Por: Eduardo Zurita Gil * ALTERCOM Son ciento veintiún años desde el primero de mayo de 1886. En Estados Unidos de Norteamérica, la historia oficial ignora o minimiza la importancia y sentido de las acciones heroicas hasta la muerte, que realizaron en Chicago los trabajadores, en su mayoría inmigrantes, por la reducción de la jornada laboral a ocho horas y el mejoramiento de las condiciones de vida de los obreros. Ocultar, con el olvido, el crimen de asesinar a los hombres por sus ideas, no borra la vergüenza de acto tan despreciable. Por ello el mejor tributo que podemos ofrendar a los gestores de una de las luchas más trascendentales por la reivindicación de los derechos de los trabajadores, es refrescar la memoria histórica y recuperar su valor, sobre los hechos y su significado. SITUACIÓN DE LOS OBREROS Las injustas condiciones de sobreexplotación, el hambre y la incertidumbre repercutieron en la toma de conciencia y en la unidad del proletariado norteamericano. “El empleo asegurado y constante es una excepción” –dice el periódico obrero The Alarm– “el número de desempleados comprendidos los del agro ascendió a 3 millones, estos norteamericanos son libres de verdad! Pueden pasar hambre libremente, pueden mendigar libremente, pueden incluso morir de hambre, pero no son libres de hacerse ni siquiera esclavos”. Una familia necesitaba para malvivir 755 dólares por año, pero su ingreso era de apenas un poco más de 500. Trabajando 16 y 18 horas diarias un minero de Pennsylvania ganaba entre 2 y 2,7 dólares por día. Las condiciones se empeoraban por la inmigración y la concentración de la población en las grandes ciudades. A estos hechos se añade la ausencia de una legislación laboral y de derechos políticos para los obreros, por lo tanto no tenían ningún peso en las decisiones de gobierno. En estas circunstancias bregaban por organizarse. En Europa soplaban vientos renovadores. Las nuevas ideas. El Manifiesto Comunista, la esperanza de liberación del proletariado. La experiencia de la Comuna de París. Sucesos que en las tierras nacientes alentaban los sueños proletarios. Chicago se convirtió en una ciudad de extranjeros: alemanes, irlandeses, bohemios, polacos, franceses, rusos. Aunque sus orígenes eran de pobreza, llevaban una llama visionaria. Un proletario se describió: “Bárbaros, salvajes, anarquistas ignorantes, analfabetos de Europa Central, hombres que no pueden comprender el espíritu de las instituciones americanas libres; de ellos soy uno”. INVIERNO DE 1872 Después de 1877, las dos clases entendieron bien que pronto estallarían nuevos conflictos. En el horizonte, la burguesía veía una “Comuna Americana” y preparaba medidas sangrientas para reprimirla; en las ciudades principales convirtió los arsenales en fortalezas; transformó la Guardia Nacional en un ejército moderno con armas modernas –ametralladoras Gatling– contrató grandes ejércitos privados de informantes, matones y pinkertons –guardias privados–” (Del Obrero Revolucionario, No. 351, 14.4.1986). Los empresarios gozaban de sus propias asociaciones y tomaron providencias para evitar la unión de los trabajadores. Se dictó la prohibición a la huelga, a la asociación, y respecto de los activistas se elaboraban “listas negras” de modo que quienes constaban en ellas no podían ser contratados en ninguna empresa. En la revista The North American Review se leía: “en EE.UU. nada garantiza al hombre el primero y más grande de todos sus derechos inalienables; el que el trabajador debe tener a todos los frutos de su trabajo”. De las propias estadísticas oficiales se establecía que los obreros recibían apenas el 15% de los bienes materiales que producían, apropiándose del 85% restante un puñado de dueños del capital. LA ORGANIZACIÓN Más allá de las exigencias de los trabajadores europeos de limitar la jornada a diez y doce horas, se empezó a considerar que las nuevas condiciones tecnológicas y sociológicas, la debían reducir a ocho horas, y por ello ésta se constituyó en la principal reivindicación de la clase obrera. El Cuarto Congreso de la Federación Norteamericana del Trabajo (AFL), realizado el 7 de octubre de 1884, por moción presentada por Gabriel Edmonston, resolvió que a partir del primero de mayo de 1886 la jornada de trabajo duraría ocho horas. La consigna decía: “Un día de rebelión, no de descanso!… Un día de protesta contra la opresión y la tiranía, contra la ignorancia y la guerra de todo tipo. Un día en que comenzar a disfrutar ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas para lo que nos dé la gana”. La imagen de la jornada de ocho horas, a los dueños del capital les pareció una sandez y un disparate, pero entre los obreros logró gran poder de convocatoria. Con tal propósito desde comienzos del año 86 se multiplicaron las huelgas. La efervescencia de los acontecimientos comprometió a un grupo de anarcosindicalistas, entre ellos Albert Parsons y August Spies, quienes dirigían la prensa obrera y daban orientación a los trabajadores, uno de sus postulados decía: “la libertad sin igualdad es pura mentira”. En 1876 se había fundado el Partido Obrero Socialista de América, pero en Chicago, en cambio, sus dirigentes, se desentendieron de la lucha obrera porque estaban embelesados debatiendo en la arena parlamentaria. PRIMERO DE MAYO 4 DE MAYO Los policías tenían un “plan trazado para provocar un incidente” que –como siempre- justifique la represión, la persecución y la destrucción del movimiento y de sus dirigentes. Los sucesos se dieron vertiginosamente. Un oficial exigió a los manifestantes que abandonen la plaza, Fielden bajando del vagón apenas pudo responder “Nuestro mitin es pacífico…” Ese momento estalló entre los grupos de la policía una bomba. Muchos se desplomaron y uno cayó muerto. La fuerza medrosa abrió fuego al acaso. Los trabajadores corrieron. En tan solo segundos cayeron varios muertos y centenares de heridos. La prensa capitalista que en todo el proceso venía desinformando y azuzando contra los obreros se desató furiosa y acometió a los sindicalistas, calificó al mitin de “multitud embrutecida” (Chicago Tribune). “Estas serpientes se han calentado y alimentado bajo el sol de la tolerancia hasta que, al final, se han envalentonado para atacar la sociedad, el orden público y el gobierno”. Es hora de “infundir un miedo benéfico” entre los trabajadores. Por otro lado se rotulaba a los policías como “héroes de la ley y el orden público”. CACERÍA Y PATÍBULO La policía no logró capturar a Partson; éste al conocer del proceso, con valerosa lealtad prorrumpió una mañana en la sala y fue a sentarse en el banquillo junto a sus compañeros. “Me matarán -dijo- pero no he podido quedarme en libertad conociendo que mis camaradas están aquí y se verían castigados por algo que, igual que yo, son inocentes” El juez Joseph E. Gary y el fiscal Julius S. Grinnell desempeñaron el papel de verdugos y serviles cumplidores del mandato de sus amos. Se presentaron testigos comprados, perjuros y contradictorios. Nunca se supo quien arrojó la bomba. Los acusados encontraron la oportunidad de reiterar su convicción y compromiso. Spies recalcó: “Estas son mis ideas, no puedo renunciar a ellas… si queréis condenar a la gente a la pena capital porque se ha atrevido a decir la verdad –yo os desafío a citar una sola mentira que hayamos dicho– si la muerte es la pena que se impone al que proclama la verdad, ¡pagaré ese elevado precio desafiante y orgullosamente! Llamad a vuestro verdugo”. Louis Lingg, a sus veintiún años de edad, declaró: “EE.UU. es un país de tiranía capitalista y del más cruel despotismo policiaco… Desprecio vuestro orden, vuestras leyes, vuestra autoridad basados en la fuerza. ¡Colgadme por ello!” Adolph Fischer denunció: “Sé que es imposible convencer a los que mienten por oficio: a los asalariados directores de la prensa capitalista, quienes cobran por sus mentiras”. Al bajar el telón el fiscal se pronunció: “condenen a estos hombres para aleccionar a los demás, ahórquenles para salvar nuestras instituciones, nuestra sociedad”. El 20 de agosto se dictó el veredicto de culpabilidad. No se los condenó por la acción de matar a un policía, “los juzgaron por el crimen de dirigir a los oprimidos”, se los iba a matar por la acción de atentar contra el sistema. A pesar de que en el proceso se demostró que éste era perverso, oprobioso e injusto. Los defensores: William P. Black, William A. Foster, Sigmund Zeiser y Moses Salomori, apelaron en septiembre ante el Tribunal Supremo, el cual reconociendo que existieron errores en el proceso y ausencia de pruebas, confirmó el dictamen del jurado. El 9 de octubre se pronunció la sentencia: los siete fueron condenados a muerte y Oscar Neebe a 15 años de trabajos forzados. Muchas voces en el mundo se elevaron para pedir se indulte a los sentenciados. La tiranía mata por cobardía, por temor; pero las ideas no mueren ni por estrangulamiento. “A lo largo de la historia, el origen de la violencia ha sido la propiedad privada”(A. Spies). A dos de los condenados les cambiaron la pena por cadena perpetua. El joven Louis Lingg en su celda, vísperas de la ejecución, en desacato final, se voló la tapa de los sesos con un fulminante de dinamita. El mediodía del viernes 11 de noviembre de 1887 cuatro hombres (Spies, Engel, Parsons y Fischer) cubiertos con togas blancas subieron al patíbulo. Spies habló mientras el verdugo le cubría la cabeza con la capucha: “Llegará un tiempo en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que ustedes hoy estrangulan”. Parsons gritó: “¡Permítame hablar, sheriff Matson! Que se oiga la voz del pueblo…” La gruesa cuerda de esparto ahogó esas palabras que resonaran por siempre… Acompañaron sus funerales decenas de miles de personas. Las fábricas empezaron a reducir a ocho horas. El ejemplo de los “Mártires de Haymarket” sigue inspirando a los que luchan contra las injusticias y la explotación y su recuerdo se revive cada Primero de Mayo. La adversidad de los migrantes, la presente situación de la masa proletaria no actualiza esta historia? ¿SABREMOS RESPONDER? JUBILADOS Y MADRES QUE TRABAJAN Después del primero de mayo se celebra del Día de la Madre. Podemos hablar, entonces, con solidaridad, de un doble tributo, en una sola intención, en una sola persona: a las madres trabajadoras como síntesis de madre y trabajo. Exaltando el trabajo, Benjamín Constan dice que “el sudor del hombre es el mejor abono para la tierra”, parafraseando: el sudor de la madre es abono para la vida; tal vez por eso Dumas escribió “la maternidad es el patriotismo de las mujeres”. La madre trabajadora construye la Patria criando bien a sus hijos y faenando la existencia de su hogar y su familia, en su propia casa o buscando un pan fuera de ella. Su sacrificio generoso nunca es suficientemente compensado. En su inmensa entrega ella se resarce, como suya, en la felicidad de sus hijos. El homenaje, no un día… !!ojalá todos los días de la vida!!!! *EDUARDO ZURITA GIL: Artista ecuatoriano. Presidente de la Federación Nacional de Artistas. Ex-Vicepresidente de la Confederación de Trabajadores del Ecuador. Ex-Presidente del Tribunal de Garantías Constitucionales. Director Nacional de Mediación de la Defensoría del Pueblo. |