Jorge Carlos Ruiz de la Quintana Entonces, ¿qué nombre nos pondremos?, ¿qué es lo que somos al final de cuentas? Dado que ninguna de las variables anteriores sirve para demostrar científicamente la existencia de humanos mestizos, la única posibilidad que nos queda es el plano cultural. Aquello que podría escapar a las evidencias para defender una eventual “identidad mestiza” estaría en demostrar que los modos de vida y las expresiones culturales son una tercera alternativa entre considerarse indígena o blanco. Esto nos pone delante de la pregunta, ¿existe la cultura mestiza? y si existe, ¿puedo desde ahí afirmar que yo soy “mestizo”? La Colonia impuso un modelo de sociedad basado en la lógica de las castas y separó a los individuos de acuerdo con la pigmentación de la piel. De hecho, muchas veces ese es el único parámetro que usamos para afirmar nuestra identidad. Asimismo, creemos que lo indígena tiene que ser una especie de realidad refrigerada, circunscrita únicamente a la comunidad campesina. Si no lleva poncho y chulo, si no tiene taparrabos y no usa plumas en la cabeza, debe ser mestizo; si no habla la lengua nativa y si no práctica las costumbres descritas por antropólogos, ése o ésa no puede ser indígena. Recordemos que la población indígena migró muy pronto a las ciudades coloniales precisamente con la esperanza de burlar el sistema de castas, y hacerse parte la sociedad de los vencedores. Entonces, las urbes de “blancos” se llenaron de gente que luego sería considerada mestiza. Ellos a su vez aceptaron su nueva condición, y comenzaron a jugar bajo la lógica de los estratos, poniendo en práctica diversas estrategias de “blanqueamiento”. Uno podía, si tenía suerte, conseguir una pareja española o criolla; principalmente las mujeres, pues al revés era prácticamente imposible. Se podía ejercer cierto tipo de oficios que incorporen al sujeto dentro de un gremio, el cual a su vez estaba ligado a una casta. Fue también frecuente el cambio de apellidos para que al menos los papeles digan que uno ya no era “indio”. Pero usted y yo sabemos que no se puede borrar el pasado y de dónde venimos; todos los esfuerzos por “blanquearnos” no pudieron anular nuestro modo específico de ser en el mundo, el cual ha delineado las características de la cultura boliviana. Es decir, todas nuestras expresiones culturales no son prueba de que exista “lo mestizo”, sino más bien al contrario, nos demuestran los alcances de la influencia y valores indígenas trasladados a las ciudades. La morenada, el t’inku o el taquirari que usted baila con pasión es una prueba de ello. La música que han compuesto nuestros artistas es otro ejemplo; lo mismo sucede con el modo cómo hablamos el castellano o nuestra forma de vestir, etc. Por tanto, no es que la cultura indígena dote de algunos elementos a lo que llamamos cultura mestiza, sino que es nuestra cultura indígena la que recibe influencias foráneas, actualizando una y otra vez sus modos de expresión. Si a usted no le gusta recordar que es parte de un pueblo que habitó el continente desde hace 20 mil años, y le gusta hacer equilibrismo con los pretextos de la Colonia y sus recetas de blanqueamiento, ¡está bien! Pero no use la palabra mestizo para definirse, porque eso no existe ni como humanidad ni como cultura. Si es capaz de llamarse boliviano y no sentir mucha vergüenza de ello, ya es un buen comienzo.
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