Bolivia: el odio, una receta al estilo colonial
El caso de Bolivia es uno de los más emblemáticos en cuanto a la racialización de las relaciones sociales. El actual presidente, Evo Morales, ha padecido en carne propia los desaires tanto locales como internacionales por su origen étnico.
A pesar de erigirse como un Estado Plurinacional, la élite tradicional boliviana alardea una credencial fenotípica: la blanquitud. Poco importan los avances en materia social o económica, Evo es aimara y eso sí que no tiene perdón.
La lucha contra el racismo se hace presente una y otra vez. Sin ir más lejos, en la V Sesión de la Red Iberoamericana Contra la Discriminación -integrada por 18 países y más de 40 organizaciones estatales y de la sociedad civil-, realizada en Santa Cruz de la Sierra en mayo, Evo calificó al racismo como uno de los instrumentos de dominación, sometimiento y humillación, frente al cual se debe dar respuesta en pos de la consolidación de un planeta plurinacional.
Colonialidad y racismo, la génesis
Desde la perspectiva de Aníbal Quijano, la globalización actual es ante todo el punto más álgido de un proceso de larga data que inaugura un nuevo patrón de poder mundial por medio de la conquista de América y el establecimiento del sistema capitalista colonial/moderno.
La lógica eurocéntrica se erigió bajo un eje principal: la inferioridad social del otro –el resto de la población mundial – sobre la idea de raza. Esta construcción mental y discursiva expresa la experiencia básica de la dominación colonial, permeando desde entonces las dimensiones más importantes del poder mundial.
A pesar de que la clasificación social se origina en el período colonial, el fetiche de la raza ha evidenciado ser más duradero y estable que el propio colonialismo, en cuya matriz fue concebido. Implica, en consecuencia, un elemento de colonialidad en el patrón de poder hoy mundialmente hegemónico.
Evo Morales, líder aimara
Evo Morales es el primer presidente indígena de su país, además re-electo en dos oportunidades. Es también el primer mandatario boliviano surgido del sector gremial, que accede al cargo más alto en el país del altiplano; y el único que no tuvo problema en plantarse ante la Asamblea General de las Naciones Unidas para defender el cultivo de la coca, una de las principales producciones bolivianas.
Paradójicamente, la propia prensa anglosajona –BBC, New York Times- reconoce la reducción del cultivo calificado de ilícito por la ONU, una definición que se encuentra en contradicción con los derechos de los pueblos originarios de continuar con su cultivo ancestral.
La reforma constitucional del 2009 reivindica en su introducción: “Dejamos en el pasado el Estado colonial, republicano y neoliberal. Asumimos el reto histórico de construir colectivamente el Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario (…)”.
En el art.1 se da paso a un nuevo Estado Plurinacional, por medio de la creación del Viceministerio de Descolonización. Además, se ha sancionado la ley 045 Contra el racismo y toda forma de discriminación. El actual Viceministro, Félix Cárdena, ha ido aún más lejos al considerar como un proceso simultáneo la necesidad de descolonizar en conjunto con la despatriarcalización de la sociedad.
La oposición violenta
En cuanto a la oposición, la técnica es similar a lo que acontece en otros países: el localismo es un factor clave a la hora de entender las rivalidades. Quienes protestan contra las medidas de la actual gestión marchan alegando una supuesta “defensa de la democracia”, el mismo argumento de las derechas argentina y venezolana, por ejemplo.
A poco tiempo de asumir Evo, la oposición comenzó a manifestar su accionar más violento. En 2008 una turba de opositores atacaron en Sucre a unos cincuenta campesinos quechuas. Entre las vejaciones físicas y verbales, sus perpetradores manifestaron:
“De rodillas indios de mierda, griten viva la capitalidad”, “Llamas, pidan disculpas”, y demás consignas de índole racista propiciadas a los golpes por grupos de jóvenes armados de palos, piedras, gases lacrimógenos y dinamita.
Asimismo, fueron forzados a quitarse las camisas, ponerse de rodillas y quemar la bandera del Movimiento al Socialismo (MAS) y la wiphala -bandera símbolo de las naciones originarias-.
Desde entonces, cada 24 de mayo se celebra en el país andino el Día Nacional contra el Racismo y toda forma de discriminación, en conmemoración de las humillaciones perpetradas.
Ese mismo año 2008 el racismo se agudizó de manera inusitada en Santa Cruz de la Sierra, cuando los indígenas y otros sectores sociales se opusieron a las exigencias separatistas de la oposición como forma de frenar la reforma agraria y la nacionalización de los recursos hidrocarburíferos impulsada por el Gobierno de Morales.
Cabe destacar que dicho departamento se encuentra poblado de ex criminales de guerra nazis que fueron acogidos en la posguerra. Desde entonces, estos grupos detentan el control de la mayoría de los medios de producción, despojando a los indígenas de sus tierras. Asimismo, institucionalizaron la explotación y la servidumbre como forma de maximizar sus beneficios a expensas de la población.
En 2015, las identidades originarias bolivianas han sufrido un golpe desde dentro al resultar Soledad Chapetón electa alcaldesa del Alto, región clave de la resistencia indígena y favorable a Morales.
Chapetón ha conseguido su cargo apelando a la identidad común aimara, a pesar de su afiliación al partido de derecha Unidad Nacional, liderado nada menos que por Samuel Doria Medina, uno de los hombres más ricos del país.
Esta versión de la nueva derecha andina ha logrado enturbiar las aguas apelando a un imaginario común por sobre los proyectos políticos.
El ciberespacio de las redes sociales no ha estado ajeno a esta disputa, sino por el contrario ha sido escenario de enfretamientos, en particular en momentos álgidos en materia de toma de decisiones por parte del pueblo boliviano.
El referendo por la reelección fue precisamente el campo de batalla donde nuevamente se hizo gala del repertorio discursivo racista en contra del presidente y su comunidad étnica de pertenencia: tratando de animalizar su origen y refiriendo acusaciones tan graves como las de ladrón, drogadicto e ignorante, siempre haciendo especial énfasis en su condición de indígena de forma denigrante.
Gracias a las políticas antes mencionadas, los términos “indio”, “campesino”, “chola”, “refinado” o “birlocha” -indio blaqueado- habían dejado de usarse de forma despectiva en los últimos años.
Sin embargo, la veta racista resurgió con el escándalo mediático de Gabriela Zapata y los casos de supuesta corrupción en el Fondo Indígena.
La imagen del indígena en Bolivia, debido a nuestra herencia colonial, reúne todas las características negativas, siendo la honestidad y la humildad las únicas virtudes que se le atribuyen al indígena. Precisamente esta imagen es la que quieren quitarles.
El caso Zapata y el Fondo Indígena pusieron sobre el imaginario de la clase media, gracias a la injerencia de los medios de comunicación, que el MAS ha creado una nueva élite de indios corruptos, “nuevos ricos” sin clase que no saben siquiera gastar su dinero, los cuales -soberbios y maltratadores del pueblo- abusan de los privilegios estatales.
Como indica la cosmovisión andina, el tiempo es cíclico y las nuevas tácticas de la derecha condensan los prejuicios del viejo sistema colonial.