Rolando Prudencio Briancon Desde ya, este permutado personaje —Papá Noel— tiene una “inofensiva”, y hasta casi infantil imagen, como la de un bondadoso bonachón regordete que llega rebalsando de regalos para “fetichistamente” dar felicidad a todos. O, en todo caso, para encender “la chispa de la felicidad”. Desde ya, cuando me refiero respecto a esa “refrescantemente” frase de encender la chispa de la felicidad me refiero a la Coca-Cola, que es una de las trasnacionales —entre muchas, muchísimas otras compañías— que han convertido a la Navidad en una consagración del consumismo. O sea, han transformando lo trascendental —nacimiento de Jesucristo, y que es esperanza de vida— en lo trivial, al consagrarlo como un ícono del consumismo. Ya me decía mi padre: la Navidad —como se la vive actualmente— es un negocio de la Coca-Cola. No en vano hasta los colores —rojo y blanco— de la Coca Cola coinciden con la vestimenta del viejito; quien también viene cada 24 de diciembre a traer rebalsando en sus trineos —en nuestro país no nieva como en los EEUU, que es donde han inventado la imagen de este icono— los regalos para dar felicidad al mundo. Es por ello que por estas tierras, no nevadas, naturalmente, hay hoy otro sentido, una otra sensibilidad para celebrar lo que es el nacimiento; y no me refiero a la versión judeo cristiana de Jesucristo, sino lo que se ha celebrado recientemente, como es la llegada del Pacha, o nuevo tiempo, y que por si acaso no ha sido el fin del mundo, sino que ese “nuevo tiempo” da la posibilidad de experimentar que no todo es encerrarnos en nuestro egoísmo de acaparar y asegurar nuestra vida sin importarnos la de los demás. |