretende velar las especificidades para, asi, negar la posibilidad de una "igualdad en la diferencia".
Las categorizaciones de lo masculino y lo femenino se despliegan al interior de una concepción que concibe el mundo bajo opuestos complementarios, en una unidad que estará conformada por dos elementos que son necesarias para que el universo se accione. Asi, no existirá una jerarquia de arriba/abajo sino de izquierda a derecha que no se corresponde con la valoración de negativo o positivo, bueno o malo, sino más bien representan fuerzas en constante tensión. Asi lo masculino y lo femenino estarán situados en la derecha y en la izquierda respectivamente. En la derecha esta el sol, el calor, el día; y en la izquierda luna, el frío, la noche.
La cosmovisión mapuche otorga un lugar singular a lo femenino, una ubicuidad doble. Puede estar tanto en el bien como en el mal. En el bien, en tanto las mujeres como chamanes (machis) son las depositarias del saber medicinal y mágico que entrega la divinidad para restablecer la salud de lo humanos. En el mal, en tanto las mujeres pueden llegar a ser kalku (bruja), poseedóras de un conocimientio malévolo entragado por las fuerzas negativas (huecuve) para dañar a las personas.
Bien y mal son fuerzas poderosas y estan virtuaImente representadas en el ser femenino. Así, la mujer expresa su potestad. Su manejo del mundo sobrenaturaI lo hace aparecer simbólicamente como una presencia vigorosa y dominante, con el imperio de dar la vida como tambien la muerte.
Y el orden cósmico es uno de los elementos cruciales que los mapuches bregan por preservar. La existencia de hombres y mujeres está determinada por las fuerzas sobrenaturales. La familia, la economía, la vida socia, la relación con el huinca pasa por la unidad indisoluble entre los humanos y las fuerzas divinas. Por eso, los ritos (guillatunes, machitunes, oraciones, etc.) son indispensables puesto que ellos devuelven la armonía perdida, reestablecen el orden del universo.
Creemos que esta posición de la mujer emanada del orden cultural, social y económico de la etnia mapuche unida al proceso histórico de las reducciones, hace restallar su figura en la resistencia de su pueblo y le otroga un lugar poderoso a su existencia. La mujer mapuche borda el recorrido de una memoria que se niega a desaparecer: en la ciudad o en el campo ella se comunicará con los antepasados, le transmitirá a sus hijos, en la lengua de la tierra, las imágenes fundantes de un orden y dirá incansablemente con sus gestos le que le enseñó su bisabuela a la abuela y su abuela a su madre. Madre ella, relatará la trama de los antiguos guerreros que perviven en el wenu-mapu (la tierra del cielo), tejiendo una historia de luchas, sembrando la indocilidad, germinando nuevamente la resistencia.