Siete preguntas incómodas sobre ISIS y las guerras contra el terrorismo
En las guerras de Irak y Siria decenas o centenares de miles de musulmanes han muerto en esas guerras civiles cuyo punto de arranque fue la invasión norteamericana de Irak.
No lo olvidemos. El derrocamiento de Sadam Hussein tenía como objetivo no ya acabar con una dictadura, sino rediseñar las fronteras políticas de Oriente Medio e iniciar una nueva era. “Seremos recibidos como libertadores”, dijo Cheney en marzo de 2003.
Fue uno de los grandes errores históricos de siempre, a la altura de la invasión soviética de Afganistán o la decisión de Hitler de lanzarse sobre la URSS. Reforzó a Irán al llevar a sus aliados al poder en Bagdad y alentó una paranoia creciente en los regímenes suníes sobre el creciente poder de los chiíes. La campaña de bombardeos saudíes en Yemen debe mucho, casi todo, a esa confrontación que se repite con distintas formas en varios puntos de Oriente Medio y ha creado suficientes monstruos como para que nos atormenten durante años. Siempre estamos a tiempo de crear más.
¿Es ISIS, como antes Al Qaeda, un amenaza real e inminente para los habitantes de Europa y EEUU?
La horrible carnicería de París nos lleva a pensar que el terror tiene en este planeta la forma de un joven musulmán fanático que hará lo que sea para matar a un europeo o norteamericano. La realidad indica que eso no es cierto. En EEUU, es más fácil acabar tiroteado por un compatriota.
Pero hay muertes que no exigen lanzar una guerra universal. Evidentemente, si el que comete una matanza es un ultra cristiano, no hay que profundizar demasiado. Es sólo un loco. Su odio no representa a nadie y aquí no hay nada más que ver.
¿Nos enfrentamos a una guerra que hay que afrontar como tal y sin contemplaciones?
Ese es el punto de vista de los halcones y de los que piensan que no hay problema estratégico que no se pueda solucionar matando gente.
Son los que creen que cada año nos enfrentamos al dilema de Neville Chamberlain y que ignoramos que siempre hay que luchar contra el mal absoluto con las armas en la mano.
Desde 2001, los países occidentales han invadido Afganistán e Irak. Han lanzando sus drones sobre Pakistán, Yemen y Somalia en una campaña permanente que nunca tendrá fin.
Han impuesto en Libia una zona de exclusión aérea que propició el derrocamiento de Gadafi. Han tolerado la invasión saudí de Yemen. Han reconstruido ejércitos como el iraquí que se han revelado como una banda mediocre y corrompida.
Han anunciado que el régimen sirio debía desaparecer, ayudado a algunos grupos insurgentes y tolerado que saudíes y turcos armen a los más peligrosos de los enemigos de Asad.
Han lanzado una campaña de bombardeos contra ISIS que lleva ya 8.125 ataques aéreos hasta el 12 de noviembre (con un coste de 5.000 millones de dólares, una media de 11 millones diarios), a la que ahora se ha sumado Rusia.
No parece que en catorce años la ideología oficial de Occidente haya sido el pacifismo. Sarkozy ha dicho que “nada puede ser como antes, debe ser una guerra total”. Entonces, ¿cómo definiría lo que ya ha ocurrido desde 2001?
¿Es una guerra contra el Islam en la que todos los musulmanes son sospechosos?
Nada gustaría más a los yihadistas que se extendiera esa idea en Europa. No hay que negar que muchos europeos piensan así, de lo contrario Marine Le Pen no insistiría tanto en ello.
Para ISIS, sí es una guerra de civilizaciones frente al Occidente de los “cruzados” en la que pretenden reclutar a los musulmanes para convencerles de que la “yihad” que les exige su religión no consiste en esforzarse en vivir bajo sus preceptos, sino embarcarse en una guerra permanente contra los infieles.
Precisamente, eso es lo que sostenía una y otra vez Al Qaeda.
Pensemos en todos los artículos tras el 11S que nos alertaban de que la organización de Bin Laden pretendía llevar el Islam al corazón de Europa, recuperar “Al Andalus” y sus glorias del pasado. Era la guerra definitiva en la que la típica pusilanimidad europea hacía prever un futuro oscuro.
Nada de eso ocurrió. No hubo ningún Al Andalus yihadista. Los musulmanes de Francia, Reino Unido y España no se rebelaron contra sus amos paganos.
Bin Laden acabó escondido en un chalé viendo cintas de vídeo, fue eliminado a sangre fría y su cuerpo, tirado al mar. Su organización en Irak fue aniquilada (aunque resucitaría con otro nombre, el de ISIS, gracias a ese Estado fallido que es Irak y a la guerra siria).
Hay otra forma de ver lo que Bin Laden consiguió por si nos da alguna pista sobre lo que pasará con ISIS. En una época en la que a los líderes europeos les cuesta dejar su huella, podríamos preguntar si no es cierto que Bin Laden tendría razones, si siguiera vivo, para presumir de sus logros.
En cierto modo, esa guerra permanente ha tenido en Occidente un precio terrible en términos políticos, económicos y morales. Nuestros inmaculados valores se defendieron en la prisión de Abú Ghraib desnudando a los presos y colocándoles una correa en el cuello; en Haditha, Irak, asesinando a sangre fría a hombres, mujeres y niños; y en las prisiones ocultas de la CIA aplicando el ‘waterboarding’ a los sospechosos de terrorismo.
Me pregunto de dónde sacarán algunos que la prosperidad de Occidente nos ha vuelto blandos.
¿Cómo se alimenta la base ideológica del yihadismo?
La superioridad racista y xenófoba que sienten los yihadistas tiene uno de sus principales orígenes contemporáneos en el wahabismo saudí. A partir de aquí, no es necesario escribir más.
En estos momentos tan dolorosos sería de mal gusto destacar que los valores republicanos franceses tienen un precio, eso sí, muy alto.
Francia venderá a Riad todas las armas que necesite, por ejemplo para sostener futuras guerras como la actual de Yemen.
Quizá esas armas vuelvan para despertarnos de nuestros sueños dentro de unos años, aunque habrá quien diga que somos inocentes. Lo nuestro sólo eran negocios.
¿Existe una amenaza interior en Occidente, una quinta columna yihadista?
Si fuera así, hace tiempo que atentados como los de Madrid, Londres y París se habrían repetido con una frecuencia insoportable. Pero es cierto que Francia tiene un grave problema.
Cualquiera que conozca Londres y París conoce las diferencias entre ambas ciudades, sabe que en la capital francesa una generación de jóvenes, hijos y nietos de inmigrantes, ha crecido en su rechazo al Estado y el odio al único organismo público con el que tienen relación, la Policía.
No conocen nada de la égalité y fraternité que aparecen en las grandes declaraciones de los políticos.
Los poderes públicos sí hacen promesas, muchas, sobre la necesidad de que el Estado no abandone a las banlieues. Diez años después de los disturbios de 2005, “nada ha cambiado”.
Muchos de esos jóvenes se conforman con una cierta violencia de baja intensidad con la que responder a las injusticias, sean reales o exageradas. Algunos pueden ir más lejos y el Estado empieza a temer que sean demasiados como para controlarlos.
¿Significan los atentados de París que ISIS está más fuerte que nunca?
En los últimos días, los yihadistas han sufrido claras derrotas en la guerra siria. Una, ante los kurdos de las milicias del YPG, con el apoyo norteamericano, en la localidad de Sinjar, y la segunda en la provincia de Alepo, donde el Ejército ha levantado el sitio de la base de Kuweiris.
No está más fuerte que hace seis meses. No tiene ninguna posibilidad de avanzar hacia Damasco, mucho menos con el apoyo aéreo ruso a Asad. EEUU está aumentando sus suministros a los kurdos, su única manera de debilitar a ISIS sin fortalecer al mismo tiempo a Al Qaeda o Asad.
Pero hay que aceptar que mientras haya una guerra en Siria y el Estado iraquí sea incapaz de controlar su territorio, ISIS seguirá existiendo.
Cabe una posibilidad muy preocupante, que los yihadistas decidan que su “califato” no verá aumentar el territorio que controlan en Siria, y que su próximo campo de batalla está en Europa.
Que quieran emular a la Al Qaeda de Bin Laden y su proyecto de atacar al “enemigo lejano”. Causarán mucho dolor, pero correrán el mismo destino.