Édgar Arandia / la-razon.com El 30 julio de 1973, en Tiwanaku, se reunieron miembros del Centro de Coordinación y Promoción Campesina Mink’a, de la Asociación de Estudiantes Campesinos de Bolivia, del Centro Campesino Túpac Katari y de la Asociación de profesores campesinos. Juntos elaboraron un documento que fue una referencia importante en la formación de las corrientes indianistas y kataristas de esa etapa, en la que gobernaba la dictadura banzerista, coludida con las fuerzas más retardatarias. Este manifiesto fue difundido no solamente dentro del país, sino que su repercusión llegó al exterior y fue acogido y reconocido por el Tribunal Russell ese mismo año. Llegó a las universidades y a los grupos de resistencia durante la dictadura y fue, en muchos casos, relegada. Sin embargo, su importancia fue vital a la hora de construir alternativas revolucionarias. Es un documento que recoge los insumos doctrinarios de lo que serían después las semillas para la aparición de varias organizaciones políticas, que reivindicaban las culturas originarias como el primer valor desde donde se deberían construir las políticas sociales, educativas y económicas. Su introducción comienza con una frase atribuida al inca Yupanqui dirigida a los españoles: El capítulo Nuestra cultura como primer valor, empieza con una afirmación contundente: Ya, en esa etapa de los surgimiento indianistas e indigenistas, un tema central era iluminar la vida de los seres humanos más allá de la simple codicia acumulativa que destruye los valores; también lo era un acercamiento preciso a la concepción del buen vivir, que después lo desarrollarían Simón Yampara y Javier Medina. El manifiesto continúa: Este manifiesto va mucho más allá de la situación del campesinado en la que la habría encajonado el proyecto de mestizaje del MNR, y recala en un proyecto político para la toma del poder. En sus acápites finales anuncia: A la luz de estos tiempos, podemos asegurar que muchas cosas están cambiando, pero hay un largo camino por recorrer, con muchos problemas que se van gestando dentro de las mismas fuerzas indígenas y el campesinado. Quería adelantarme a rememorar este importante documento que fue —y sigue siendo— una guía. En aquel entonces, yo era un dirigente estudiantil perseguido por la dictadura banzerista y estaba “fondeado” en Tiwanaku, viendo los afanes de estos personajes que la Historia debe reivindicar. |