Max Murillo Mendoza Deberíamos preguntarnos: ¿por qué las guerras siempre son en el sur del mundo? A pesar de las guerras mundiales provocadas por ellos mismos. ¿Por qué, dizque, las mejores democracias precisamente son de los países ricos y estables? Donde no hay guerras. Son sospechas peligrosas que han configurado la organización del mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Esas paradojas están también ligadas a preguntas morales y éticas, en su propio campo, de su asombrosa filosofía occidental tan refinada e inútil a la hora de resolver los problemas de reparto de riqueza de este mundo. Para mí un asco, resumiendo mis sentimientos por caminos de ch’acanchada quechua, y huyendo a esos parajes engañosos e hipócritas del pensamiento occidental corroído y podrido hasta su propia sangre cristiana y cruel. Las noticias sobre los bombardeos judíos a campos de refugiados palestinos, no son novedad sino la parafernalia de esa locura occidental, que desbordados y con sentimientos de culpa de sus asesinatos a judíos en la Segunda Guerra Mundial dejan que sus amigos judíos desahoguen su ira con los palestinos porque con los propios europeos no pueden, a quiénes en realidad tendrían que bombardearles. Los ingleses son los culpables de la destrucción de esos territorios árabes, los franceses les dieron las armas nucleares y los norteamericanos el escenario político y económico para la locura judía. Pero para que todo suceda en el sur de este mundo, no en el norte. Ese instrumento occidental sin sentido llamado Israel, a pesar de su derecho como país y raza, no ha justificado hasta ahora su moralidad y religiosidad ética para convivir civilizadamente con sus vecinos. Las excusas del holocausto judío han sido las banderas para vengarse, siempre con los más débiles, de todo lo extraño a la civilización occidental. Por estos lados del mundo también sabemos de esos sentimientos hipócritas, de venganza y asalto a nuestras riquezas. Españoles, alemanes, italianos, croatas e incluso árabes desde siempre han asaltado y expoliado nuestras riquezas. Nosotros somos extraños y raros, para estos enfermos occidentales, que sólo entienden el lenguaje de la fuerza y el engaño. Que su tecnología y su ciencia no están al servicio de la humanidad, sino al servicio de sus mezquinos intereses, de sus sucios negocios turbios. Porque ésa es su esencia, ésa es su verdadera filosofía y moralidad. Absolutamente nada justifica la locura judía en Palestina. Ese poder económico y militar sólo es soberbia occidental y crueldad occidental. El fantasma del holocausto judío, ejecutado por los cultos y educados y civilizados occidentales, sigue siendo la excusa ideal para humillar a pueblos indefensos y distintos, con otras religiosidades, con otras costumbres y mentalidades. Con otras maneras de ver el mundo, que contradicen abiertamente la manera cruel y vengativa de la religiosidad cristiana. Los cristianos están acostumbrados a ver sangre y guerras, y matanzas en nombre de Dios y Jehová. Su naturaleza humana es vengativa y poco democrática, desde siempre a lo largo de la historia. Esa naturaleza humana también la hemos sentido en la colonización de nuestros territorios. Esos sentimientos hipócritas, crueles y vengativos son ingredientes clásicos de los occidentales. Su refinado y culto manto civilizatorio sirve para tapar, de manera solapada, sus verdaderos objetivos: conquistar, robar, engañar y corromper a los demás. Su enfermizo deleite de sus triunfos tecnológicos y científicos son en sí mismos desahogos ante su inutilidad de entender el mundo y a otras formas de pensamientos y culturas humanas. Por eso el rechazo de toda la humanidad, de todas las culturas con representación, a estas formas engañosas de actuar occidentales. Y en Bolivia, pues nuestra sobrada experiencia en convivir con estas mentalidades del engaño, de la soberbia y el desprecio por todo lo nuestro, pero con los rostros conocidos de lo culto, de lo civilizado, de lo bueno para encubrir lo guerrero y lo cruel de este pensamiento occidental. Los judíos son hoy la careta oficial, hipócrita, de los refinados, cultos y civilizados occidentales: guerreros y sangrientos como forma de convivencia humana. |