Édgar Arandia / la-razon.com Esta furiosa vertiente de la enajenación ha generado una industria millonaria, que dicta la moda en el mundo, con un aparato de marketing que permite ingresar al subconsciente de la gente para que —al estimular el deseo— compre y se ponga flaca para estar in. El mercado para las mujeres es inconmensurable. Desde chucherías mil para los dedos y orejas, hasta el piercing para perforarse el cuerpo. La vanidad del hombre también tiene su amplio escenario de cremas, marcas y otros trapos. Hasta aquí hemos empleado cinco palabras en inglés que denota el poderío cultural del imperio para reconducir su hegemonía a través de la moda y su aparato de promoción. Mucha gente resuelve este problema yendo a comprar ropa europea y norteamericana de segunda mano, a la feria de la 16 de Julio. Gente pobre y gente no tan pobre, en un estado hipnótico, escogen de inmensas talegas, ropa de marca o trucha fabricada en la China. Hace una semana, un diplomático de tez blanca y vestimenta indígena comentó que en una conocida firma bancaria sufrió discriminación al ser atendido. Vale decir que esta vez no fue la pigmentación sino su vestimenta lo que nos lleva a construir un refrán plurinacional: “Aunque seas blanco, tu traje no entra al banco”. Indagamos en el Viceministerio de Descolonización si existe algún programa que sea transversal a la currícula de la educación básica para cimentar una cultura plurinacional de mutuo respeto y tolerancia, y no encontramos nada. La Ley Contra el Racismo y toda forma de Discriminación, que puede ser interpretada de múltiples maneras, no resolverá el problema. El origen del racismo tiene diversas raíces que proceden desde el dominio y exterminio de una cultura por otra, las crisis económicas profundas (como la que vive España) y cuyo resultado inmediato es la xenofobia contra los inmigrantes a los que consideran una competencia ilegal por los puestos de trabajo. Todos sabemos que un instrumento poderoso para luchar contra esta perversa práctica es a través de la educación en todos los niveles; sin embargo, en seis años de gestión, todavía no vemos los resultados. Una de las maneras de sortear y enfrentar la discriminación en nuestro país ha encontrado en el soporte de lo fashion una estratagema que, por muy creativa que sea, funciona a medias. Las fraternidades folclóricas consideran de suma importancia al traje. Tal es así que los componentes deben tener uno para los ensayos y otro para la entrada; hombres y mujeres se uniforman para mostrarse al público. Muchos están orgullosos de haber invertido una buena suma de dinero con los sastres caros, pero en el fondo se imita al discriminador. Así, algunos fraternos se vanaglorian de sus pilchas, porque en las oficinas públicas si el funcionario te ve con un atuendo sencillo, supone que eres un analfabeto al que puede humillar y engañar desde su escritorio, al que considera su trono. Y si te ven la cara cobriza y con pilcha cara, para sus adentros dicen: “Aunque el mono…”. El podercillo los blanquea. Somos capaces de imponer nuestra propia moda en las entradas folclóricas, porque estamos asumiendo la construcción de nuestra identidad, pero esta manera de ponerse el hábito debe ir acompañada de un proceso educativo. Esta forma de potabilización con la cultura occidental no resolverá el problema de la exclusión. Es sólo la fachada que sirve para salvar la fiesta, porque dentro de nosotros mismos esta el afán de “blanquearnos”, inútilmente. |