Coco Manto Al lado de lo criminal del caso se imponía la noticia de que su yerno, el “Chito” Valle, obligaba a los conscriptos a “donar” su sangre (les sacaban a la mala o militarmente) para venderla a laboratorios canadienses. Era el tiempo también en que, según denunciaba una valiente película de entonces, “Yawar Mallcu” del héroe Jorge Sanjinés, corría una campaña para castrar la capacidad de reproducción sexual con alimentos contaminados, queso y harinas de la ayuda americana “Care”, que se distribuían gratuitamente en las comunidades indígenas. En “Anatema para el que hizo del derecho a la vida un negocio privado” escribí estos versos finales: “Te maldigo, con la voz de los niños que hoy faltan en mi patria, general herodiano. Te maldigo: anticomunista, antinacional, anticonceptivo”. Los exiliados políticos de esos años setenta nos movilizamos en todo el mundo —éramos como 18 mil fuera del país— para detener otro proyecto criminal de Banzer: la inmigración de 10 mil sudafricanos blancos, de Rhodesia, que querían ir a Bolivia como colonizadores para asentarse en el ubérrimo Parque Nacional Isiboro Sécure. Banzer, descendiente de alemanes, alentaba esa invasión aria a cambio de un titipuchal de dólares por cabeza. Ahora, aquel parque natural del centro geográfico boliviano —abreviado Tipnis— es causa de una gran discusión democrática y nacional por el proyecto de atravesar con un camino de integración una parte de ese suelo virgen. Hay quienes piden al Gobierno respetar aquel penúltimo altar sagrado de la naturaleza y hay otros, recalcitrantes opositores de Evo y la indiada gobernante —como dicen en privado—, que se montan en el problema para exudar su resentimiento político tapando su hipocresía con el poncho de una sorpresiva simpatía por los indios. Me llegó al respecto un correo electrónico de una dama de la cursi burguesía, hoy devenida protectora de lo telúrico originario, que aboga “por la vida de nuestros hermanos chovimos y yaracarés” (?) De la misma pelambre cínica, dos damas del Gobierno de Estados Unidos están pidiendo disculpas a Guatemala porque hace 64 años los yanquis hicieron experimentos de exterminio humano al inyectar enfermedades de transmisión sexual entre presos y enfermos mentales de ese país centroamericano. Cargadas de presuntos mea culpas, las secretarias de Estado y de Salud, Hillary Clinton y Kathleen Sebelius, dicen hoy que “lamentamos profundamente y ofrecemos nuestras disculpas a todas las personas que resultaron afectadas por esas abominables prácticas” de pseudo investigación científica. Ocurrió que en 1947, al término de la II Guerra Mundial y al modo de los “científicos” nazis que experimentaban con gente, ratas de laboratorio, en los campos de concentración, el Servicio de Salud Pública de EEUU inoculó vectores infectados de gonorrea y sífilis a los presos, locos y prostitutas de Guatemala. Ahora piden disculpas a los deudos de más de 600 personas así exterminadas en ese pobre país. Con tamaña cabronada querían saber los científicos yanquis si un tratamiento con penicilina podría servir para superar esos dolores desgarradores. Murieron más de 600 conejillos de Indias. ¿Quién diseminó el sida en el mundo de los pobres? En las actuales epidemias por desnutrición y sed que hacen estragos en Somalia, Kenia, Etiopía ¿podemos sospechar que está la mano imperialista que, además de los flagelos naturales, empuja los conflictos bélicos entre esos pueblos y Gobiernos? ¿Acaso no se está diciendo que el desastre de Somalia, con riesgo mortal para 12 millones de personas, no es sólo climatológico sino esencialmente político? Tal vez haya que esperar otros 64 años para que Estados Unidos admita, con la impostura del arrepentimiento protestante, que sí estuvo al control de las causas que hoy exhiben a niños hambrientos como si fueran caricaturas de lombrices negras y muestran panteones desolados en los predios de ricos yacimientos de diamantes y oro. El mundo debería indignarse con más propiedad que los jóvenes indignados de España. No es hora de llorar y echar rabietas. Hay que denunciar, luchar y enfrentar a los poderosos que creen que el planeta es un laboratorio de ratas de ensayo para sus idioteces de supremacía racista. Y desenmascarar a los hipócritas que hoy en Bolivia se ponen ropas enlutadas por el Tipnis. Debiéramos ser más que la voz dolorida del más doliente anverso, mucho más que el clamor de espejos e imágenes fallidas, estar más lejos del llanto sangrante de todas las heridas y ser, en fin, el combatiente armado de la paz del universo.
cambio.bo Medios privados, a los que sólo les importa vender y generar un clima de opinión adverso al gobierno, en concordancia con la misión de sus propietarios, de pronto hacen gala de alta sensibilidad y solidaridad con los pueblos indígenas. Los utilizan y los filman de pies a cabeza como si éstos estuviesen protagonizando un show. Los filman para victimizarlos y generar rechazo hacia el gobierno. Ya se han dado casos en los que los medios comerciales al servicio de intereses políticos se mueven con habilidad para reproducir y amplificar conflictos en lugar de alentar una solución pacífica y mediante el diálogo. Lo que menos hacen los medios, en estos casos, es cumplir una labor de acercamiento y de mediación precisamente entre quienes reclaman atención y quienes supuestamente desoyen las demandas. En los últimos días, en una mezcla de sensacionalismo y desinformación, los medios de la derecha se esmeraron en conectar los problemas planteados por sectores sociales en Potosí, El Alto y los representantes de los pueblos indígenas que marchan en el Beni. Se leyeron titulares como: “Miles de campesinos marchan contra el gobierno”; “Evo enfrenta nuevos levantamientos de El Alto” y otras historias inventadas. Lo que no es historia inventada es que en ese afán de alentar conflictos aparecieron expresiones fascistas de la Gobernación cruceña respaldando la lucha de los alteños “por el censo de población y vivienda”. El oportunismo en todas sus variantes no tiene, pues, escrúpulos. Derechistas neoliberales aparecen de la noche a la mañana defendiendo a la Madre Tierra y la biodiversidad, cuando durante más de dos décadas se encargaron de enajenar los recursos naturales, de adueñarse de millones de hectáreas de tierra cultivable y de explotar a su antojo la fauna y la flora de nuestras áreas protegidas. El neoliberalismo sí desató una acción depredadora en todos los ámbitos del quehacer nacional, en realidad ése es el carácter del capitalismo, la destrucción y la aniquilación de la naturaleza (de la vida) para el enriquecimiento de pequeños grupos de poder económico. Pero no sólo han sido los gobiernos neoliberales los que han deshecho el territorio. Las dictaduras militares se han encargado también de la explotación inmisericorde de los recursos naturales para enriquecer a sus familiares y allegados. No se trata, cierto, de señalar aquí que si ellos lo hicieron “por qué no nosotros”. Desde luego que no. Se trata de encarar un tema de tanta importancia estratégica para el país con quienes están involucrados, es decir, con los pueblos que viven en el parque, con ellos se debe definir el camino a través del diálogo y la realidad. La vía, como lo ha señalado el gobierno, es el diálogo. Sin embargo, hasta ahora, después de que el Ministro de la Presidencia esperara a los representantes de los pueblos indígenas del Tipnis para dialogar en Trinidad e incluso antes, el llamado al diálogo a los representantes de quienes impulsan la marcha desde el Beni ha caído en saco roto y, por el contrario, se han visto posiciones infantiles como las de señalar: “No dialogaremos hasta que empiece la marcha”, lo que en el fondo quería decir, simple y llanamente, “no queremos dialogar”. La defensa de la Madre Tierra no está en cuestión, pero ciertas organizaciones no gubernamentales de supuesta militancia ecologista pretenden echar abajo una de las principales tesis de la Revolución Democrática y Cultural que lidera el presidente Evo Morales, también para sacar beneficios. Estas ONG, en lugar de propiciar el diálogo, han preferido alentar y financiar el sacrificio de los indígenas que, por supuesto, no les toca ni les cansa. |