¿Por qué asesinaron a Cristo?Max Murillo Mendoza / katari.org Así fue históricamente la presencia de Jesús, allá por los años 6 o 7 a.C., en plena ocupación del imperio romano de los territorios de Israel. Imperio, como todos, con las injusticias comunes hacia los pueblos y las convivencias corruptas con las oligarquías locales. El mito de Cristo tiene todos los insumos de un hombre que se estrelló contra los poderes de su tiempo. Contra el imperio romano, pues uno de sus propios discípulos era un guerrillero contra esa ocupación (Simón Zelotes). Contra la complicidad y la hipocresía de las clases altas judías, que se beneficiaban económicamente en su dominación gracias al imperio romano. Sin embargo, la constante de la historia se repite a lo largo de los siglos: quienes tienen ese poder de escribir y relatar siempre son las clases altas y oligarquías. En realidad, las historias son los puntos de vista de los vencedores y poderosos. Que se encargan de encubrir y tapar en el manto del olvido aquellos pasajes que no les conviene, aquellos aspectos que están en contra de ellos o perjudicaría sus intereses. Por eso los poderes que se encargaron de escribir la vida de Cristo no resaltan lo que realmente fue Cristo. Manipularon la historia y el mito a favor de sus intereses. Así que no nos extrañe que el catolicismo es una religión que alaba y protege a los ricos y poderosos en contra de los pobres. Es una religión que busca el perdonar a los ricos a nombre de Dios. Que busca el perdonar a los criminales y que todos vivan felices (hambrientos y oligarcas, colonizados y colonizadores) en nombre de dios. Los poderosos de todos los tiempos manipularon los relatos, ocultando a ese Cristo radical, combativo, antirrico, antiimperial, sin tapujos contra la hipocresía de los sacerdotes de las oligarquías judías. En definitiva era un peligro para el sistema. Y pues, el sistema decide matarlo, eliminarlo en bien de los poderes establecidos. Las aburridas misas actuales, donde se lavan los cerebros y lo sentimientos con mentiras, sentimentalismos y falsas promesas de vida inmortal, solo recuerdan los puntos de vista de los poderosos e hipócritas formas de perdonar y perdonar a los oligarcas; aún estos fueren los más sanguinarios y criminales. Durante la Guerra Fría, Latinoamérica sufrió el asedio brutal de Estados Unidos en su cruzada contra el comunismo. Avalaron las dictaduras más sanguinarias en toda la región, con alianza de los poderes eclesiales, pues tenían que combatir al ‘comunismo ateo’ de la mano de los patrones del norte. Pero sucedió lo impensable: algunos sacerdotes que entendieron el verdadero mensaje de Cristo rompieron con esa iglesia oligárquica. Inauguraron otra manera de hacer iglesia: con el pueblo y junto al pueblo: Teología de La Liberación. Fue el intento más importante de romper con el dogma tradicional del Vaticano. Muchos sacerdotes de avanzada fueron asesinados (en Bolivia Espinal, Lefevre y otros). La mayoría expulsados de las iglesias o condenados al silencio y los rincones más insultantes de sus instituciones. Hoy los cardenales oligarcas del Vaticano buscan su canonización para hacerlo ‘santo’. Esos son los santos de la iglesia católica: criminales y viviendo en la riqueza y la lujuria más insultante, pero santos. La muerte de Cristo fue un asesinato. Asesinado por las mismas razones que lo fue el Che Guevara, Gandhi, Espinal, Lefevre, Bartolina Sisa y tantos y tantos sacrificados por sus ideas y su inclinación a las ideas de justicia, igualdad de oportunidades, mejores días que las sobrevivencias inhumanas de miles de millones de humanos. Ahora Cristo es recordado como parte del poder. Quien no cree en él es considerado ateo, comunista y terrorista, es decir contrario al poder y a los grupos dominantes. Es a ese Cristo del poder, manipulado e interpretado por los poderes oligárquicos, que se recordó en Semana Santa. No se recordó al Cristo rebelde, al Cristo hereje, al Cristo en contra de los poderes oligárquicos, al Cristo de la Teología de La Liberación. A ese Cristo le enterraron los que escribieron la historia de la iglesia. Y quisieran que no resucite más. |