Max Murillo Mendoza Por tanto, en Bolivia existen muchas historias, muchas visiones encontradas y absolutamente contrarias en mentalidades y sueños; sin embargo ése es el sueño: cómo combinar, cómo hacer de estos espacios asuntos colectivos y plurinacionales, es decir donde hagamos alquimia y arte en la convivencia de distintos. Habría sido más sencillo hacer una revolución sangrienta. Habríamos resumido muchas cosas por varios años, porque nuestras posibilidades de eliminar lo malo y perjudicial, por la fuerza, pues, justificadas y asumidas hubieran sido. Pero optamos por el camino democrático y pacífico hasta donde todavía se estila. Entonces, los enemigos siguen en estos territorios, los complotadores y guardianes del orden establecido colonial siguen vigentes. Las mentalidades del apartheid en las clases medias y altas siguen siendo cotidianas. La Iglesia Católica sigue promulgando su odio todos los domingos desde sus púlpitos coloniales. Es decir, varias cosas, muchas cosas mentales no han cambiado en nada. Sólo están disimulando su rencor y odio. Y despiertan con cierto entusiasmo cuando ven la oportunidad de golpear al proceso de cambio. Lo hacen desde todas sus trincheras: prensa, Iglesia, universidades, sindicatos racistas del magisterio y salud, colegios privados católicos, etc., etc. Su poder es muy fuerte, lo que se olvida con demasiada ingenuidad o quizás complicidad. Todas las revoluciones y procesos sociales de cambio se han derrumbado cuando los soñadores, los que han dado su sangre y los convencidos poetas de esos sueños han sido reemplazados por los tecnócratas y “especialistas en revoluciones”. En Rusia, los soñadores fueron a dar sus vidas en las tantas guerras que les avasallaron. Se quedaron atrás los tecnócratas y especialistas (con la excusa de construir Estado), entonces murió su revolución. En todas las revoluciones sucedió más o menos lo mismo. En nuestro caso, muchas de las veces la memoria histórica es demasiado frágil y demasiado traicionera. Muchos dirigentes incluso de las organizaciones sociales olvidan rápidamente de estos sacrificios colectivos. Desde su comodidad y disfrute pequeño-burgués del proceso, exigen cosas imposibles y alejadas de la realidad. Instalados en el nuevo sistema se alejan de los sueños, sino sólo en el discurso. Los bien tratados por este proceso, como son los mineros de Huanuni, son los primeros en aliarse a la derecha más colonial de este país. Las legitimidades económicas y sociales no deben ser excusas políticas para aprovechar de mala manera el pánico y fundar un partido político. Y este movimiento coyuntural tiene el objetivo político de fundar el PT (Partido de los Trabajadores). Lo grave de esta supuesta legitimidad es que lo hacen de la manera más reaccionaria posible. Con banderas del Che y Lenin incluidos en sus reaccionarias proclamas. Definitivamente, existe ese potencial peligro en este proceso de cambio: el acomodo y la inercia de las ideas en muchos sectores y organizaciones sociales. Los sueños y los sacrificios han pasado al instalarse bien y la complicidad con las costumbres pequeño-burguesas: tertulias y vivir bien en nombre de los cambios sociales. Se configuran peligrosamente aristocracias obreras y mineras que simplemente adquieren la connotación tradeunionista del reclamo sectorial y salarialista, sin considerar el conjunto de las estrategias ni siquiera las alianzas de clases o sectores. Y esa peligrosa lógica del instalarse bien puede desembocar en el desánimo de sectores menos favorecidos: sin sueldos, sin seguridad social, sin jubilaciones que son la mayoría de este país. Y coincide ese dato otra vez con indígenas y campesinos, siempre al margen de esos beneficios occidentaloides. Este proceso de cambio debe seguir contando con los soñadores, con aquellos que darían su vida por estos territorios ocupados y saqueados por colonias extranjeras que siguen presentes, que siguen ocupando instituciones bancarias, cámaras de comercio y edificios y barrios de lujo absolutamente extraños a este país. Las cosas no han cambiado mucho, a pesar de los enormes esfuerzos de estos años. Los complotadores y antiindígenas siguen siendo cotidianos. Para el cambio de estas grotescas mentalidades racistas y pigmentocráticas faltan demasiados años. Los procesos educativos deben ser más agresivos, pues no debemos confiarnos tan rápidamente e instalarnos en el sistema como si todo ya habría cambiado. En realidad, es el inicio. Y deberíamos trabajar junto a los soñadores como si fuera el primer día. Los tecnócratas y especialistas son muy necesarios; pero que vengan después. Hoy los golpes de Estado oligárquicos y los complots de los sindicatos occidentaloides reaccionarios, financiados por el sistema, siguen vigentes como antes. |