«No quiero que mi hija sea su sirvienta…»
Iván Apaza Calle / periodicopukara.com
De la lúgubre celda de un prisionero en 1989 se escuchaba una voz aparentemente olvidada; escuchen este rugido:
“A todos los oprimidos y explotados del campo nos toca cambiar nuestros viejos arados egipcios por un moderno fusil…, y ahora los surcos que abrimos para depositar las semillas se convertirán en una trinchera de combate…”
No, no es la locura de un blanco-mestizo haciéndose pasar por revolucionario, ni es un heredero del Che Guevara; es otra voz, con otro tono. ¿Quién es el atrevido? Por el mensaje, es una persona de manos encallecidas que labra la tierra, que ha decidido abandonar la existencia servil frente al q’ara, llevando su voluntad hasta el límite, para poder transmutarse de oprimido en un ser libre.
Es el rugido de un aymara, es el mensaje de Felipe Quispe Huanca. Hasta este momento pueden decir: palabrerías y más palabrerías; nadie creía en este mensaje aun cuando esto metía el dedo en la llaga, ¿por qué?, Sartre nos arroja esta razón: “uno no cree de inmediato en lo que quiere creer; es necesario alguna práctica”.
Poco tiempo después aquel mensaje que ya era praxis sale a flote para todos. Los rumores corren de ayllu en ayllu, de calle en calle, pero la prensa calla para no aterrorizar a los que ya han sido cercados en 1781.
El silencio es rotundo, pero en tanto lo es, cualquier pequeño sonido alarma más a los administradores del Estado colonial. No tienen otra salida; éstos se ponen a combatir al indio rebelde.
En épocas pasadas, las naciones autóctonas han sufrido el sometimiento de su voluntad, no hubo derecho a reclamo en ese tiempo ni a través del consentimiento del ocupante; la injusticia, violencia, saqueo, etc., estaban a orden del día.
La rebelión metafísica rondaba bajo el gorro y sombrero de las y los indios. Pero la rebelión metafísica tiene límites, no tarda en concretizarse; cada generación presenció a un indio rebelde, y fue guiado por este. En nuestra época también se ha presenciado este fenómeno.
Las personas a medida que quieren explicar algo, no meramente recurren a la reflexión, sino a otras cosas como la literatura, la música, la religión, la política…
Quieren satisfacer con respuestas a sus preguntas; muchas veces no dan al clavo sino que lo postergan hasta que se pierde en el olvido y se vuelve normalidad; sin embargo, otros dan en el clavo en esa búsqueda, y puede ser la de un adolescente o un joven en un país colonial bajo el cual existe, como el Mallku frente al “Manifiesto del Partido Indio de Bolivia” de Fausto Reinaga, que zambullirse en sus páginas fue para él como mirarse al espejo; a partir de ahí: adiós al “Manifiesto comunista” de Marx y Engels de contexto remoto.
Pero las preguntas tienen más sed, aún no están satisfechas con el escrito de fuego de Reinaga; la búsqueda de aquel joven se agudiza, el impulso diario a cada minuto es fatal, donde quiera que ve, donde va, está la opresión de sus pares; mira al indio cargando la canasta del q’ara, oye los gritos racistas de una blanca a una empleada en medio de la calle: le causa dolor, sufrimiento; esta experiencia le sirve como impulso.
Escucha la radio para informarse, en eso, se topa con un programa radial, que emitía una radionovela; ¡ah!, ahí está, trata de la vida y muerte de Tupak Katari-Bartolina Sisa, la llamarada se extiende y pasa a la realidad, en ella encuentra personas que también viven su situación, pero estos desfallecen en el camino.
Él continua; apenas ha andado poco, falta mucho por abarcar. En medio de carnicerías y charcos de sangre humana en 1975 durante el gobierno de Banzer, y que horror es mencionar este detestable nombre, conoce al conductor del programa radial, a partir de ello Felipe, inicia lo que él llamo “el indio en escena”, en la vida política, por supuesto.
Con esta experiencia la voluntad política dormitada del Mallku se enciende en llamas que no apagarán las adversidades de la existencia, la difamación, el hambre que vive su familia ni la muerte de sus tres hijos lo detiene; para ser claros, esa voluntad es símil al pensamiento de F. Nietzsche: “Lo que no te mata te hace más fuerte”, y así se mantiene hasta hoy.
Al verse reflejado en el escrito indianista de Reinaga, se dio cuenta de la condición: de indio; esto implica una existencia muy particular para los oprimidos, pues nacer, crecer bajo ese orden colonial, es llevar cargada esa experiencia lamentable en el presente eterno y actuar influenciado de alguna forma por ella.
Esta condición devenida en conciencia a través del indianismo produce lo que Ayar Quispe llamó un indio rebelde. Los aymaras nos conocemos como aymaras a través del habla y discurso del indio rebelde, no porque haya memorizado lo que Reinaga dice, ni aquel y el otro, sino, ese lenguaje fuerte y áspero es resultado de la misma vivencia bajo la que existe, esa es la razón principal por la que nos redescubrimos como somos en verdad, porque también tenemos esa vida áspera.
No es que Felipe haya optado vivir bajo este sistema opresivo, ni ninguno de quienes leen este escrito; el orden colonial ya estaba ahí cuando surgimos a la existencia, lo tenemos ahí por herencia. En cuanto nacimos bajo la colonia ya estábamos determinados de alguna forma por lo externo como seres inferiores, como indios. Lo externo ya estaba dividido en dos grupos contrarios y contradictorios.
Pero validar como absoluto esto, seria anular la capacidad reflexiva de cada persona y su constitución; El indio rebelde es producto de esa capacidad y reflexión. Cada uno en tanto existe se construye.
Consiguientemente, el indio rebelde no ha nacido para satisfacerse de los lujos, placeres de lo externo; no posee bienes materiales como un q’ara o un qamiri, este solo tiene verdades de fuego que incendian y la voluntad libertaria que no cesa de impulsar su praxis para eliminar lo predeterminado que impone el sistema.
El destino que cada uno construye es negado, ¿acaso no es así en la actualidad? La negación del sistema a las personas es constante, pero esto no basta, llega hasta los límites de la existencia de uno, a la sobrevivencia.
La condición existencial de hoy: el indio, es un constructo del opresor, “el indio es producto de la instauración del régimen colonial. Antes de la invasión no había indios, sino pueblos particularmente identificados”.
El indio es una persona determinada por lo externo, no es el individuo libre dentro de las estructuras coloniales, las acciones que realiza son dirigidas hacia un fin, básicamente el comportamiento y la forma de pensar es moldeada. Pero hay algo más, su voluntad está limitada; en cambio en el indio rebelde, el asunto ya es otro, este ha roto ese esquema, quizás solo tenga el límite de la muerte, pero no es nada raro que también otro le reivindique después de su muerte y aun siga en acción su pensamiento, pero su rebelión en tanto monacal, no sirve pues tarde o temprano fracasa.
Algunos piensan que el Mallku, es aquel loco maniático, que dice absurdidades, pero este discursillo solo tiene validez en el entorno en que surge; leamos: las palabras emitidas para transmitir un mensaje vienen cargadas de la vivencia, en este caso lo que las sensaciones nos dictan a través de lo concreto; los opresores están partiendo desde la realidad que ellos están viviendo.
Los pensamientos de un determinado individuo encierran una vivencia particular. El q’ara y el indio rebelde tienen vivencias distintas y contrarias, en consecuencia, los pensamientos que expresan ambos, difieren el uno con el otro, porque en el pensamiento interviene no solo la vivencia sino el pasado, “el pasado está presente en todo nuestro funcionamiento cerebral, y es el fundamento de los hábitos, de los reflejos condicionados… (el) pasado está presente en nosotros, en tanto en cuanto nos ha hecho lo que somos”.
El impulso del Mallku, no son las lecturas simplemente, sino que la condición en que se halla es la que le empuja a la política; no tiene la voluntad servil hacia el q’ara, sino que el poder de su voluntad hace que sea un aymara que pretende libertar despertando la conciencia externa que dormita; para esto utiliza el lenguaje que están viviendo los aymaras; fuerte cual viento áspero de las cordilleras, pero sobre todo demuestra con la práctica, le habla al q’ara de frente, sin pelos en la lengua, pero aún hay más; no le teme.
Sus palabras son firmes y seguras, es un corajudo fornido en el sentido estricto del término; su mirada profunda anula la del opresor pues este se agacha, las dubitaciones no están para él, porque su conciencia y pensamiento son libres.
Después de ser torturado hasta las últimas consecuencias para que delate a toda la organización guerrillera uno puede pensar que ya es un manso ante el colono, pero no, sería una equivocación garrafal balbucear tal idea, ni aun cuando se lo electrocuta en los testículos, ni mucho menos los golpes que recibe por doquier, doman a ese indio rebelde; se intensifica su voluntad de lucha por la liberación.
La prensa ha querido hacerle pisar el palo, hacer parecer terrorista sus acciones, no pudo meterle en su bolsillo; fracasó. Cuando se le preguntó por qué escogió el camino del terrorismo, este respondió:
“No quiero que mi hija sea su sirvienta, tampoco que mi hijo sea su cargador de canastas”.
Pocas palabras que refleja la condición de indio, que desnuda la normalidad costumbrista, en fin al sistema opresivo.
¿No creo que el homo politicus en su sentido estricto sea un sujeto que actúe mecánicamente, sin reflexiones para su praxis; ni mucho menos aquel llunk’u que transita de partido en partido, sino que tiene que ver con aquella persona con compromiso social, que cree posible poder cambiar una realidad; ese es un político, que dedica tiempo completo, un profesional que cabe en la definición de Max Weber.
El Mallku sobre los Andes, no es una praxis mecánica, sino que deviene de un pensamiento que surge de la experiencia particular de indio agregando sus lecturas y su reflexión. El pensamiento se ha hecho praxis, aquello que estaba en ebullición debajo del ch’ullu, alistando la estocada final al q’ara; el indianista en el final del siglo XX y XXI, cerró una época y abrió otra. No hay más indianistas, lo que sí existe como las piedras, es el indianismo teórico consecuencia de la teoría del indianismo.
Pocas veces se puede ver en el país colonial, un compromiso político hasta sus últimas consecuencias, sino es en la consecuencia de principios, es en la guerra anti-colonial donde la existencia solo tiene significado en tanto se destruye el orden instituido, todo lo contrario es no existir para el colonizado; los tupakataristas mostraron esa actitud en 1781 durante el cerco, demostrando que “de lo que se trata es morir matando”.
El compromiso político anula los bienes materiales e intereses particulares, el ser que es el indio rebelde no es, sino el servil de la ideología de la liberación; no hay términos medios, se es o no se es; su derrotero es ser o no ser, entre la vida y la muerte.
Si en el escritor es satisfacer a la solitaria, el demonio que tiene sed de escribir y leer porque “exige a sus adeptos una entrega total”, en el político que existe bajo la colonia extranjera, ocurre similar pasión, sacrifica a sus seres queridos, sus sueños íntimos son echados abajo, lo que importa es constituir su proyecto político.
El retrato que realiza Ayar sobre el Mallku es rotundo: “el oprimido es el oprimido” y su lucha puede ser imparable e incomparable cuando lo realiza por una causa sagrada, liberadora y justa. Por lo que sí ha perdido una guerra siempre estará dispuesto a combatir en otra y en otra… por eso, no teme a la cárcel, la tortura o la muerte”.
La existencia del colonizado no es una vida libre, su sistema de vida, sus vivencias están sometidas a las estructuras coloniales, si ahí no hay vida solo existencia, los condenados a la opresión, se rebelan en cuanto poseen la conciencia de esta condición, pues, sin “la conciencia que no es dueña de sí, no hay, no puede haber LIBERTAD posible”
Estos insatisfechos ya no son mas parte de los normales sino pasan a ser los descontentos, solo ellos encienden la llamarada de la liberación y tal ha sido y es Felipe Quispe Huanca; su nombre ya no es, sino una praxis o eso que llamamos indianista.