La Reconstitución del Collasuyu como negación de la historiaCarlos Macusaya Cruz / periodicopukara.com Ante este problema, muchos “indios” reaccionaron y combatieron el engaño que entraña la historia oficial de los “q’aras”, pero con una especie de autoengaño, en el que el Tawantinsuyu era presentado como un “reino de bondad” y la colonia, dominación única e invariable. Así, hemos pasado de rechazar nuestro pasado a idealizarlo, pero esto no nos permite conocer nuestra historia. No es suficiente criticar la historia oficial, sino también ser críticos con eso que llamamos nuestra historia. Hoy en el mundo, muchos pueblos han sistematizado registros sobre su pasado, por lo que no se les puede meter el dedo a la boca inventándoles cuentos, como se hace con los “indígenas”. Podemos saber de las distintas dinastías que dominaron en China porque se tienen registros sobre ellas, pero es poco lo que quedó como registro histórico de los pueblos andinos antes de la colonización. Esto no quiere decir que la preocupación por registrar ciertos hechos, por formar una historia, haya estado ausente en las sociedades precoloniales. Sobre el tema de la historia antes de la colonización y durante los primeros años de la colonia, un cronista español, Sarmiento de Gamboa, nos da una llamativa pista: “…había, y aún hay, particulares historiadores de estas naciones, que era oficio que se heredaba de padre a hijo. Allegase a esto la grandísima diligencia de Pachacuti Inga, el cual hizo llamamiento general de todos los viejos historiadores de todas las provincias, que él sujetó, y aún de otros muchos más de estos reinos y túvulos en la ciudad de Cuzco mucho tiempo examinándoles sobre las antigüedades, orígenes y cosas notables del estos reinos. Y después que tuvo bien averiguado todo lo más notable de sus antigüedades y de sus historias, hízolo todo pintar por su orden en tablones grandes, y dispuso en las casas del Sol una gran sala, a donde tales tablas guarnecidas de oro estuviesen como en nuestras librerías y consituyo doctores que supiesen entenderlas y delcararlas. Y no podían entrar donde estas tablas estaban sino el Inga o los historiadores sin expresa licencia del Inga”. En lo que nos dice Sarmiento de Gamboa resaltan tres cosas: 1) había un interés por registrar información sobre “antigüedades, orígenes y cosas notables del estos reinos”, 2) el registro se hizo en tablones, y 3) quienes podían leer esos registros eran un grupo que tenía acceso privilegiado a esos tablones por “expresa licencia del Inga”. En el incario se registró un tipo de historia y esta era accesible sólo a un grupo, no a todos los habitantes del Tawantinsuyu. Lamentablemente hoy no podemos descifrar ni acceder a la información que contenían esas tablas, pues al estar “guarnecidas de oro” fueron parte del botín que se llevaron a Europa. Sin embargo, muchos investigadores se han dedicado a esclarecer varios aspectos de las sociedades precolombinas; sus trabajos nos pueden brindar material útil para reflexionar sobre nuestro pasado, pues encontraremos en esos trabajos aspectos que desmienten la idea de un mundo indígena “sin mal”. Nathan Wachtel nos dice que en el Tawantinsuyu las jerarquías sociales se manifestaban en la división territorial-administrativa del incario, así Collana (grupo de jefes) estaba relacionado con el Chinchasuyu; Payan (grupo mixto constituido por los servidores de los incas) estaba relacionado al Antisuyu); Cayao (población vencida) estaba relacionado al Collasuyu y, por último, el Contisuyu se relacionaba a una combinación entre payan y cayao. Nótese que el Collasuyu estuvo relacionado a una categoría de población vencida, no era un Estado aymara. Además, varios grupos étnicos del Collasuyu participaron en la expansión Inca. El historiador Roberto Choque, apoyándose en Waldemar Espinoza, dice: “durante la última etapa de la expansión incaica, los charka, karakara, chuy y chicha participaban en la conquista de chachapoyas, cayampis, cañaris, quitos, quillacincas, guayaquiles y popayanis”. Las jerarquías y diferencias entre grupos también se expresaron en los entierros. Jorge Arellano López y Eduardo E. Berberaián, en su pequeño trabajo Mallku: El señorío post-tiwanaku del altiplano sur de Bolivia, hacen notar, entre otras cosas, que algunos muertos eran enterrados de manera simple y otros colocados en chullpares junto a varios objetos y “acompañantes”; lo que evidencia que no todos, incluso después de la muerte, eran tratados como “hermanos”. La Conquista Española fue posible sólo a partir de que en el incario habían contradicciones sociales, las cuales fueron bien aprovechadas por los invasores. No fueron los españoles lo que derrotaron a los ejércitos incas; los incas fueron derrotados por otros grupos étnicos aliados a los españoles. Pero así como es importante considerar las contradicciones sociales en estas tierras antes de la Colonia, es igualmente importante ver los matices que se daban en el proceso de dominación colonial, pues muchas veces pensamos en la colonización como un proceso de dominación ejercido sobre los “indios” que funcionaba de manera única y homogénea, de principio a fin. Uno aspecto que nos muestra los diferentes modos en que la Colonia funcionaba, es el de la tributación. Sinclair Thompson apunta tres tipos de tributos que corresponden a tres formas en las que los indios eran diferenciados: Los indios originarios, a diferencia de los indios agregados y forasteros, estaban obligados a pagar mayores tributos y a trabajar en la mit’a, lo que ocasionó que muchos escapasen de sus comunidades, disminuyendo así el volumen de los tributos, por la disminución de la población “originaria”. Este fenómeno afectó a varias comunidades. Como ejemplo se puede mencionar que “en la Provincia Pakaxa, el número de tributarios originarios en 1701 estaba muy por debajo del número de forasteros”. La propia diferencia en obligaciones tributarias entre indios originarios, agregados y forasteros implicaba modos distintos de resistir o escapar a tales obligaciones, pero en determinados momentos, los distintos tipos de resistencia y confrontación podían coincidir y articularse, como en 1781. La colonia imponía fronteras sociales muy fuertes entre los distintos grupos, pero que podían romperse hasta ciertos límites. Había resquicios para cierta movilidad social en la que los indios podían desarrollar su vida más allá de las reducciones. En un documento fechado el 27 de agosto de 1778, el contador mayor del Tribunal de Cuentas de Lima dice: “Aquí, dentro del recinto de las murallas hay más de 2.500 indios ocupados en los oficios de sastres, zapateros, botoneros, sireros, borderos, carpinteros y albañiles”. En la colonia, a diferencia del periodo republicano, los indios podían elegir alcaldes y corregidores y estos tenían atribuciones delimitadas. En la Ley de la Recopilación de 1680 se puntualiza: “Tendrán jurisdicción los indios alcaldes solamente para requerir, prender y traer a los delincuentes a la cárcel del pueblo de españoles de aquel distrito; pero podrán castigar con un día de prisión, y seis u ocho azotes al indio, que faltare a la misa el día de la fiesta o se embriagare o hiciere otra bita semejante, y si fuere embriaguez de muchos se ha de castigar con más rigor”. La fundación del Estado boliviano, en gran medida se asentó sobre las estructuras coloniales. Es indicativo que quienes defendían la corona española, fueron quienes fundaron Bolivia, lo que implica que no hubo drásticos cambios en la composición de las clases sociales y por lo mismo en la estructura de la propiedad de la tierra hasta la “Revolución Nacional”. El fracaso del proyecto Estatal del 52, fue el terreno en el que emergieron planteamientos que apuntaban a ese fracaso reivindicando el pasado incaico. Y así empezó el cuestionamiento al engaño de la historia oficial, a partir de un autoengaño. Se contrapuso al Estado boliviano el Estado inca y con el tiempo se fue especificando tal contraposición entre Bolivia y el Collasuyu, en el entendido de que el primero era de los “q’aras” y el segundo de los “indios” (y en específico de los aymaras). Pero el Collasuyu no fue un Estado aymara, fue un tipo de división político administrativa de la dominación inca que se impuso sobre los “señoríos collas” en tanto “población vencida”. La colonización destruyó el Estado inca, pero ni el Estado inca ni la colonización significaron el fin de varios pueblos andinos. Por lo tanto, creer —más que pensar— en la “reconstitución del Collasuyu” es negar el presente sin entender el pasado. En buena medida, la lucha que emprendió Tupaj Katari es más significativa que el pasado de la dominación Inca y el Collasuyu, pues en 1781, los grupos étnicos que compartían la lengua que hoy se conoce como aymara, actuaron, en su mayoría, de manera conjunta. El movimiento que lideró Katari logró articular a grupos que antes, durante y después de la dominación inca estaban entrampados en “luchas intestinas”. Puede decirse que 1781 es el tiempo en el que se articuló un movimiento que prefiguraba lo que se conoce ahora como nación aymara, lo que no sucedió en el periodo de la dominación inca. Que antes de la colonización haya habido dominación no quiere decir que la colonización española haya sido lo mismo que, por ejemplo, la dominación Inca sobre los “señoríos aymaras”. De hecho, la forma en que funcionó la mit’a durante el incario y la forma en que funcionó en la colonia dan cuenta de la diferencia entre esos dos procesos de dominación. No fueron lo mismo la dominación inca y la dominación española; el estudiar sus diferencias nos ayudaría a comprender mejor lo que consideramos nuestra historia. La idea de “reconstitución” de un pasado del que se sabe poco apunta más a lo sentimental y no permite ver las dinámicas actuales en las que se encuentran los “indios”. Es un síntoma de la impotencia ante los retos del presente. Hoy los aymaras se han posicionado y han posicionado sus expresiones culturales en Santa Cruz, Pando Beni y Tarija, espacios que en su mayoría no eran parte de la dominación inca, sin mencionar los fuertes vínculos económicoculturales actuales entre aymaras de Puno y El Alto, entre otros. La idea de “reconstitución” nos aleja de los problemas contemporáneos, de las vicisitudes de los aymaras en el siglo XXI, problemas que no “atormentan” a nuestros ancestros. En el mundo, los pueblos que sufrieron procesos de dominación no están preocupados por “reconstituir” algún pasado “ancestral”. Los griegos no están ocupados en “reconstituir” la dominación helena, ni en la India se preocupan por “reconstituir” el imperio mogol, Irán no se entretiene en “reconstituir” su pasado persa. En nuestro caso, lo poco que sabemos sobre el periodo precolonial y colonial es el terreno en que funciona la esterilizante idea de “reconstitución”. Es urgente articular a la crítica que se descarga sobre la historia oficial, una crítica sobre “nuestra historia” y tratar de englobar ambas, dando lugar a una crítica que sea a la vez autocrítica. No les echemos el bulto de nuestras impotencias a nuestros ancestros, ellos no nos darán las respuestas que nosotros debemos forjar. Estudiemos el pasado no para reconstituir, sino para constituir. No se puede reconstituir lo que nunca existió. Debemos constituir un proyecto a partir de lo que somos, en tanto actualidad y no a partir de lo que nunca fuimos. |