Por Miguel Melendres ABI Costaba reconocer al hombre que nada tiene que ver con aquél que, vestido en traje sastre, de prominente abdomen y grueso cuello, se mandó aquella noche de julio de 1980, altanero y altisonante, aquella frase intimidatoria que aún no logra depósito aún en la histórica boliviana: “tienen que andar con su testamento bajo el brazo”. Tampoco tiene algo con el que, en pantuflas, bermudas y con sólo una remera fue entregado sin trámite sumario a Estados Unidos, luego de ser aprehendido en una quinta, La Florida, en Santa Cruz, cuando disfrutada de un churrasco en diciembre de 1989. El frío calaba los huesos en el aeropuerto internacional de El Alto, donde aún no había despuntado el sol, cuando la aeronave de American (vuelo de itinerario 622) procedente de Miami (Estados Unidos) se posó lento hasta la exasperación en uno de los parqueos del aeródromo. De su interior salió, a paso casino, apoyado en un bastón, el ex hombre fuerte de la dictadura militar instaurada el 17 de julio de 1980 en medio de un baño de sangre. Lo custodiaban uniformados encasquetados en pasamontañas, fusiles en ristre, y autoridades penitenciarias bolivianas, entre ellos el director nacional de cárceles, Jorge López. Es Luis Arce Gómez, de 71 años, 15 de los cuales las pasó en una presión de Miami por delitos de narcotráfico. Descendió a duras penas las escalerillas del avión. Encorvado y protegiéndose del frío andino con una gorra de lana color café, que acentuaba más aún su ancianidad prematura y su pobreza de solemnidad, se instaló en la plataforma. Silente y lanzando miradas de rabillo, casi sin despegarlas del piso, Arce Gómez, el hombre al que “no le temblaba la mano” al disponer a diestra y siniestra la vida de bolivianos entre el 17 de julio y el 21 de agosto del año siguiente, se dejó caer en una silla de ruedas que le sirvieron para transportarlo, luego, hasta la parte posterior de una vagoneta oficial de color blanco, que le instaló en un consultorio en el Aeropuerto. Entre imperturbable y nervioso jugaba con la placa dental que sacaba y ponía sobre el maxilar inferior. Los galenos diagnosticaron, minutos más tarde, que no necesitaba de un cuidado especial a su ingreso a La Paz. 06h55. Antes de pasar la revisión médica de rigor, el juez José Ayaviri se abrió paso hasta plantarse ante el ex ministro. Arce Gómez, asistido por una mascarilla para inhalar oxígeno, lo miró expectante. “Soy el juez tercero de Ejecución Penal. Solicito a su persona que se identifique y, si es la persona Luis Arce Gómez”, le intimó sin despegar los ojos de un papel que hizo relucir. Arce Gómez asintió con un parpadeo. Ayaviri procedió entonces en apego al procedimiento. “En esta condición y en ejecución de la ley penal, cumpliendo las normas previstas en el artículo 19 y 430 de la Ley 1970, notifico a su persona con el presente mandamiento” de arresto, le dijo al tiempo de acercarle el documento que el otrora poderoso ministro del dictador Luis García Meza puso enfrente de su vista y que, rápidamente, descartó sin dejar de asirlo. Se trata de la sentencia escrita a 30 años de presidio sin derecho a indulto que le aplicó en 1993 la Corte Suprema de Justicia de Bolivia, a él y al dictador Luis García Meza, inquilino, desde 1994, de Chonchocoro, una de cuyas celdas le espera. 09:00. El frío se contrarresta un poco con el sol que asoma tímidamente por el extremo este de La Paz. El personal médico y de la oficina de Migración de EEUU que acompañó a Arce Gómez desde Miami, entregan, formalmente, a Arce Gómez a las autoridades bolivianas y, luego, pegan la vuelta. Arce Gómez no articula palabra y, dócil, obedece los ruegos que le formulan los funcionarios encargados de llevarle a los calabozos de Chonchocoro. Instalado en una ambulancia, por seguridad médica, emprende el camino de ida, directamente y sin escala, a la Cárcel de Máxima Seguridad de San Pedro de Chonchocoro. Fueron 17 kilómetros que el “Ministro de la Cocaína” gozó de alguna libertad, sin ver sólo cuatro paredes a su alrededor. Al paso de la caravana de motorizados camino a la penitenciaría enclavada en el gélido altiplano boliviano, a 30 km de La Paz, pudo apreciar a su alrededor el gran operativo policial que se había montado horas antes en toda la vía, esperando su llegada a Bolivia. Tampoco le fueron indiferentes las luces y flashes que descargaban, desde diversos emplazamientos y posibilidades de cámara, los periodistas que acompañaron la caravana de vehículos que custodió al ex reo 41663-004 de la Federal Correctional Institution Coleman Low de Florida, EEUU, donde se lo conoció por cerca de 20 años, como “un hombre enfermo y muy solitario”. 07h35 Los portones pardos de metal del penal de máxima seguridad se abren de par en par. Antes, el cerco perimetral de alambre, que rodea la temida cárcel boliviana, franquea el paso a la caravana de motorizados. En una suerte de arco de mediopunto, que da acceso al recinto, se lee la inscripción “San Pedro de Chonchocoro. A esa hora de la mañana, dos grados centígrados bajo cero. Por esa misma puerta metálica, había cruzado, 16 años atrás, su compinche Luis García Mesa, quien accedió a la presidencia de Bolivia por vía de un cuartelazo contra la entonces presidenta constitucional Lidia Gueiler Tejada. Su corta estadía en el poder, dejó una centena de muertos y otros tantos desaparecidos y un Estado en ruinas. Un ejército de periodistas sigue palmariamente los movimientos del ex Ministro. Se creyó primero que Arce Gómez iba a ser presentado en una conferencia de prensa dictada por el Ministro de Gobierno, Alfredo Rada, en el comedor de Chonchocoro. Minutos después, corrigen la imprecisión y Arce Gómez es llevado, montado siempre en silla de ruedas, a la Sala de Filiación de Reos, donde se le toma nota de sus datos personales y sus huellas digitales. A pocos metros de allí, se alcanzaba a escuchar los gritos de gente movilizada y con pancartas, que llegó hasta el penal para gritar consignas contra el detenido y a favor de su condena. “Genocida”, “golpistas a la cárcel”, “nunca perdimos la memoria”, “¿tienes tu testamento bajo el brazo?”, le recriminan. “Ni perdón ni olvido, Arce Gómez, ¡Asesino!”, “Hoy Arce Gómez, mañana llega Goni (como se conoce al ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, refugiado en EEUU y enjuiciado por genocidio)”, se leen en los carteles desplegados en los accesos al penal y hechos, es evidente, a la rápida y con pintura roja. “Finalmente este hombre tuvo que pagar su sentencia. Queremos que ahora nos diga dónde están los restos de nuestro Marcelo Quiroga y de los demás desaparecidos”, gritó Juan Carlos Palacios que dijo pertenecer a la Agrupación de Jóvenes Bolivia por el Cambio. Marcelo Quiroga Santa Cruz, líder socialista boliviano fue asesinado por paramilitares en la misma sede de la Central Obrera Boliviana, en el paseo capitalino El Prado, donde esa mañana del 17 de julio de 1980 sesionaba de urgencia el Consejo Nacional por la Democracia, luego de difundida la noticia que la Sexta División se había alzado en armas en Trinidad contra la administración de la presidenta Gueiler Tejada. Oficina de Afiliación. 07:48. Miembros de la Policía toman rumbo hacia Régimen Cerrado del penal. La puerta es pequeña y no cabe la silla de ruedas. “Puedo pararme”, es lo único que se alcanza a escuchar de su voz queda. Está ya resignado. Su rostro expresa incertidumbre. Se levanta e ingresa a pie al primer pabellón de detenidos de forma precautoria donde permanecerá hasta que le lean su sentencia completa ante un juzgado, el lunes, a media tarde. Arce Gómez fue sentenciado en rebeldía en 1993 y no escuchó su sentencia. Un funcionario le ayuda, de todas formas, a incorporarse. Arce Gómez apoya el calado y se impulsa al interior de un complejo de celdas, una contigua a la otra. Transcurre el umbral. En las paredes color ocre se lee la inscripción cruzada por una flecha “Willy hijo. .” y en el otro flanco se dibuja una enorme hoja de coca verde rubricada por una palabra en inglés “cocain”. Paredes desportilladas, pinturas lavadas por el tiempo y las fricciones. A mano alzada el dibujo de una efigie que representa a un hippie, de melena y barba y anteojos oscuros. Varios garabatos indescifrables. Asteriscos. Palabras y cifrados ininteligibles. Arce Gómez los ve pero no los mira. Camina lento sin reparar en su alrededor. Roza una pared en la que se lee algo así: “En unos 50 años saldrás todo callado”. Frena un poco su caminar. Y vuelve a meter una bocanada de aire. Está cansado. Un funcionario de penintenciarías enfundado en un sobretodo negro le apuntala asiéndole por uno de los brazos. El periplo prosigue. Se instala en el umbral de la celda, de su celda, CR-1, de 2,5×3,5 m2. En la puerta metálica de color rojo está adosado un impreso que dice: “La venganza del tigre”. Echa una mirada más, de registro y da un paso sin musitar palabra. Detrás de él se cierra el calabozo. |