Afganistán: la danza desenfrenada del dinero
Leandro Albani / alainet.org / katari.org
La danza del dinero en Afganistán nunca se detuvo. La ocupación sirvió como excusa para que miles de millones de dólares volaran de los bolsillos de la gente común a las arcas de las grandes empresas.
Afganistán otra vez explotó por los aires. Con la toma del poder del movimiento Talibán, el país asiático ingresa en un nuevo derrotero en el cual, sin dudas, los únicos castigados van a ser –otra vez– los afganos y las afganas de a pie.
Después de 20 años de ocupación militar por parte de Estados Unidos y los países de la OTAN, el territorio afgano quedó devastado. Como si eso fuera poco, Occidente envió miles de millones de dólares que ingresaron en un espiral de negociados turbios, corrupción, ineficiencia y -como no podía ser de otra forma- ganancias para grandes empresas extranjeras. Para estos últimos, las dos décadas de ocupación militar en el territorio afgano fue un botín del que se alimentaron hasta el hartazgo.
Este punto crítico –entre muchos otros para tratar lo que sucede en el país-, es fundamental para responder la gran pregunta que desde hace más de una semana recorre medios de comunicación, debates acalorados e información urgente: ¿Estados Unidos realmente fue derrotado en Afganistán?
Aunque el Fondo Monetario Internacional (FMI) sostenga que Afganistán es uno de los países más pobres del planeta –con ingresos menores de 2 dólares al día para el 90 por ciento de su población–, la nación cuenta con enormes reservas de “tierras raras”, cotizadas en tres billones de dólares. Un mineral de tierras raras contiene elementos químicos metálicos, como el escandio, el itrio y los lantánidos.
A su vez, en las tierras afganas se calcula reservas de litio por un valor de un billón de dólares. El país también posee otros recursos naturales como hierro, cobre, cromo, zinc, plomo, mármol, piedras preciosas y cobalto. En la zona norte afgana hay reservas de petróleo y gas natural. Y a esto hay que sumar que su subsuelo es codiciado para la construcción de gasoductos, ya que el país es el centro neurálgico de varias regiones asiáticas.
Billones y más billones
En estas últimas semanas, las cifras del “dinero gastado” por Estados Unidos en 20 años de ocupación se convirtieron en la gran incógnita para adivinar. El 20 de agosto, The Independent publicó que el total fue 2,26 billones de dólares, según estimaciones del proyecto Cost of War, cifra que incluye los costos en construcción y entrenamiento del inestable ejército afgano. En el artículo firmado por Graig Graziosi también se señala que, según un análisis de la revista Forbes, la ocupación les costó a los y las estadounidenses 300 millones de dólares al día.
“Gran parte de la guerra se financió con dinero prestado”, apunta Graziosi, que recuerda que investigadores de la Universidad de Brown “estiman que ya se han pagado más de 500 mil millones de dólares en intereses, y que para 2050 el coste de los intereses de la deuda de Estados Unidos por la guerra puede alcanzar los 6,5 billones de dólares, o 20 mil dólares por ciudadano estadounidense”.
Una de las conclusiones del artículo es que la Casa Blanca “gastó más dinero en la guerra de Afganistán que en cheques de estímulo para ayudar a sus ciudadanos a sobrevivir al estancamiento económico causado por el coronavirus. Cada año, el gobierno federal gasta aproximadamente 79 mil millones de dólares en programas de educación, lo que significa que Estados Unidos ha gastado más en la fallida guerra de Afganistán durante 20 años que en programas de educación por casi un billón de dólares”.
Al mismo tiempo, The Independent apunta que, según un análisis de Pacific Standard, “se pagaron casi cinco billones de dólares a contratistas militares contratados por el Pentágono, entre ellos Lockheed Martin, DynCorp, Black & Veatch y Academi, antes conocida como Blackwater, la empresa de mercenarios propiedad de Eric Prince, hermano de la secretaria de Educación de Trump, Nancy DeVos, y aliado del ex presidente”.
Acciones de guerra
El 16 de agosto, el portal The Intercept publicó un artículo en el que se calculan las ganancias accionarias que generaron las contratistas en defensa Boeing, Raytheon, Lockheed Martin, Northrop Grumman y General Dynamics, las cinco más importantes del mundo.
El periodista Jon Schwarz despeja todas las dudas en el primer párrafo: “Si compró 10.000 dólares en acciones divididas equitativamente entre los cinco principales contratistas de defensa de Estados Unidos el 18 de septiembre de 2001, el día en que el presidente George W. Bush firmó la autorización para el uso de la fuerza militar en respuesta a los ataques terroristas del 11 de septiembre, y reinvirtió fielmente todos los dividendos, ahora valdría (cada acción) 97.295 dólares”. “Es decir, las acciones de defensa superaron al mercado de valores en general en un 58 por ciento durante la guerra de Afganistán”, agrega Schwarz.
Las cinco contratistas integran el fondo de índice S&P 500 y, salvo Boeing, el resto reciben la gran mayoría de sus ingresos del gobierno estadounidense, o mejor dicho: de los hombres y mujeres que pagan sus impuestos en el país.
Para Shwarz, las cifras calculadas “sugieren que es incorrecto concluir que la toma inmediata de Afganistán por los talibanes, tras la salida de Estados Unidos, significa que la guerra de Afganistán fue un fracaso”. “Por el contrario, desde la perspectiva de algunas de las personas más poderosas de Estados Unidos, puede haber sido un éxito extraordinario –asevera el investigador-. En particular, las juntas directivas de los cinco contratistas de defensa incluyen oficiales militares jubilados de alto nivel”.
Robar para la corona
El último tramo de la desbandada en Kabul, con el presidente Ashraf Ghani huyendo del país sin siquiera avisar, y el desmoronamiento del ejército afgano –con 300 mil soldados y, por lo visto, una moral hecha trizas-, fue coronado por la suspensión de envío de dinero de Estados Unidos y otros países. Una forma de presión sutil a los talibanes para que no se pasen de la raya.
El 18 de agosto, el entonces titular del Banco Central de Afganistán, Ajmal Ahmady, declaró que el país tiene una reserva monetaria de unos 9.000 millones de dólares, pero todo ese dinero está en el extranjero. La mayoría de esa reserva (unos 7.000 mil millones de dólares) están en la Reserva Federal de Estados Unidos, ya sea en bonos, oro y otros activos.
Ahmady aseguró que en Afganistán ya se limitó el acceso de dólares a bancos y subastas de esa divisa, y los retiros de dólares de las entidades financieras. El ex funcionario advirtió que la moneda del país, el afgani, inevitablemente tendrá una depreciación, algo que afectará a los sectores más empobrecidos.
A esto se suma que Alemania anunció la suspensión de su ayuda al desarrollo de Afganistán, que preveía el desembolso de 430 millones de euros este año, 250 millones para el desarrollo. Y el FMI también suspendió las ayudas para el país, al considerar “una falta de claridad en el seno de la comunidad internacional a la hora de reconocer el gobierno de Afganistán”, según indicó un vocero de la entidad. El FMI debía abonar un tramo final de 370 millones de dólares de un crédito aprobado el 20 de noviembre pasado.
¿Estados Unidos y sus aliados podrían disponer de las reservas afganas y negar su entrega? La larga historia norteamericana demuestra que una medida de este tipo se encuentra a la vuelta de la esquina.
Heroína for export
Afganistán es el mayor productor mundial de heroína, con entre el 80 y el 90 por ciento de la producción del planeta, siendo una de sus mayores industrias. Un cable de la agencia France24 del 23 de agosto estimó que los “esfuerzos internacionales de los últimos 20 años para erradicar el cultivo de amapola, de la que se obtiene la savia para la producción de morfina y heroína, han fracasado rotundamente, y la superficie cultivada es ahora aproximadamente cuatro veces mayor que en 2002”.
De esta forma, Afganistán es el centro neurálgico de un negocio millonario, ya que suministra de heroína a casi todo el mundo, principalmente a Europa.
En medio de la conmoción mundial por la toma de Kabul por parte de los talibanes, el secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, Nikolái Pátrushev, declaró que Estados Unidos “en vez de luchar contra el narcotráfico durante dos décadas de control político-militar de Afganistán, puso en marcha un proyecto para crear un laboratorio de drogas a escala mundial. La producción de opiáceos se multiplicó por más de 40 veces”.
Aunque el régimen talibán de la década de 1990 redujo el cultivo de opio de 82.000 a 8.000 hectáreas en 2001, la producción se disparó con la ocupación. Los señores de la guerra, muyahidines financiados por Washington para derrotar la ocupación soviética, siempre fueron los regentes de este negocio.
Recientemente, César Gudes, jefe de la oficina de Kabul de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), declaró a la agencia Reuters: “Los talibanes han contado con el comercio de opio afgano una de sus principales fuentes de ingresos. Una mayor producción trae consigo drogas con un precio más barato y atractivo, y por tanto una mayor accesibilidad”.
Los tiempos cambian y, por lo que se puede ver en la actualidad, en este tema los talibanes no quieren perder terreno.
La única realidad
Con casi 40 millones de habitantes, Afganistán es un país devastado socialmente. Antes de que comenzara la pandemia de coronavirus, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) reconoció que el país se enfrentaba a una de las crisis alimentarias más graves del mundo. A fines del año pasado, 16,9 millones de personas –casi la mitad de la población- sufría una “crisis” o niveles de “emergencia” de inseguridad alimentaria.
Para 202, el Banco Mundial alertó que en Afganistán el desempleo alcanzaba el 11,7 por ciento y que ya en 2021 la pobreza abarcaría al 72 por ciento de la población. Como no podía ser de otra forma, el Índice de Desarrollo Humano (IDH), confeccionado por la ONU, pone que los y las afganos entre las personas con las peores calidades de vida tienen del mundo.
Toda esta debacle se intenta frenar –de una manera que ya dio resultados catastróficos- con la ayuda internacional, que abarca alrededor del 75 por ciento del gasto público.
Los niños y las niñas no son ajenos a esta situación crítica. En 2009, Unicef llegó a calificar a Afganistán como “el peor lugar del mundo para nacer”. En 2018, seguía considerando al país de esa manera, junto con Pakistán y la República Centroafricana. En 2021, casi la mitad de todas las niñas y niños menores de cinco años corren riesgo de desnutrición aguda, según la ACNUR. A estas cifras, se suma que Afganistán es el tercer país del mundo con la tasa más alta de mortalidad infantil entre los menores de cinco años, con 161 muertes por cada 1.000, sin dejar de lado el sistemático retraso en el crecimiento en los menores de edad y los permanentes síntomas de malnutrición.
Final abierto
La danza del dinero en Afganistán nunca se detuvo. La ocupación, entre otras cosas, sirvió como excusa para que miles de millones de dólares volaran de los bolsillos de la gente común para ir a retozar a las arcas de grandes empresas, las cuales casi no saben de derrotas o fracasos.
La vuelta de los talibanes al poder tuvo un rechazo institucional e internacional casi nulo por parte de los más diversos gobiernos. Precaución en las declaraciones, llamados a respetar los derechos humanos, lágrimas de cocodrilos por las mujeres afganas, y un “operativo de rescate” en el aeropuerto de Kabul al cual los principales líderes mundiales intentan subirse primeros, quedan como un recuerdo fresco de hace apenas unos días, cuando los musulmanes conservadores y ultra-ortodoxos conquistaron una tierra que vuelve a llamarse Emirato Islámico.
Entre atentados, represión y una inminente guerra interna o de baja intensidad, en territorio afgano ahora Estados Unidos, China, Rusia, Europa y potencias regionales como Pakistán, Turquía e Irán (este último que ya reanudo la exportación de petróleo a Afganistán) darán rienda suelta a las más complejas artimañas para devorar riquezas y conseguir victorias políticas e ideológicas. China, el principal inversor extranjero en Afganistán, parece que lleva las de ganar. Pero Estados Unidos no se va a quedar sentado y cruzado de brazos observando cómo el caos que generó es aprovechado por sus rivales.