Alfonso Gumucio D. Es curioso cómo la historia reacomoda a los personajes a medida que pasa el tiempo. Cada cual en su justa medida. Por comparación, Bill Clinton es cada vez mejor presidente, mientras que Bush está en la lona por mentiroso, necio y criminal de guerra. Algo similar sucede entre Juan Pablo II y Benedicto XVI. Al principio Juan Pablo II nos pareció reaccionario, carecía de tacto y metía la pata porque no entendía la política mundial, pero acabó aprendiendo y ahora parece, por mucho, un mejor Papa que Benedicto XVI. Quizás este también aprenda, porque ahora, ¿quien se cree el cuentito de la “infalibilidad del Papa”? Las declaraciones de Benedicto XVI en Brasil, en su primer viaje a América Latina, no podían haber sido más desafortunadas. Por una parte su justificación del rol de la iglesia durante la Conquista, pero por otra, más actual, su intransigente y rabiosamente conservadora posición con relación al aborto, a las relaciones sexuales y al SIDA. Las declaraciones que hizo en Brasil son además completamente incongruentes en un país que está cien años luz por delante de cualquier tontería que pueda decir el Papa con su catecismo en la mano. Decirles a los jóvenes brasileños que practiquen la abstención sexual, que dejen de hacer el amor, es tan absurdo como exigir a los argentinos que dejen de consumir carne o a los italianos pasta. Y oponerse al uso de preservativos o condones, en el contexto brasileño, es un llamado a que aumente aún más la incidencia de VIH-SIDA en ese país. Por suerte, nadie le hace caso al Papa. Su llegada es un espectáculo más. Mientras tanto, los curas brasileños de base, los que realmente están codo a codo con los más pobres, con los más afectados, no objetan el uso de condones, porque saben que lo que importa allí es proteger vidas, antes que un catecismo anquilosado. Además, ¿de dónde se sacan que los condones están en contra de los preceptos de la iglesia cristiana, si en la época de Jesús no existían? En la iglesia católica, muchas “reglas” fueron introducidas siglos después, como la del celibato, e impuestas arbitrariamente. Las alusiones de Benedicto XVI a los gobiernos “autoritarios” de nuestra región, sin tener el valor de nombrar a nadie (pero se entiende que quería referirse a Venezuela y a Bolivia), resultan jocosas cuando él mismo representa a uno de los regímenes más autoritarios e inflexibles que haya existido. Basta pensar en el absurdo que significa en estos tiempos que un puñado de octogenarios elija a otro vejestorio como autoridad “vitalicia” de la iglesia. ¿Eso no es autoritarismo? Sobre la visita del Papa a América Latina han escrito voces tan autorizadas como Leonardo Boff y Frei Betto, ambos brasileños y militantes de la teología de la liberación, que este Papa reaccionario y despistado atacó en sus discursos. Frei Betto, en su texto “¿Qué diablo de fe es la nuestra?”, hizo una hermosa reflexión vinculando el desarrollo histórico del politeísmo a la situación actual: “La modernidad vino a salvar a la religión de su presunción de ser la única depositaria de la verdad. Hoy, creemos mucho más en la verdad científica, empírica y matemáticamente comprobada, que en las verdades religiosas. ¿Quién duda de la existencia de un trío de quarks en la intimidad del átomo, aunque no haya microscopio que nos permita verlo? Sin embargo, nuestros aparatos electrónicos funcionan. Para muchos, funcionan milagrosamente, como el fax, el tiempo real de los @ y el celular. ¿Pero quién tiene absoluta certidumbre de que hay vida después de la muerte? Nadie. Como máximo, tenemos fe. “¿Entonces, diréis espantados, está este heterodoxo fraile de la teología de la liberación reivindicando la vuelta del politeísmo? Nada de eso. Deseo sólo la tolerancia, como la que fue practicada por Jesús, que jamás criticó la fe de la mujer fenicia o la del centurión, ni impuso como condición a sus curaciones la previa adhesión a su creencia. “Lo que me espanta es constatar la nueva modalidad de politeísmo: allá arriba, en un cielo abstracto, el dios en el cual creemos; aquí abajo, los dioses a los cuáles de hecho prestamos devoción: el dinero, el poder, el consumismo que nos consume y consume. Y esta creencia rigurosa de que fuera del capitalismo no hay salvación, aunque 2/3 de la humanidad no tengan acceso a los bienes que él ofrece.” También con los pies bien puestos sobre la tierra, Leonardo Boff con motivo de la reunión de obispos en Aparecida, escribió sobre los temas que realmente le importan a la humanidad, y de los que depende su supervivencia y su felicidad: el calentamiento global, el desarrollo sostenible, y otros importantes desafíos. Refiriéndose a las prioridades, Boff escribió: “El nuevo punto central ya no podrá ser: cómo será la evangelización de la Iglesia en América Latina y cómo parar la deserción de católicos hacia otras iglesias de corte pentecostal y popular, sino: en qué medida todas las iglesias, con el capital espiritual que poseen, puedan ayudar a la Tierra a ser benevolente con toda la vida y en qué medida pueden garantizar un futuro común para toda la Humanidad. Los obispos, en tanto pastores, deben tomar conciencia de esta nueva responsabilidad que deberán asumir: de concientizar a los fieles y reeducarlos para la nueva situación de la humanidad. … La Iglesia, heredera de la frase: ‘vine a traer vida y vida en abundancia’, deberá anticiparse asumiendo acciones responsables.” Lamentablemente, de estos temas del mundo actual, Benedicto XVI no tiene la menor idea. Sigue encerrado en El Vaticano, ensimismado en las costuras de su catecismo. |