Los sikuris no se reservan para la fiesta de la Mamacha Candelaria. Son en realidad una prédica y una pasión que anualmente reúne a miles de jóvenes en torno a comparsas animadas por zampoñas. Folclore altiplánico que cada día capta más adeptos y que en un domingo para la memoria impuso dos competencias en simultáneo, en puntos antagónicos de la ciudad. Aquí una breve crónica de lo ocurrido. Por: Aldo Vela Carrillo El país que por la huacha se le pasa a los medios habita en los cientos de muchachos que ensayan en una tarde soleada en pleno Parque Universitario. Yerra en lo absoluto cierta prensa mentecata que cree que el único entretenimiento posible habita en el televisor y no en los dos concursos nacionales de sikuris que se arman en un fin de semana que solo existe en el país real, el que se compone en sus calles desantendidas, en sus alegrías más dispersas, en las vidas que la oficialidad aun no se encarga de simbolizar. Adolescentes que por millares palpitan al compás de las zampoñas. Familias que por decenas se aposentan en las llanuras y las tribunas populares que solo el fervor a la patria levanta en medio de la indiferencia de aquellos que creen que el país se construye entre los cuatro distritos de siempre. Allí donde el color refulge, bailan, danzan, conquistan y avasallan quienes roban tiempos a la rutina, al trabajo y a las clases, para conformar comparsas incansables de zampoñistas, que, más que competir, comulgan en una pasión que el advenedizo no tarda en comprender. El llano en llamas Lo que se aguarda en realidad es aquel discreto transito del tiempo y sus atributos, con el único propósito de desatar la indetenible euforia del kachapari, o el alucinado rompan filas con el que las comparsas se entregan a un irrefrenable fin de fiesta en el que se arrían todas las banderas y se confunden la totalidad de los ponchos. Fracasa la noche en sus ambiciones de quietud, en medio de un jolgorio que queda impreso en la retina, eterno, perfecto, convulso. Aunque para el citadino sonso que abunda por ahí, el sikuri sea solo una danza de zampoñas, en realidad el género depara múltiples variantes que van desde la modernidad urbana hasta la más rígida tradición aymara. Hay sikuri moreno, suri sikuri. Con tarola, con bombo y platillo. Hay otros de solo zampoñas. Hay sikuri de fiesta, sikuris fúnebres. Con cantos o sin ellos. Razones y motivaciones que se apoderan de la meseta y el altiplano y que en la ciudad tres veces coronada, suena y resuena un día con el que se aburre el resto, pero que para los universitarios de San Marcos representa la emoción y expectativa que solo esta medición de fuerzas puede alcanzar. Raza de bronce Además, si la visita aparecía alumbrada con el carné de medio pasaje, peor, la reticencia se elevaba a la milésima potencia, por lo que las primeras presentaciones del elenco de San Marcos en estas maratónicas competencias fueron bajo el rubro de “invitados”. Con el tiempo se ha erosionado la intransigencia, al punto de que solo el tesón y el esmero le ha valido a estos muchachos ser coronados campeones nacionales en reiteradas oportunidades. Eso en lo que respecta a las fiestas que se realizan en Lima, porque en Puno es otro cantar. La suerte de las agrupaciones capitalinas en la fiesta de la Virgen de la Candelaria, por ejemplo, no alcanza la consagración definitiva que sí tienen las bandas y comparsas locales. En Lima la tolerancia se abre a posibilidades alucinantes como contar entre los participantes a músicos y bailarines provenientes de otros confines como Huancavelica, Ancash y Chincha. La ascendencia aymara ha dejado de ser requisito ineludible por gracia de Dios. El reino de este mundo Apelando a la mítica imagen del indio rebelde Tupac Katari -con el que tanto se llena la boca ahora la cachacada llanera de Venezuela-, se invoca la participación de puneños residentes, migrantes, hijos de migrantes y cholada toda, a participar en medio de la pampa soleada que se promete chelera. “Nosotros preservamos la cultura afirman los caballeros vestidos de luces, representantes del distrito de Ollaraya, provincia de Yunguyo, que no admiten mayores comparaciones toreras pese a la pedrería de su ornamenta. “Quizás las únicas variaciones que admitimos están en las que ofrece la modernidad, la tecnología. Los tambores ya no son de piel, sino de material sintético y suena mejor”, refiere Mario Pucho director del grupo “Zampoñada 24 de Junio”. En su mayoría puneños, admiten que no opondrían inconveniente alguno a la admisión de algún capitalino o foráneo a sus tierras. “Lo que interesa es defender las tradiciones”. Defender por ejemplo la serenada, ocasión en la que una zampoña amanece al amparo de su cerro tutelar tras una noche de consagración absoluta. Práctica que en términos reales la diferencia de cualquier otro instrumento, porque tras una noche entregada al apu, “esa zampoña ya suena sola”. Realidad absoluta que se encarna en este otro universo de niños, ancianos, mujeres y chicos que en medio de una marea de colores y golpes de pulmón convierten las constelaciones celestes en un código distinto, donde la vida nace, explosiona y vuelve a caer al golpe del bombo que taladra los pastos. A unos cuantos kilómetros, en el complejo Asociación Cultural Folclórica Puno, se guarece la AJP, entidad que se reclama organizadora oficial del certamen. Losa de cemento, graderías abarrotadas de familia, butacas con una que otra colorada atrapada en las garras del bricherismo, y una jornada que se pinta fastuosa. En el jurado, los docentes, maestros investigadores, eruditos del alma altiplánica: Joseph Cruz, Juan Condorena, Dany Prieto, Javier Zúñiga, Yasman Huayta y Víctor Ayque se lamentan de las decisiones del alcalde que no los deja competir en el Campo de Marte o el auditorio del Parque de la Exposición. Ese, que no habla ni escucha, les ha mandado decir. “Mucha bulla”. No importa. Que lo pierda su petulancia que no se entera de la nueva limeñitud. Trigésimo encuentro de sikuris y un paso delante de este Patrimonio de la Nación según resolución del INC. Y, en medio del embeleso, infantes que aprenden a dar las primeras trastadas a soplo de caña y redoble de bombo. Adolescentes colegiales del distrito de Manchay que se ruborizan con el mismo encanto con el que se trenzan sus sueños en las cintas de colores que llevan en el pelo. Vueltas y gira el mundo al tiempo de sus pies descalzos, inmolados a todo nombre, a toda la plenitud de aquello que entendemos como felicidad. Y en el trasfondo de ese complejo, las agrupaciones aguardan tocando en simultáneo con las comparsas midiéndose en el torneo. Y de pronto todo es una vorágine de ritmo y velocidad, de abrazos y rondas feroces de brindis. Dicen que este año en Ate se coronaron “los regionales”, el modo con el que se llama a los colectivos de provincia. “Los metropolitanos”, como se le dice a los limeños, se han quedado en el cuarto lugar. Pero allá en Villa El Salvador, ha ganado San Marcos. “Tanto esfuerzo nos mantiene como líderes”, sostiene Carlita Granados, historiadora de la universidad decana de América. Pero a estas alturas en que las cadenas humanas giran entre atronadores golpes de muchachos que no captan el cansancio de sus cuerpos y solo hablan el idioma de la euforia, ya nada importa. Solo esta fiesta con la que empieza el mundo y todo soplo de vida. |