Edwin Conde Villarreal El escritor boliviano Eusebio Gironda considera en su publicación Indios y esclavos en armas que una parte de las sublevaciones surgió por asuntos de orden económico, administrativo, laboral o abusos de los corregidores, pero —el autor subraya— que el planteamiento de Túpac Katari, además de éstos, delineó tácticas y estrategias para enfrentarse con los españoles y lograr su expulsión. Para Gironda, con esta postura Katari va a transformar profundamente la teoría política de nuestro tiempo, porque hasta ahora sólo se trataba de visiones parciales sin mucho fundamento y lejos de la realidad histórica. Túpac Amaru, descendiente del inca Túpac Amaru I, que fue asesinado por el virrey Francisco de Toledo en 1572, planificó entre 1780 y 1781 un levantamiento en el Perú para la eliminación de la mita, la recuperación de la tierra que debía volver a manos de los indígenas y la expulsión de todos los españoles peninsulares (nacidos en España). Pero ya en 1778, el indio del ayllu de Collana (norte de Potosí) Tomás Catari fue a pie hasta el Virreinato de Buenos Aires, del que dependía Charcas, para reclamar la restitución de su cacicazgo. Retornó al haber conseguido su objetivo, pero posteriormente fue asesinado. Julián Apaza, casi con 30 años, un indígena sin ninguna autoridad, asumió la rebeldía libertadora de ambos revolucionarios nativos al autonombrarse Túpac Katari. El oidor español Francisco Tadeo Diez de Medina, conocedor del aymara y quechua, menciona en un fragmento de sus escritos, que coinciden con los diarios del cerco a La Paz, que Julián Apaza sostiene siempre que su autoridad emana de delegaciones o encargos que le han hecho los dos jefes rebeldes indígenas. “Túpac significa brillante, relumbrante, en quechua y en aymara; Amaru en quechua es serpiente, y serpiente en aymara es Katari”, escribe Diez de Medina, quien explica que el origen del nombre que eligió el caudillo proviene de una necesidad casi mágica de apropiarse de las características de ambos caciques revolucionarios. Los levantamientos indígenas de 1780-1781 en Perú y Alto Perú no pueden ser considerados los primeros ni los únicos. A partir de 1572, cuando se produjo la sublevación de Túpac Amaru I, que fue reprimida de manera violenta por el virrey Toledo, se iniciaba un largo proceso de sublevaciones y rebeliones indígenas en la región. Hace dos décadas aproximadamente, algunos historiadores como María Eugenia del Valle consideraban que en la sublevación de Túpac Katari se evidenció la carencia de la permanencia ancestral, aunque ella supone “una vuelta consciente ni inconsciente a los valores de la herencia cultural aymara o quechua. Difícilmente se encuentra en la documentación existente algún dato que muestre la aparición de testimonios de una permanencia ancestral en las creencias míticas o religiosas”. El proceso revolucionario conducido por Katari, interpretando correctamente el poder dual, oponía a sus adversarios, un nuevo poder con representación genuina y características propias de la fuerza emergente en los Andes. Es la razón por la cual él y su esposa (Bartolina Sisa) se vestían a la usanza de los ibéricos y se hacían llamar rey y virreina, respectivamente, y así firma las cartas enviadas al Corregidor Segurola, menciona el escritor Gironda. Katari asoló Sicasica, Pacajes, Omasuyos, Yungas y la ciudad de La Paz entre febrero y noviembre de 1781. A mediados de marzo, el caudillo indígena, acompañado por su hermana Gregoria Apaza y su mujer, rodeó la villa de La Paz con miles de indios que se asentaron en El Tejar, Pampahasi y el cerro Quilliquilli. El cerco no pudo expulsar a los españoles y Katari fue sentenciado, pero aún el ajayu revolucionario indígena permanece entre los guerreros pacíficos del arco iris que defienden la identidad y la dignidad de los pueblos. |