Fernando Huanacuni Mamani / miembro de la Comunidad Sariri Para nosotros la música es espiritual y nos permite conectarnos a otras realidades o espacios con un propósito determinado. Cada instrumento que tocamos tiene su tiempo; no lo tocamos en cualquier momento. Es así por ejemplo que a partir del 21 de septiembre comenzamos a tocar las tarqas, los pinquillos y mozeños, que son instrumentos que llaman a la lluvia, por lo tanto acompañan de cerca el tiempo de siembra y de cosecha hasta el 21 de marzo, que es cuando los guardamos y comenzamos a tocar los sikus, que llaman al viento, ya que es una época de descanso de la Madre Tierra y en la que se realizan otro tipo de actividades ligadas ya no con la tierra, sino con el cosmos. Así como los instrumentos tienen un carácter ritual ceremonial, de la misma forma las danzas; es por eso que no bailamos en espacios cerrados, sino realizando largas caminatas, abriendo espacios, como el río. Bailamos en grupos numerosos de hombres y mujeres, unificando pasos y movimientos, porque el espíritu de las danzas así como de nuestra cultura y cosmovisión no es individual sino comunitario. Hoy en día, producto de esa superposición cultural colonial, las fiestas andinas están unidas y muchas veces confundidas, a celebraciones cristiano católicas, como por ejemplo el Anata, que se ha confundido con el carnaval, o la Fiesta de la Tétrada que está unida a la Fiesta del Gran Poder, entre muchas otras. Nuestra tradición oral nos enseña que cada danza tiene un propósito determinado. En las comunidades se ha iniciado ya un proceso de búsqueda del origen de cada una de ellas. Actualmente, aunque la mayoría de las personas bailan con propósitos distintos al original, son parte de danzas ceremoniales que van cobrando vigor y fuerza en este nuevo tiempo, mostrándonos también la historia del proceso de la civilización andina que hasta hoy pervive y que emerge desde la periferie, para ir abriéndose paso hacia el centro de muchas ciudades para expandirse luego hacia el mundo. Cuando el aymara, el quechua viajan, nunca viajan solos, llevan consigo su música, sus danzas, su comida, sus creencias, su cultura, su cosmovisión. Especialmente las danzas son la expresión más visible de muchos quechua aymaras que se encuentran fuera de Bolivia y que expresan al agruparse entre ellos y bailar, su añoranza de retornar a su tierra y quizás sin saberlo de manera consciente, retornar también a su identidad. Hoy podemos apreciar entradas de danzas andinas en Argentina (Buenos Aires), EEUU y en varios países europeos a donde el boliviano ha migrado. A esto denominamos geopolítica andina; pues sin necesidad de irrumpir por la fuerza estamos expandiendo la fuerza de Los Andes. La música tiene un efecto real no solamente en nuestro cuerpo, sino también en nuestra memoria. Nuestros ancestros guardaron mensajes para este tiempo en música, danzas, en los tejidos, en símbolos, y a medida que nos vamos sumergiendo en ellos, van despertando en nosotros esa necesidad de retornar a lo que somos. Nuestras danzas emergen en este nuevo tiempo para la restructuración de las comunidades en las ciudades, y para el retorno a la fuerza ancestral; a esa nuestra esencia natural y eterna de equilibrio y armonía. |