Raúl Wiener: katari.org De un lado a otro podía verse que la multitud presente allí estaba formada por vecinos de ese bastión popular limeño, ajenos a los beneficios del crecimiento y otros indicadores macroeconómicos de que alardea el gobierno. Igual entusiasmo desató el llamado a la más amplia unidad, por encima de diferencias ideológicas que deben quedar atrás en un programa común que impulse a las fuerzas progresistas, las organizaciones populares y los movimientos regionales, a buscar el gobierno y la transformación del país en las elecciones del 10 de abril de 2011. Diez años después del levantamiento militar y social de Locumba, el discurso del comandante Ollanta Humala y la propuesta nacionalista han madurado, comentaban los periodistas que cubrían el acto. Así lo confirmaba al menos un video preparado para la ocasión que, además de servir para la nostalgia, dejaba ver los primeros encuentros del teniente-coronel rebelde con la prensa y sus criterios sobre lo que debía hacerse en el país. Allí, en uniforme de campaña, Ollanta explicaba su rebelión como una obligación moral frente al inmenso baldón de vergüenza que había caído sobre el Ejército, por el compromiso de los altos mandos con la dictadura corrupta de Fujimori y Montesinos. Desde el estrado levantado en El Agustino, un dirigente político civil, con más arrugas y más kilos (como se definió a sí mismo), recordaba la noche del viernes que un congresista de la época había reclamado por un general capaz de ponerle alto a la descomposición del Estado y las Fuerzas Armadas, al servicio de las ambiciones de un grupo que no quería dejar el poder. Al día siguiente preguntaba si no había algún coronel dispuesto a salvar el honor del uniforme. Entonces, dijo Humala, decidió levantarse antes que preguntara si habría un comandante para enfrentar al dictador y sus compinches. El nacionalismo incipiente del año 2000 respondía a un mandato ético de separar a una parte de las instituciones militares de la profunda caída de un régimen en el que la cúpula de las Fuerzas Armadas se había sometido a una mafia de ladrones y violadores de los derechos humanos. El de 2010 propone dotar de un carácter nacional al mercado, para el progreso de los productores nacionales, ponerle freno a los apetitos lobistas y depredadores y cambiar la Constitución para forjar un país diferente. Presencia popular Dos pantallas de gran tamaño reproducían lo que estaba sucediendo en el estrado y sirvieron para presentar el video recordatorio de los hechos de Locumba. La asistencia estaba compuesta por una gran cantidad de delegaciones provincianas: Cusco, Ayacucho, Tacna, Piura, Cajamarca, entre otras, estaban allí representadas y formaban un compacto grupo de manifestantes que cubrían con sus ponchos y sombreros las zonas delanteras de la concentración. A su lado estaban los conos limeños, con banderolas que los identificaban. Miles de chalecos rojos y sombreros del mismo color, con la letra O (símbolo de la campaña de Humala) cubrían la noche, y era difícil evitar contrastar esta orgullosa identificación con el tradicional color de las pasiones, con el pánico de otros grupos políticos al color de la rebeldía histórica. También era notable la composición social de la asistencia a la cita nacionalista, respecto a lo que se ha visto en otras manifestaciones políticas, incluidas las de izquierda y centroizquierda. De hecho se trataba de una reunión del pueblo-pueblo, de los que menos tienen y que sin duda piensan en el comandante de Locumba como un líder para cambiar este destino que los desfavorece. Una menuda mujer que, levantada de su asiento en la parte delantera, no era mucho más alta que cuando estaba sentada, y que lanzaba arengas que eran seguidas por toda la masa, no era por supuesto una política experimentada, menos una tránsfuga o una aspirante a puesto público. Era la imagen de una campesina serrana que venía a conquistar el gobierno y el poder. Y lo mismo más atrás, miles de voces de personas para las que la política recién estaba adquiriendo algún significado. |