La Razón / Julieta Paredes Lo que haga de valioso este proceso será relativizado y menospreciado, aunque en ninguna otra etapa de la historia de nuestro país se hayan cuestionado tantas cosas o se haya tratado de atender tantos problemas sociales a la vez. En un reciente feministario (un espacio de discusión y reflexión feminista con distintas y distintos invitados en nuestro café Carcajada), analizamos el significado social y personal de los carnavales, y fuimos entendiendo cómo se ha ido signando y viviendo en Bolivia este tiempo de nuestro calendario agrícola, porque agrícolas son las tradiciones heredadas de nuestras y nuestros ancestros. Este tiempo, nombrado como jallu pacha, es una época de lluvias, cosechas y abundancia; cuando las flores de la papa aparecen coloreando nuestro altiplano. Por eso, la música de tarkeadas, los bailes, los enamoramientos. La Colonia ha llamado a este tiempo como Carnaval, y con la invasión trató de someter nuestras formas incluso de celebración a su hegemonía cultural. La religión Católica fue altamente represora, porque el patriarcado es represor y adulador cuando le conviene; necesita un momento de catarsis donde pueda librar todas sus represiones. El entronque de patriarcados ha legitimado las formas machistas de expresión en este tiempo de jallu pacha. Me llamó mucho la atención, pero no me extraña, la forma virulenta cargada de racismo amargado con el que algunas mujeres, ávidas de protagonismo, salieron a rasgarse las vestiduras ante coplas machistas en las que se encontraban presentes autoridades de Gobierno. No me extraña, decía, porque hace mucho tiempo estas mujeres vomitan su rabia y no proponen nada, más bien tratan de copiarse propuestas y teorías paridas desde el feminismo comunitario, propuestas por las que día a día estamos peleando de la misma manera con los movimientos sociales como el Gobierno. A estas mujeres y sus protestas, se sumaron los hombres de derecha boliviana e internacional, bonita combinación. Es permanente la discusión de parte nuestra, con hombres y mujeres del proceso, respecto a que no podemos permitirnos ningún error, ni aunque sea en carnavales, y es necesario que entiendan que la despatriarcalización no es un detalle, es fundamental para nuestro proceso de cambio. Es verdad que el compañero y hermano Evo es un machista, pero su machismo —porque es aymara, porque es indígena— se convierte en algo más grave que el de los caballeros. No pretendo disculpar al Evo, pero duele que, por machista, se le insulte internacionalmente, se le diga bufón y tantos adjetivos racistas y de burla de su persona. Esto es usar la denuncia de una injusticia para reciclar el sistema colonial racista y clasista del que mujeres blancas burguesas o clasemedieras se benefician. Mi compromiso es con el proceso y seguiré peleando por efectivizar políticas públicas para las mujeres y la construcción del movimiento feminista comunitario. Como mujer aymara y lesbiana, seguiré peleando contra el patriarcado y su hijitos: el machismo y la lesbofobia; incluso de nuestros hermanos y hermanas, pero nunca me haré cómplice ni de la derecha ni del racismo ni del clasismo. |