Pedro Portugal M. Hay, en consecuencia, que escarbar en la superficialidad de la coyuntura si queremos aportar con soluciones a la crisis que enfrentamos. El apabullante triunfo de Evo Morales hace menos de dos años atrás no obedeció a la adhesión del pueblo a un determinado modelo político, sino a la identificación de la persona de este dirigente como remedio al verdadero mal de este país: el colonialismo y la discriminación contra el indio. Por esta identificación votaron las mayorías cobrizas del Qollasuyu. Importantes sectores de la bolivianidad en su clase media vieron también en Morales la solución a siglos de injusticia y de ficción nacional. El desfase fundamental del gobierno de Evo Morales consistió en utilizar la urgencia de la descolonización y de creación de una verdadera identidad nacional, como simple camuflaje para viabilizar ajadas expectativas de “revolución social”. Y no es que el cambio nacional no deba ir acompañado de transformación social, sino que no puede servir de excusa para mantener prácticas y esquemas de análisis que, justamente, son también producto de la situación colonial que se debe cambiar. De esta manera se fue acrecentando una contradicción que culmina (lo hemos visto en San Julián y en Cochabamba, por ejemplo) en el enfrentamiento entre indios y q’aras. Pero un enfrentamiento desquiciado y anómalo. La oposición ya no ataca a un programa de gobierno (social, económico y político), sino a “los indios en el poder” y a la posibilidad de “autonomía y separatismo indígena”. Pero ¿están realmente los indios en el poder? Y los proyectos del gobierno plasmados en su Constitución ¿son realmente expresión de una política descolonizadora? Pensar de esa manera significa solamente haber mordido el anzuelo de la actual administración y economizarse el esfuerzo de un análisis creativo y positivo. El gobierno de Evo Morales ha logrado (quizás sin quererlo) revitalizar a la oposición que pensaba eliminar y convertirla en acérrima enemiga de los indios, portadora de discursos y comportamientos racistas y etnocidas. Pero con ello también arriesga hacer retroceder la perspectiva descolonizadora y convertir al proyecto boliviano en holocausto final de contradicciones no resueltas, pues el pueblo indio no permitirá el retroceso hacia formas coloniales que deben ser superadas, aun a riesgo de un enfrentamiento total. Esa perspectiva puede ser modificada Segundo, los elementos más lucidos empujados ahora a la oposición, no deben asumir posiciones racistas y etnocentristas, readecuando su contestación a las políticas erradas de una administración y no a un pueblo que aun no ha comenzado su verdadera descolonización. Tercero, ser concientes de que un proceso no se identifica perennemente con sus actores circunstanciales, estén éstos en el gobierno o en la oposición. La historia los prueba y los puede desechar. Es conveniente, entonces, obrar por la constitución de nuevas formalidades políticas y sociales y apoyar la emergencia de nuevos actores que puedan, justamente, propiciar los pasos que nos alejen del borde del precipicio. |